lunes, 28 de agosto de 2017

Estrellas caídas (15 de 15)



La alegría del rey Namphamyl al recuperar a su hija perdida fue similar a la de ella al conocer a su padre. Alethes recordaba toda su vida al otro lado, pero con cada segundo que pasaba en el reino de Xêng y con cada nueva persona que conocía se sentía más en su casa. Era como tener dos vidas: recordar una y redescubrir la otra.
La Protectora de Estrellas devolvió todas al cielo, las de un lado de la cueva y las del otro. Ninguna estrella volvió a caer del cielo, ahora que ya estaba en su hogar.
Alethes se habituó rápidamente a la vida en el reino y al modo de vivir del palacio, aunque eso no significa que se volviese una estirada. Había crecido durante sus primeros quince años de vida de manera humilde, siendo una muchacha dulce, trabajadora y divertida, y así siguió siendo, aunque ahora vistiese elegantes modelos de princesa, llevase una sencilla corona de plata en la cabellera rizada y todos la tratasen con respeto y adoración.
Era la princesa Alethes, pero internamente seguía siendo Alicia, la chica de la posada.
No podía abandonar el reino de Xêng (no se atrevía, en realidad, no fuese a desencadenar otra vez la crisis de las estrellas caídas) pero recibía la visita de sus grandes amigos del otro lado. La princesa Alethes los consideraba sus hermanos, y de esa forma se los trataba en el reino de Xêng.
Rafael y Daniel se sentían un poco incómodos cuando iban a visitar a Alicia y todo el mundo les llamaba “alteza” o “majestad”, pero aceptaron con orgullo y agradecimiento las insignias que la princesa había mandado hacer para ellos. Con aquellas insignias se hacía público a todo el mundo la importancia que habían tenido los hermanos Rafael y Daniel durante la crisis de las estrellas y la recuperación de la princesa perdida.
Eran unas estrellas de latón, de brillante color amarillo.

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