viernes, 10 de agosto de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 20


- 20 -
(Granito)

Lucas dejó a Atticus en su casa. El Guinedeo dijo que lo esperaría allí, hasta que volviese. En cuanto terminase su encuentro con el general Muriel Maíllo y el desconocido pensaban irse directamente a la mansión de los Carvajal, para poner a Sofía bajo el tratamiento de Demetrio.
Atticus había decidido seguir con Lucas, siempre que él quisiese, y al detective no le molestaba su presencia. Sólo si hacía un gran esfuerzo veía a Atticus con el “disfraz” que invocaba para que los humanos no le vieran su verdadera forma, pero era un esfuerzo demasiado grande y se había acostumbrado ya a la forma real de su compañero, así que no se molestaba ya por hacerlo. Atticus era un monstruo bastante desagradable, pero su personalidad era tan simpática y amable que Lucas había aprendido a mirarle.
El Guinedeo se había cuidado mucho de comentar nada de la cena de la noche anterior, que había terminado mucho más tranquila que durante su momento álgido y tenso. La conversación había sido más llevadera e incluso habían bromeado, pero sin volver a hablar del general ni del trabajo de Lucas. Éste había agradecido la vuelta a casa charlando con el Guinedeo, hablando de naderías. Imaginaba que su compañero estaba interesado en su historia, pero era suficientemente educado para no preguntar por ella.
Lucas llegó al punto de encuentro, un restaurante al borde del Retiro, con una pared entera de ventanales, desde los que se podían ver el lateral del parque. A aquellas horas de la mañana había gente tomando un desayuno continental, en algunas mesas, pero la mayoría de los allí reunidos estaban en la zona de la cafetería, tomando cafés e infusiones, todos preparándose para el trabajo o reunidos allí mismo. Todo el mundo vestía de traje o de forma elegante.
El general había elegido aquel lugar porque era un sitio típico de reuniones, aunque pareciese extraño. Había mucha gente que lo utilizaba para quedar con algún cliente a primera hora de la mañana, o para realizar encuentros entre compañeros, mientras se desayunaba. Lucas, además, intuyó otra cosa: aquel restaurante estaba lejos de la ubicación de la agencia, detalle quizá dedicado a él (lo dudaba mucho), o más seguramente para no llevar al desconocido cerca de la agencia. Aquello hizo sospechar a Lucas hasta qué punto se conocían el general Muriel Maíllo y ese tal Zardino.
Lucas pensaba irse a la mansión Carvajal-Sande nada más terminar aquella reunión (después de recoger a Atticus de su casa) así que fue vestido con su mono rojo y con su mochila preparada a la espalda. El corte de la manga izquierda estaba remendado, pero era evidente. No sólo por ese remiendo llamó la atención, cuando entró en la cafetería.
El general Muriel Maíllo estaba sentado de frente a la puerta, en una de las mesas pegadas al ventanal que daba al parque. Nada más entrar en la cafetería le hizo un gesto para que le viera y se acercara. En su camino hasta la mesa, todos los clientes de la cafetería (vestidos con trajes y corbatas, con faldas sobrias y chaquetas elegantes) se volvieron a mirarle, sorprendidos (Lucas se sintió victorioso al ver incluso caras de indignación). Lo curioso era que, muy probablemente, Lucas tenía más dinero que la mitad de aquella gente, pero a él le daba igual cómo vestía cada cual.
- Lucas, bienvenido. Me alegro de verte – dijo el general, poniéndose en pie, cuando llegó a la mesa. Hizo amago de abrazarle, pero Lucas se inclinó ligeramente hacia atrás, con mucha discreción, y le tendió la mano, que se estrecharon. En favor del general, Lucas tuvo que reconocer que no había puesto ninguna mueca ni le había mirado raro por su vestimenta, al verle entrar. – Éste es Darío M. Zardino, el hombre que quería conocerte.
Lucas lo había visto de espaldas al dirigirse a la mesa, pero ahora de frente se quedó un instante sin respiración, atónito.
Estaba claro que aquel era un ente, un corpóreo. Lucas apostaba por una especie de demonio o Trasgo, aunque sin poder afinar mucho más. Sin embargo, y por eso se quedó fuera de sitio un instante, delante de él tenía a un hombre apuesto y vestido elegantemente. Era alto y delgado, aunque los hombros le oprimían la chaqueta. Tenía el rostro anguloso y estirado, con los pómulos muy marcados, la nariz ganchuda y la barbilla picuda, embellecida con una perilla muy bien recortada y cuidada. El pelo, brillante aunque un poco grasiento, lo llevaba sujeto en una coleta, tirante.
- Un placer, señor Barrios – le dijo, con una voz muy bien modulada, estrechándole una mano estrecha y nudosa.
Lucas no tenía duda de que delante de él tenía un ente, un corpóreo, pero aquel ser era capaz de seguir camuflado delante de él. No podía ver su verdadero aspecto, aunque era capaz de notarlo: al fin y al cabo, su “anomalía” no era sólo visual. Por eso era tan buen detective.
