domingo, 1 de mayo de 2016

Vampiros del Far West - La última noche (1 de 5)

- XI -
(1 de 5)

La caverna era oscura, sucia, húmeda y fría. Todo lo que un vampiro pudiese desear.
Alastair paseaba por ella, de forma tranquila y reflexiva. Sus compañeros abarrotaban la cueva, tendidos en el suelo. No dormían, ya que no necesitaban ni podían hacerlo, pero algunos caían en la especie de trance en que los de su especie se sumían durante el día.
Sus hermanos, algunos sus hijos (pues habían sido creados por él mismo) le miraron al pasar, saludándole con reverencia. Algunos ojos, abiertos e inmóviles, de los vampiros en trance, no le vieron.
Llegó hasta la galería principal, la que daba a la salida de la cueva. El Sol iluminaba la falda de las montañas y sus rayos entraban unos metros dentro de la caverna. El vampiro siseó, amenazador, ante su más peligroso enemigo.
Husmeó el aire, intentando captar las notas del olor de la sangre de los humanos que quedaban en el pueblo. Aquella noche, que estaba al llegar, no dejaría a ninguno con vida.
En especial al cazavampiros.
Alastair conocía de sobra a Ezequiel Cortez. Se había cruzado con él multitud de veces, a lo largo y ancho de aquel país salvaje. Después del Sol, aquel humano era su peor enemigo.
Una niña, de unos siete años, apareció detrás de él desde la cueva. Era pálida, con ojeras moradas, rubia y muy bella. Sus ojos, dorados, curiosos y vivos, miraron hacia fuera, buscando algo qué mirar.
- ¿Qué miras? – preguntó.
Alastair se giró y la miró, sonriendo de forma paternal.
- Nada, mi demonio – dijo, amable. Retrocedió hacia la niña y le acarició la cabeza, con su mano huesuda provista de uñas grandes y duras como garras. – Solamente pensaba en los humanos y en lo que les espera esta noche.
- ¿Hoy me llevarás contigo? – rogó la niña.
- Por supuesto – aseguró el vampiro. – Lo de anoche fue sólo una misión de venganza. Aunque Rubens y los otros cuatro fueron unos estúpidos y se comportaron como unos novatos cuando atacaron por su cuenta, debíamos vengarles atacando a los humanos.
- Pero esta noche iré contigo.... – volvió a decir la niña, preocupada por lo que le interesaba, asegurándose.
- Claro que sí, bestia mía – dijo Alastair, volviendo a acariciar a la niña. Colocó la mano tras su cabeza y empezó a guiarla, con delicadeza pero firmemente, hacia el interior de la cueva. – Pero ahora no te preocupes por eso. Cuando llegue la noche bajaremos a Desesperanza. Y será la última vez que ese pueblo aloje vida humana. La última noche.
La niña rubia miró al vampiro, con verdadera adoración, y rió de forma alegre y macabra.

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