miércoles, 4 de mayo de 2016

Vampiros del Far West - La última noche (2 de 5)

- XI -
(2 de 5)

Mike salió de la casa y cruzó la calle del pueblo, corriendo por la arena del desierto, mirando hacia las lejanas montañas. Llegó hasta otra casa del pueblo y llamó a la puerta, cerrada a cal y canto.
La puerta se abrió una rendija y Mike pudo ver una fracción de cara. El poblado mostacho le indicó que era “Chucho”.
- Hola. Necesito hablar con Cortez.
“Chucho” abrió la puerta del todo y dejó pasar al bandido. Mike anduvo hacia la sala de estar. Allí estaba Cortez, sentado a una mesa, tomando algo de comer. Sue Roberts estaba sentada en una silla, frente a él, a varios metros.
- Me alegro de habernos conocido – decía Cortez, sonriendo ligeramente. – No sabía que teníamos a una “hermana” de armas aquí en Desesperanza, alguien que se encarga del mismo trabajo que nosotros. Siempre es esperanzador ver que hay gente que seguirá con esta misión una vez que uno lo deje....
Los dos se volvieron hacia Mike, que se detuvo a la puerta de la sala.
- ¡Nelson! ¿Qué haces por aquí? – dijo Cortez, amable.
- Necesito hablar con usted – miró a Sue con cara de disculpa. – A solas.
- Muy bien – dijo la mujer, levantándose y saliendo de la habitación, sonriendo a Mike al salir.
- ¿Qué pasa? – preguntó Cortez, poniéndose serio.
- Es sobre Sam.... – empezó Mike.
- ¿El negro?
Mike asintió.
- ¿Qué le pasa?
- Le han mordido.
Cortez se envaró. Meneó la cabeza, con pena.
- Por eso me preguntó bastante sobre eso....
- ¿Cuánto le queda?
- Poco. Puede que se transforme esta misma noche....
- ¿Esta noche?
- La transformación es muy rápida. En dos o tres días se ha completado. Pero aquí, en el desierto, es más rápida aún. Suponemos que es por el calor, pero no estamos seguros....
- ¿Y qué podemos hacer?
Cortez se mantuvo en silencio un momento, mirando a Mike, con dureza y con lástima.
- Debe morir.
- ¿Morir? ¿A sangre fría? – preguntó Mike, escandalizado.
- Es lo mejor. Para él y para nosotros – explicó Cortez, con dureza. – Sufrirá bastante durante el proceso y cuando cambie, cuando muera, ya no nos reconocerá a ninguno. No será más Sam. No será tu amigo. Sólo un vampiro más.
Mike se pasó la mano por la cara, notando la barba corta que rascaba las yemas de sus dedos. Parecía la única opción. Pero aun así....
- Gracias – dijo, poniéndose en pie.
- Lo lamento – aseguró Cortez.
Mike asintió, en gesto de agradecimiento, y salió.
Cruzaba la calle mirándose los pies, pensando en qué hacer. ¿Se lo diría a Sam? ¿Haría como si nada pasaba? ¿O entraría en la casa y le pegaría un tiro a su amigo?
- ¿Pasa algo, Nelson?
Mike parpadeó, volviendo a la realidad. Delante de él estaba el sheriff Mortimer, delgado, de negro y seco como siempre.
- ¿Eh? Nada, nada....
- Has ido a hablar con ese cazador de vampiros – dijo Douglas Mortimer, duro y decepcionado a la vez. – No me digas que no pasa nada.... Ese hombre se está haciendo con el control de este pueblo....
- ¡Venga ya! Sólo sabe qué hacer en estas situaciones.... – Mike echó a andar hacia la casa en la que se escondía, pasando al lado del sheriff, que no se movió del sitio, mirando fijamente la casa en la que estaba oculto Cortez con sus compañeros. – Es un buen tipo, ¿sabe?
Mortimer soltó una carcajada seca.
- Mira de dónde me vienen las referencias....
- Mi fama me precede, ¿no es así? – dijo Mike, con el mismo tono de broma que el sheriff. Pero no se sentía de broma, en realidad. Le apenó, por primera vez, la fama que tenía en el oeste americano.
Un fragor lejano surgió de repente. Los dos hombres miraron alrededor, buscando de dónde procedía.
- Allí – dijo Mike, señalando.
Una gran bandada de murciélagos surgió de las cuevas de las montañas. El murmullo atronador de las alas al batir venía acompañado de una serie de chillidos agudos.
- Ahí vienen – dijo Mortimer, en voz baja. El sheriff y él se fueron separando poco a poco, sin dejar de mirar ninguno de los dos la marea de vampiros que se acercaba al pueblo. Al cabo de unos pasos, Mike echó a correr hacia la casa en la que se ocultaba. Mortimer hizo lo mismo, caminando con calma, sin perder de vista la bandada de murciélagos.
Mike entró corriendo en la casa del carnicero, donde estaba escondido con el dueño, Sam y otros cuantos supervivientes más. Cerró la puerta antes de que los vampiros viesen que en aquella casa había seres humanos.
La casa estaba a oscuras, porque todas las ventanas estaban cerradas, con los postigos por fuera y grandes cortinas por dentro. Los supervivientes sabían que los vampiros no podían entrar en las casas de alguien sin recibir invitación, que era imposible para ellos, pero no querían que los monstruos supiesen en qué casas había gente y en cuáles no.
Mike compartía escondite con Sam, Chester Brown, que era el carnicero de Desesperanza, el mozo de las caballerizas (cuyo nombre era Ron) y otras tres personas más, dos chicas y un chico jóvenes, que habían perdido a sus padres la noche anterior.
Desde una ventana del piso de arriba, espiando por una rendija abierta entre las cortinas, con mucho cuidado, Mike pudo ver cómo los vampiros llegaban al pueblo y aterrizaban en el suelo, cambiando de su forma animal a su forma humana. Eran unos treinta, y todos estaban en su forma de ataque: los ojos de todos eran negros completamente y los colmillos asomaban por fuera de la boca.
Los vampiros se dividieron en grupos, caminando con tranquilidad y superioridad por la calle del pueblo. Husmeaban, intentando encontrar el olor de los supervivientes, pero era difícil, porque estaba por todo el pueblo. Por eso Cortez les había hecho moverse a lo largo de toda la calle, para confundir a los vampiros.
Todas las casas del pueblo estaban cerradas y atrancadas, con las cortinas echadas. Desde la calle no se podía saber en cuáles había gente y en cuáles no. Los vampiros deambularon por el pueblo, sin decidirse a hacer nada. No encontraban el rastro claro de ninguna presa y las casas estaban vetadas para ellos.
Intentaron entrar en alguna, pero en aquellas que pudieron entrar no encontraron a nadie. Dos vampiros echaron abajo la puerta de una casa, a la que luego no pudieron entrar: un muro invisible en el vano de la puerta les impedía el paso. Aquella casa tenía un dueño vivo.
Los dos vampiros sisearon y gruñeron golpeando la pared al lado de la puerta prohibida para ellos. La madera se rompió y astilló.
- Calma, mis hermanos – dijo Alastair, apareciendo tras ellos. Los dos acólitos se separaron de la puerta. – El dueño de esta casa está vivo, pero no sabemos si está dentro. Destrozar la casa no nos servirá de nada: desperdiciaremos horas reduciendo esto a escombros y quizá no encontremos nada....
Los dos vampiros hicieron una reverencia hacia su amo y luego sisearon hacia la oscuridad que había más allá de la puerta abierta, pero se alejaron de allí.


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