lunes, 9 de mayo de 2016

Vampiros del Far West - La última noche (3 de 5)

- XI -
(3 de 5)

Pasaron las horas. Los supervivientes aguantaron en sus escondites, vigilando con  precaución las evoluciones de los vampiros por el pueblo. Algunos incluso durmieron, después de un día muy largo de trabajo y lleno de tensión.
Mike despertó de repente, asustado. Se había quedado dormido, sentado en un sillón del piso de arriba de la casa de Chester. Deseó que hubiese pasado la noche, pero al asomarse a la ventana descubrió que todavía estaba oscuro, aunque habían pasado varias horas. Las estrellas se habían movido en el cielo.
Una luz llamó su atención. En una casa de las de enfrente, al otro lado de la calle, unos edificios hacia la izquierda, una luz temblorosa apareció en una ventana del piso superior. Mike se fijó con atención: parecía un quinqué encendido en medio de la habitación.
- Apaga eso, apaga eso.... – murmuró, sin poderse imaginar cómo podían haberse despistado tanto en aquella casa.
Los vampiros también lo vieron, alterándose y poniéndose nerviosos. Tres de ellos corrieron hacia la casa, a una velocidad asombrosa, golpeando la puerta para entrar, pero los supervivientes habían tomado sus precauciones y aquella casa también tenía un dueño que estaba vivo.
Alastair llegó paseando por la calle, acompañado de otros tres vampiros grandes y fornidos y por una niña pequeña, de rizos rubios. No dijo nada, solamente observó actuar a sus soldados.
Varios vampiros sacudieron la casa, agarrados a las paredes con sus garras. Otro se separó de ellos, alejándose de la fachada de la casa. Era una mujer (o lo había sido cuando estaba viva) y no dejaba de mirar hacia la ventana donde se podía ver la luz. Cogió una piedra debajo del porche de la casa de enfrente y miró con atención la luz.
Mike se preguntó que tramaba justo cuando la vampiresa lanzó la piedra, con un movimiento ligero de la muñeca, casi con desgana. Sin embargo, la piedra salió disparada con fuerza, atravesando el cristal de la ventana y chocando contra el quinqué, rompiéndolo y haciendo que el petróleo y el fuego se derramaran por la mesa y la habitación.
La vampiresa empezó a reír con una risa macabra cuando las llamas alcanzaron gran altura.
Gritos de pánico empezaron a salir de la casa y los vampiros se separaron de ella, expectantes. El primer superviviente no se hizo esperar, huyendo de las llamas que iban a empezar a devorar el edificio. Los vampiros de la calle le dieron caza.
- ¡No! ¡No! ¡No salgáis! – dijo Mike, para sí mismo, mirando por la ventana, ya sin precaución ninguna.
Pero los supervivientes de la casa en llamas no podían quedarse dentro y fueron saliendo todos. Los vampiros se alejaban del fuego, al que temían casi tanto como al Sol, pero no dejaban escapar a ningún humano que salía del incendio.
Pronto salieron humanos de otras casas, corriendo para ayudar a los supervivientes que salían de la casa que se quemaba. Mike los miró con cara de incredulidad. Corrían hacia una muerte segura. Los vampiros se encargaron de ellos, cazándolos también.
Pero la distracción sirvió: algunos de los que huían del incendio pudieron escapar de los vampiros. Éstos les siguieron a lo largo de la calle.
Mike reconoció entonces a uno de los humanos que habían salido de otras casas para ayudar a los supervivientes de la casa en llamas.
- ¡Sam! ¡Sam, vuelve!
Su amigo había salido a la calle y peleaba con un vampiro, clavándole la estaca en el corazón. Otro lo atacó, pero Sam también pudo reducirle.
Más humanos habían salido de la casa en la que se escondía Mike, así que un grupo de cuatro vampiros fueron hacia la casa, intentando entrar en ella, pero también estaba vetada para ellos. Su dueño estaba vivo.
Mike vio en ese momento a Chester peleando en la calle contra los vampiros y se quedó sin aliento. ¿Qué hacía ese gilipollas allí abajo?
Las peores previsiones de Mike se cumplieron entonces: un vampiro agarró al carnicero y le arrancó la cabeza de un tirón, lanzándose a por la herida del cuello, bebiendo la sangre que salía.
Los cuatro vampiros que intentaban entrar sintieron que la protección de la casa se desvanecía y entraron aullando como locos. Gritos de terror llegaron desde abajo. Mike sintió que se le ponían de punta los pelos de la nuca.