- Excelente – dijo Darío M. Zardino (Lucas estaba seguro de que ése no era su verdadero nombre) al observar al detective, valorándolo, examinando sus dimensiones y también su mono rojo de trabajo. Pareció gustarle. – Siéntese por favor.
Lucas así lo hizo, sin dejar de mirarle, notando cierta discordancia. Era como si al moverse aquel individuo sufriese fallos de continuidad: aquélla era la manera que tenía Lucas de verle, por su “anomalía”. Aquélla fue la prueba definitiva de que estaba ante un ente.
- Él no lo sabe – apuntó Zardino, señalando al general, con una sonrisa gamberra en el anguloso y estrecho rostro. Lucas pudo ver sus dientes irregulares y descolocados, dándose cuenta de que el ente sabía que él sabía que era un ente. – Y mantengámosle en la ignorancia.
- ¿Me he perdido algo? – preguntó el general, con su grave pero juvenil voz. Parecía molesto, aunque no demasiado.
- No se preocupe, general, es sólo algo entre investigadores de lo oculto – contestó el desconocido, con ademanes lentos de las manos. Lucas lo observó y supo que cualquier cosa que aquel ente dijese sonaría a mentira y a sarcasmo. – Por supuesto, usted también lo es, de alguna manera, pero el detective Barrios me entenderá mejor, ¿no es así?
Darío M. Zardino se había dirigido a Lucas, con una sonrisa demasiado irónica, de dientes descolocados.
- Sólo Lucas – contestó, en realidad no muy seguro de que aquel desconocido se mereciese aquella familiaridad.
- Así será, pues.
Llegó un camarero, para ver qué quería Lucas. Aunque la sorpresa y el aturdimiento merecían un lingotazo de whisky, para despejarse, recordó a tiempo que dentro de nada iba a conducir, así que pidió un café solo largo, sin azúcar.
- El señor Zardino se ha tomado muchas molestias para ponerse en contacto conmigo – contó el general, mirando a Lucas, a su lado. Éste pudo comprobar que el general, un par de veces que miró al desconocido, no se fiaba demasiado de aquel tipo. Sin embargo, había accedido a sus peticiones. Eso indicaba que, o bien el tal Zardino era muy importante, o bien era muy peligroso.
- Así es. Quería conocerle a usted personalmente, Lucas.
- ¿Y por qué no me llamó por teléfono? – preguntó, mirándole con suspicacia. – Aparece en mi página web.
- Podía haberlo hecho, pero quería que usted viera que esto es muy importante, no un caso más. Yo no soy un cliente cualquiera....
- Ya – asintió Lucas. Estaba claro que aquel cretino era un ente que se creía muy importante.
- No me ha entendido – sonrió Zardino, demasiado abiertamente: Lucas sólo pudo ver ironía en aquella sonrisa. Y cierta malevolencia. – No soy alguien importantísimo ni famoso. Pero lo que me ocurre es algo muy grave que necesita de un profesional para resolverlo.
- ¿De qué se trata? – preguntó Lucas. En aquel momento llegó el camarero y los tres clientes guardaron silencio, esperando que sirviera a Lucas y se marchase. El detective aprovechó para mirar al general, observando su reacción, pero éste le devolvió una mirada de desconocimiento: el general Muriel Maíllo sabía poco o nada de lo que iba todo aquello. Sólo le faltó levantar los hombros.
- Verá, en realidad es algo muy sencillo, aunque es algo que yo no puedo hacer – sonrió de nuevo Zardino, no sólo con los labios finos sino con los ojos. Aún sin poder verlos, Lucas estaba convencido de que eran amarillos, en realidad. – Necesito a un buen investigador paranormal que lo haga.
- Usted dirá....
- Existe un lugar, una zona en este país que es muy permeable a otras dimensiones – explicó Zardino. – Es una zona ciertamente peligrosa, pero no mucho más que el brocal de un pozo que está a ras de suelo o una estantería que está mal atornillada a la pared. Cualquiera que sea un profesional de lo paranormal puede actuar allí sin graves perjuicios.
- Supongo que quiere que vaya allí para algo....
- Sí, aunque no es necesario que le dé los detalles ahora mismo – dijo Zardino. – Tan sólo querría que entrara usted allí y que enviara un mensaje: un lugar tan permeable entre universos es un sitio estupendo para hacer llegar mensajes que de otra manera no podrían enviarse.
- ¿Quiere que haga de mensajero? – Lucas alzó una ceja, desconfiado.
- Si quiere verse de una manera tan mediocre, no seré yo quien menoscabe su intención – Zardino hizo una mueca de humildad. – Creo más bien que lo que necesito de usted es que sea el heraldo de un mensaje importante, al menos para mí. Yo no tengo la capacidad para enviarlo, así que le elijo a usted, por sus habilidades avanzadas.
Lucas aguantó los halagos con estoicismo.
- Así que usted me da un mensaje, yo voy a un sitio concreto y lo envío, ¿es eso? – preguntó Lucas, esta vez sin ánimo de simplificar la tarea, solamente quería aclararse.
