miércoles, 16 de agosto de 2017

Estrellas caídas (12 de 15)



El caballero calló, tras su historia. Rafael la había escuchado con atención, pero se había quedado con un detalle que, al menos para él, era muy importante.
- Ejem.... ¿Hija? – preguntó, asombrado. El caballero tardó unos segundos en comprender a lo que se refería.
- ¿Eh? Sí, sí, eso es. El segundo príncipe no era tal, era una princesa – explicó. – Por eso digo que vuestro hermano no puede ser el Protector de Estrellas, porque el segundo hijo del rey Namphamyl y la reina Wlenda en realidad era una hija: la princesa Alethes.
Rafael se quedó atónito. Estaba claro que su hermano era su hermano (en su fuero interno lo hubiese sido aunque en realidad fuese el heredero de aquel reino) y que el Protector de Estrellas (Protectora, se corrigió) era otra persona.
Pero es que creía saber quién era. ¿Qué persona que él conocía era una chica, tenía quince años y había vivido en la taberna? Rafael no tenía duda.
- Antes ha dicho que conocía a mi hermano, que lo había visto en el laberinto – se dirigió al anciano, con prisa. Temía que, si tardaba demasiado, lo que había deducido no fuese real. – ¿Sabe dónde está exactamente? Ahora tengo que encontrarle con más razón que antes.
- Sí, claro que lo conozco: antes me había hecho el loco, porque le tengo aprecio y no quería que cualquiera se acercara a él, a saber con qué intenciones – dijo el anciano caballero. – Es un buen chico y se ha portado muy bien conmigo: antes de que él llegara no había comido en un mes, hasta que él me ha traído moras y ha cazado alguna rata para mí. No se merece estar aquí.
- ¿Y dónde está? – preguntó Rafael.
- Duerme dos garitas más adelante, en aquella dirección – señaló el anciano. – Sin cambiar de galería, aunque veas muchas otras opciones. Aunque puede estar por ahí deambulando, no lo sé....
- ¡¡Gracias!! – dijo Rafael, corriendo en la dirección que le había indicado el anciano. La segunda garita estaba a un kilómetro, más o menos, y Rafael hizo todo el recorrido corriendo a galope de caballo. – ¡¡Daniel!! ¡¡¡Daniel!!! – gritó antes de llegar, cuando ya estaba cerca.
La alegría que le rebosaba creció un poco más cuando su hermano (un poco sucio y con aspecto cansado, pero a simple vista bien) salió de la garita que le había indicado el anciano caballero. Antes de que Daniel pudiera reaccionar, Rafael llegó hasta él y le abrazó con fuerza, levantándole en volandas y dando círculos con él.
- ¡¡Rafael!! ¡¡Estás aquí!! – se sorprendió Daniel, llorando de alegría.
- Perdóname Daniel. Perdóname: tenía que haberte hecho caso desde el principio. Tú tenías razón. Tenías razón en todo....
- Claro que te perdono.... – respondió Daniel, cuando su hermano lo puso en el suelo. Estaba un poco azorado. – No es para tanto. Tú sí que has hecho algo enorme por mí, viniendo a buscarme....
- No iba a dejarte aquí – dijo Rafael, con decisión. – Y ahora vamos a salir del laberinto.
- Es imposible....
- No. Tengo un guía esperándonos: él sabe salir.
- No, quiero decir que no puedo. El rey me encerró aquí porque creyó que yo había matado a su hijo o que había mandado que le mataran – dijo Daniel, sin tenerlo muy claro. La verdad era que su encarcelamiento no tenía mucho sentido y se debía sobre todo al enfado del rey Namphamyl. – Si salgo de aquí sin su permiso no sé qué podrá hacerme....
- Por lo que Tym me ha contado, la cárcel real es un laberinto para que si alguien encuentra la salida pueda irse libre. Sus crímenes o penas ya han sido pagados si es capaz de escapar de este laberinto....
- ¿Tym está contigo? – se alegró Daniel.
- Sí. Si no hubiese sido por él no te habría encontrado. Ha hecho todo lo posible por ayudarte – explicó Rafael. Después abrió los ojos, dándose cuenta de algo. – ¡Y nosotros podemos ayudarle ahora!
- ¿Cómo?
- ¡¡Ya sé quién es el Protector de Estrellas!! – dijo Rafael, animado. – Tenemos que ir a buscarla para que vuelva al reino de Xêng y las estrellas dejen de caer del cielo....
- ¿Sabes quién es?