No se lo pensó dos veces y abrió la ventana. Se subió al alféizar y se lanzó al suelo, aterrizando con las piernas dobladas. Aun así rodó por el suelo, pero no se hirió. Se levantó y salió corriendo, mientras en la casa del carnicero seguían muriendo supervivientes.
Corrió por la calle del pueblo, sintiendo que alguien le seguía, pero Mike no se giró. Corrió todavía más rápido, intentando huir. Un rugido sonó detrás de él y algo le cayó encima, tirándole al suelo. Quedó boca abajo, con el vampiro en cuclillas sobre su espalda. Escuchó el siseo de victoria de la bestia.
Entonces notó que el vampiro daba un espasmo, como un pequeño salto sobre su espalda y luego caía de lado al suelo. Mike se incorporó enseguida, desenfundando y apuntando al vampiro tendido en el suelo.
Pero estaba por dos veces muerto. Una estaca le atravesaba el corazón desde la espalda.
Miró la figura que estaba de pie al lado del vampiro muerto y reconoció a Sue. La chica le tendió la mano y le ayudó a ponerse en pie, tirando de él.
- ¡Vamos!
Los dos corrieron por la calle, muy lejos ya del incendio y de la carnicería en la casa de Chester el carnicero. Entraron corriendo en una casa abandonada, cuyo dueño había muerto la noche anterior. Sabían que allí no estaban realmente seguros, pero si los vampiros no les habían visto entrar, todavía tenían una oportunidad.
- Gracias – dijo Mike, jadeando todavía. Sue contestó con un cabeceo.
Estuvieron los dos un buen rato en silencio, recobrando la respiración normal y tranquilizando a sus desbocados corazones. Entonces escucharon unas frías pisadas en el exterior.
Contuvieron la respiración, sin moverse. Estaban los dos en la sala del piso de abajo, tirados en el suelo, apoyados contra la pared. Al abrir la puerta, quienquiera que fuese que estaba fuera podría verles.
Sue y Mike se pusieron en pie, lentamente, ayudándose a levantar. Los pasos fuera se volvieron más cautelosos, más felinos. Más acechantes. Los dos humanos empezaron a moverse hacia las escaleras, para subir al piso de arriba.
Entonces una madera crujió.
La puerta se abrió de golpe y pudieron ver a dos vampiros en el vano, sorprendidos de encontrar allí a alguien. Se lanzaron dentro de la casa, con las fauces abiertas y las garras por delante.
Mike sacó su revólver y disparó, alcanzando al primer vampiro en el pecho. Las balas de madera le detuvieron, frenándole, haciendo que se retorciera de dolor. El otro vampiro se lanzó hacia Sue, que no se inmutó. Sacó una pequeña ballesta que llevaba colgada del cinto, al lado de la funda de la pistola y disparó una pequeña flecha de madera a su atacante. La flecha se clavó en el corazón de la criatura y ésta cayó al suelo, muerta.
El vampiro al que Mike había disparado se acercó de nuevo a él, dolorido y sangrando por las heridas de bala. Mike no supo reaccionar.
Un humano le saltó a la espalda al vampiro, forcejeando con él. Mike logró reconocer, a duras penas, a Frank Wallach, el ayudante del sheriff. Pero no pudo pensar demasiado en él, porque otros tres vampiros entraron por la puerta.
Sue, que había recargado su ballesta, disparó a uno, acertándole en el corazón y matándolo. A diferencia de los demás, su cuerpo se deshizo en polvo antes de caer al suelo. Los otros dos vampiros también cargaban contra ellos cuando otro humano entró en la casa, estaca en mano, y los empujó por la espalda. Uno de ellos cayó al suelo, donde Sue lo remató con su estaca. El otro chocó contra la pared, revolviéndose hacia el recién llegado, gruñendo y siseando.
El sheriff Mortimer, pues no era otro el que había entrado en la casa, se lanzó contra él y le clavó su estaca. Se levantó rápidamente y se fue a ayudar a Frank Wallach, que estaba recibiendo una buena paliza del vampiro tiroteado por Mike. El sheriff le apuñaló con la estaca de madera en el corazón, haciendo que también se deshiciese en polvo.
Frank cayó al suelo, agarrándose un mordisco en el cuello que sangraba mucho. El sheriff le miró sin ninguna expresión, de pie, seco y duro.
- Gracias, sheriff – dijo Mike.
- Gracias – murmuró Sue.
Douglas Mortimer no los miró, sólo asintió ligeramente.
- Salid – musitó, tajante.
Mike y Sue le miraron, casi sin comprender lo que quería decir.
