jueves, 26 de enero de 2017

Cuatro Reyes - Capítulo V



Zanigra tuvo que esperar hasta después del mediodía para poder hablar con el rey Corasquino, el monarca de Tiderión. El rey había estado toda la mañana ocupado, en una reunión del consejo real y atendiendo a varios visitantes del reino, que tenían peticiones que hacerle y traían noticias.
La bibliotecaria estaba sola, pues Remigius hacía horas que había desaparecido, gracias a su posición de jefe de alguaciles de la ciudad de Nau, entrando en palacio para pedir audiencia con el rey.
No había vuelto.
Zanigra esperaba en una sala construida con piedra blanca, cubierta de cuadros de antiguos reyes y miembros de la familia real. Había también cortinas y un tapiz al fondo, con el blasón del rey Corasquino: una moneda de oro con el perfil de una cara sonriente, rodeado de laureles. Era el escudo familiar y a todos los antepasados de Corasquino (igual que a él) les habían llamado siempre “los reyes del oro”.
Una puerta se abrió al otro lado de la larga sala y entró un edecán, vestido un tanto ridículo pero muy finamente.
- ¿Sois Zanigra, la bibliotecaria? – preguntó, amablemente.
- Sí, soy yo.... – contestó la chica con un hilo de voz.
- Seguidme. Su majestad Corasquino os recibirá ahora – dijo el lacayo, echando a andar. Zanigra fue deprisa detrás de él.
Recorrieron grandes pasillos, amplios corredores, largos pasajes, todos ellos decorados con gracia y con gran ostentación de riqueza. No había ninguno que no tuviera su ración de oro o de plata o de piedras preciosas en alguna parte: si no era en los cordones de los tapices era en los marcos de los cuadros y si no era en las lámparas del techo o en los relieves de las puertas y en los pomos.
Zanigra llegó a la sala donde la recibía el rey Corasquino un tanto insignificante, sintiéndose muy humilde con su simple ropa de colores rojos y rosas.
- Bienvenida, Zanigra. Ése es tu nombre, ¿no es así? – la saludó el rey, con una amplia sonrisa.
- Así es, majestad – contestó la chica, llevándose los dedos al entrecejo y agachando la cabeza.
- Remigius me ha pedido insistentemente que te recibiese, pues al parecer tienes que contarme algo muy importante – dijo Corasquino, sin perder la sonrisa, tratando que la chica se sintiese cómoda al hablar con él. Una puerta lateral se abrió y entró Remigius, acompañado de un criado del palacio. Aquello sí que hizo que Zanigra se sintiera cómoda.
- Veréis, majestad, esta mañana, cuando llegué a la biblioteca real, pues trabajo allí, encontré un libro destrozado y quemado, abandonado en mitad de una de las salas – explicó Zanigra, ganando confianza a medida que hablaba, lanzando miradas rápidas a Remigius, que la animaba con la mirada. – No sabemos quién pudo hacerlo, aunque los alguaciles siguen investigando.
- ¿Un libro destrozado? No toméis mis palabras como una descortesía, pero no me parece gran cosa....
- Por sí solo podría no serlo, alteza – dijo Zanigra, que interiormente sentía que ya era suficiente con romper un libro como para considerarlo una terrible fechoría y un crimen. – Pero ocurre que la misma noche, además de romper un solo libro en concreto de la biblioteca real, alguien (Remigius cree que debe haber sido la misma persona) asesinó en su casa al autor del libro destrozado.
- ¿Cómo? – se sorprendió el monarca, mirando asombrado y divertido a Remigius. – ¿Es eso cierto?
- Sí, majestad. El hombre asesinado es Carlus de Naran – contestó Remigius.
- ¡No! – gimió el rey Corasquino. – Me encantaban sus libros....
- Además de escritor era historiador, alteza – siguió explicando Zanigra, haciendo caso omiso de los comentarios poco inteligentes del “rey del oro”. – El libro que han destrozado era uno que había escrito hacía muchos años, sobre la guerra de los Cuatro Reinos contra Thilt.
- ¿Qué queréis decir? – dijo el rey, con mirada incrédula.
- Creemos, majestad, que alguien se ha tomado muchas molestias por mantener en secreto ciertos datos sobre la guerra contra Thilt y el hechizo que lo mantiene encerrado en su prisión de bronce, nadie sabe dónde – explicó Remigius. – O, al menos, creemos que nadie sabe dónde está enterrado....
- ¿Qué insinúas, Remigius?
- Majestad, quien quiera que haya matado a Carlus de Naran y haya destrozado su libro quería que nadie supiésemos algo que el autor sabía y que había escrito en el libro. Pero puede ser que él sí lo sepa....
- Y quiere seguir siendo el único en saberlo.... – dedujo por fin el monarca. – ¿Creéis que la información es muy grave? ¿Que corremos un grave peligro al perder tal información?

Zanigra y Remigius se miraron, los dos con caras funestas.
- Cualquier cosa que tenga que ver con Thilt a mí me parece muy peligrosa, majestad – acabó diciendo Remigius.
- Está bien, informaré inmediatamente al rey Máximus de Rodena. Debe conocer nuestras sospechas, al fin y al cabo los rodenienses son los que vigilan las fronteras con la Tierra de las Canteras Eternas. Le mandaré una paloma contándole lo que ha ocurrido aquí esta noche y con nuestras sospechas....
Remigius y Zanigra respiraron un poco más tranquilos.


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