- Y tú también: es Alicia – dijo Rafael. Daniel se quedó asombradísimo, pero cuando su hermano mayor le contó toda la historia que el anciano caballero le acababa de contar, el pequeño llegó a la misma conclusión.
Los dos hermanos corrieron cogidos de la mano, de vuelta por el camino que Rafael había recorrido hasta allí. Pasaron de nuevo por la garita en la que “vivía” el anciano caballero y Daniel quiso detenerse.
- Me ha ayudado durante estos días en el laberinto – dijo el niño. Después se dirigió al anciano, entrando con él en la garita. – Caballero, syr Zheon, señor, nos vamos del laberinto....
- Y me alegro con locura, Daniel – le contestó el caballero, con una sonrisa sincera. – Este sitio no es lugar para un muchacho tan honorable como tú....
- Venga con nosotros: podemos sacarle de aquí – ofreció el chico. El caballero negó con la cabeza.
- Estoy donde debo estar. He envejecido prematuramente aquí dentro durante estos doce años y aquí voy a morir. Me merezco mi castigo, aunque no sea una mala persona, Daniel. Ve con tu hermano, salid de este horrible lugar....
- Está bien – dijo el pequeño, aunque sentía que el anciano se quedase allí para morir. Rafael le había contado la historia y sabía lo que había hecho el caballero en el pasado: había sido con la mejor intención, pero para el código del honor de un caballero era un crimen terrible.
Los dos siguieron su camino, dejando atrás al caballero, que los vio irse. El anciano sabía que los hermanos podían traer de vuelta a la Protectora de Estrellas, así que sonrió, a pesar de su penosa situación. A pesar de todas sus desgracias, el plan que había llevado a cabo hacía años (por orden de la reina) había acabado dando resultado.
Rafael buscó las marcas que había ido dibujando en su viaje de ida y las siguió hacia atrás, tomando muchas precauciones de leerlas bien, sin equivocarse. Un solo error haría que se quedaran allí dentro para siempre. Y dado que eran los únicos que sabían dónde estaba la Protectora de Estrellas en realidad, ese “siempre” podía ser poco tiempo: las estrellas seguirían cayendo, el reino de Xêng perdería su magia y se consumiría y su propio mundo podía sentir las consecuencias.
Después de un par de horas de trote, sin parar (solamente para mirar con detenimiento las marcas en las paredes), doblaron un recodo y llegaron a un corredor ancho y largo.
- ¡Es por aquí! – dijo Rafael, animado. Creía recordar que al final de aquel pasillo estaba la plaza redonda en la que se había separado de Popolalama. Los dos hermanos echaron a correr, animados. Pero entonces, por sorpresa, una tarántula enorme, con el cuerpo cubierto de pelos y las ocho patas tapando toda la anchura del pasillo, salió de un vano estrecho que había a un lado. Los dos hermanos resbalaron sobre el suelo, al frenar, espantados.
- ¡¡Aaaaahh!!
Rafael levantó del suelo a su hermano pequeño, pensando cómo podían salvarse. La araña se acercó a ellos, con rapidez. No podían huir y no tenían nada con lo que defenderse.
Entonces escucharon un chasquido y la araña gruñó, con un sonido agudo y doloroso. Los dos hermanos se taparon las orejas con las manos, para no tener que oírlo.
La araña se giró y volvió a meterse por el hueco por el que había salido, con prisa. Goteaba una sangre granate muy espesa. Rafael y Daniel pudieron ver una lanza que sobresalía, clavada, en la parte trasera del rechoncho cuerpo de la tarántula enorme.
Era la lanza de Popolalama.
En efecto, el Koai llegaba corriendo desde el otro lado del corredor, sonriendo ampliamente al ver a los dos muchachos. Había visto la tarántula desde lejos y había oído chillar a Daniel, así que atacó con su lanza desde lejos, espantando a la araña y salvando a los hermanos.
- Hermano – dijo el Koai señalando a Daniel nada más llegar hasta ellos.
- Eso es. Es mi hermano – contestó Rafael. Aunque Popolalama no hablaba su idioma le comprendió y saludó con alegría y respeto al pequeño Daniel. Después hizo un gesto con el brazo y emprendió la marcha por el laberinto, siguiendo el camino que conocía para salir de él. El Koai avanzaba con mucha seguridad.

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