- Salid – volvió a decir, un poco más alto y más seco, sin dejar de mirar a su ayudante, que se desangraba, mordido por el vampiro. Con delicadeza, sacó un gran machete de una funda que llevaba al cinto, en la espalda. Mike tragó saliva, imaginando lo que el sheriff se veía obligado a hacer.
- Vamos – murmuró, tomando de la mano a Sue y saliendo de la casa con ella, vigilando que no hubiese vampiros en la calle.
- ¿Dónde podemos refugiarnos? – murmuró Sue.
- Allí – dijo una voz a sus espaldas. Los dos se giraron, asustados. Una sombra se acercaba a ellos corriendo por la calle: cuando se paró delante de ellos Mike vio con alivio que era Sam.
- ¡Estás vivo! – dijo Mike, alegre. Se preguntó cómo había sobrevivido su amigo a la lucha con los vampiros. Recordó entonces el funesto futuro que le esperaba a Sam e imaginó que algunas características de ellos ya se estarían manifestando.
- ¿Dónde has dicho que podemos escondernos? – preguntó Sue, con su bella voz cargada de prisa.
- Allí – señaló Sam. – Es una casa segura.
Los tres se dirigieron a ella. Llamaron a la puerta.
- ¡Eh! ¡Somos supervivientes! ¡Supervivientes humanos! – dijo Mike, esperando que le oyesen dentro, mirando hacia el lado del pueblo donde se había quemado la casa.
- No hay problema – dijo Sam, al percibir la preocupación de su amigo. – Están entretenidos con los cuerpos de allí.
La puerta se abrió entonces. Mike pudo reconocer a Emilio Villar e hizo una mueca de disgusto. El anfitrión de la casa no mostró ninguna emoción al verle, tan sólo prisa.
- ¡Vamos! ¡Entrad! Daos prisa – dijo, dejando pasar a los tres y volviendo a cerrar la puerta. Mike se sintió un poco más seguro y tranquilo por su amigo Sam, cuando vio que pudo entrar sin problemas en la casa.
En la casa de Emilio Villar sólo se escondían el dueño, Ron el mozo de cuadras (al que Mike se alegró de ver que había sobrevivido al ataque de la casa del carnicero) y una chica de la misma edad que él, terriblemente asustada.
- Gracias – dijo Sue.
- ¿Qué ha pasado más allá? – preguntó Emilio, dirigiéndose a la mujer, olvidando deliberadamente a Mike.
- Los vampiros han conseguido incendiar una casa y han aprovechado para cazar a los que huían del fuego. Ha habido gente que ha salido de otras casas seguras para ayudar a los que huían del incendio, y también han muerto.
- Los vampiros ahora están bastante entretenidos con los muertos de allá – intervino Sam. – No nos han visto entrar aquí.
- Estaremos seguros un poco más de tiempo, entonces – dijo Emilio Villar. – Mientras tanto, mi casa es vuestra.
Miró a Mike al terminar la frase, y sonrió con ironía. Mike hizo otra mueca, yéndose a sentar en el suelo, apoyado en la pared. Sam llegó hasta él y se sentó a su lado.
- ¿Cómo te encuentras?
- Extraño – dijo Sam, después de pensarlo un rato. – Sigo siendo yo, pero puedo escuchar claramente el latir de vuestros corazones y oler vuestra sangre recorriendo vuestro cuerpo. Me falta poco....
Mike le miró, sin añadir nada más.
Sue se sentó entonces a su otro lado. Mike agradeció poder concentrarse en otra persona.
- ¿Por qué algunos vampiros se deshacen y otros no? – preguntó intrigado tras lo que habían visto después de su pelea en la casa abandonada.
- Depende de su edad. Los vampiros más antiguos tienen el cuerpo marchito, desgastado. Sólo se mantienen gracias al demonio que los poseyó. Cuando acabamos con ese demonio el cuerpo vuelve a ser lo que era: un cuerpo de decenas de años. Por eso se convierten en polvo. Los vampiros convertidos recientemente simplemente dejan atrás su cuerpo muerto, que no ha dado tiempo que se estropee.
Mike asintió, sorprendido y comprendiendo a la vez.
Emilio Villar se acercó a ellos.
- ¿Queda mucho para el amanecer? – preguntó, ansioso.
- Unas pocas horas – contestó Sue.
Villar sacudió la cabeza.
- No sé si lograremos sobrevivir....
- Claro que sí. No pueden entrar en las casas....
- Pero pueden hacernos salir – dijo Villar. – Ya tienen un incendio. Pueden extenderlo al resto de las casas.
- Aun no lo han hecho – dijo Mike, práctico. Después se deslizó el sombrero sobre los ojos y se recostó contra la pared, intentando dormir.


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