- Es más exactamente que yo le recitaré un mensaje, usted lo custodiará hasta el lugar adecuado y lo verterá allí, para que llegue a la dimensión adecuada – dijo Zardino, con cara seria pero con voz y ojos bromistas. – Pero sí, ha dado en el clavo.
- ¿Y qué gano yo a cambio?
- Bueno, un pago sustancioso, créame – rio Darío M. Zardino, y aquella vez Lucas casi pudo ver sus rasgos reales, pues los poderes del ente parecieron relajarse. Fue un segundo y no una transformación completa, pero sirvió para que Lucas estuviera más alerta. – Y la seguridad de que el general Muriel Maíllo, o cualquier agente de la agencia, no volverá a intentar reclutarle, de ninguna manera.
Lucas se volvió a mirar al general Muriel Maíllo, sorprendido. Aquello no se lo había esperado, ni podía imaginar que el general hubiese accedido a aquello. Llevaba años intentando reclutarle.
- Es totalmente cierto – aseguró el general, cuando vio que Lucas lo miraba con sorpresa.
- ¿En serio? ¿Y cómo va a renunciar a eso?
- El general y yo hemos llegado a otro acuerdo, por nuestra cuenta – apuntó Darío M. Zardino. – No viene al caso. Lo importante es que ésas son las condiciones. Cuando tenga preparado el mensaje y las circunstancias sean adecuadas para su envío, me pondré en contacto con usted, para darle las indicaciones. Además, el pago se realizará en esos momentos. ¿Qué dice, Lucas? ¿Acepta mi oferta?
Lucas permaneció unos instantes en silencio. Parecía un trabajo sencillo, pero allí había gato encerrado. El ente oculto que ni siquiera él podía ver, el acuerdo del general de no volver a molestarle con que se uniese a la ACPEX, la generosa oferta económica.... Había demasiadas cosas que olían a ectoplasma.
- ¿Los hombres y mujeres de la agencia no le parecieron adecuados para este trabajo? – preguntó Lucas, sin contestar, para ganar tiempo. Le parecía extraño que aquel ente hubiese estado interesado en la agencia y al final se hubiese decantado por un detective privado, en lugar de tratar con el general y sus agentes. Al final, la única ayuda que había solicitado de la ACPEX había sido que le pusieran en contacto con él.
- Estuve muy interesado en la agencia, no hace mucho tiempo, pero mientras la estudiaba, para ver si sus agentes eran adecuados para mis necesidades, le conocí a usted. Supe de su existencia – explicó Zardino, con sus interminables movimientos de manos, lentos, fluidos. – Por cierto, gran trabajo en Salamanca.
- Gracias – contestó tenso, manteniendo cara de póker cuando el tal Zardino le guiñó un ojo, cómplice. Desde luego, no le gustaba ese tipo.
- Una vez que di con usted, supe que era el adecuado. Pero no quería llamarle como cualquier cliente vulgar: dado que supe que tenía cierta relación con el general y con la agencia, decidí que ésta era la mejor manera de conocernos.
- Así fue – el general Muriel Maíllo le miró atentamente. Lucas le mantuvo la mirada: estaba muy claro que el general no se fiaba de aquel tipo. ¿Por qué entonces había accedido a aquel encuentro y a aquellas condiciones? Según su madre, el general se preocupaba mucho por él y su hermana, no le parecía normal que le pusiera en contacto con un tipo del que no se fiaba. Lucas se preguntó qué deudas tendría el general con aquel ente, para haber accedido a aquellas condiciones del contrato.
- Muy bien. Entonces.... ¿acepta mi caso?
Lucas observó atentamente a Darío M. Zardino, intentando obligar a su “anomalía” a mostrarle tal y como era, sin conseguirlo. Sólo consiguió ver aquella discordancia, como una imagen desenfocada, vibrante. Suspiró, confundido. En realidad, tenía mucho que ganar, con aquel contrato. Lo que le preocupaba era lo que podía perder: estaba seguro de que había algo y que aquel tipo lo había escondido muy bien, para que no lo supiera.
- Espero a que usted se ponga en contacto conmigo, me da el mensaje que quiere enviar, voy al lugar que usted me indica y allí lo envío por una especie de portal interdimensional. ¿Es así?
- Así es.
- ¿No hay nada más?
- Nada más. Usted hace eso y todos tan contentos. Sobre todo yo – agregó, con una sonrisa amplia. Lucas no se fiaba de aquella sonrisa: muchas almas se habían perdido por ella.
Suspiró una vez más. Tenía temores de que aquello pudiese ser una trampa, pero lo cierto era que aquel tipejo le despertaba la curiosidad. Tenía que tratar de averiguar quién era realmente, y todo lo que pudiese haber relacionado con él, y para hacerlo con mayor facilidad debería estar en contacto.
- Acepto – asintió, manteniendo la cautela, aunque aparentando seguridad. Zardino asintió también, y ninguno de los dos fue testigo de la cara del general Muriel Maíllo, pesarosa.
- Muy bien. Me alegro de que nuestro encuentro haya sido satisfactorio y fructífero – sonrió Zardino, aunque esta vez mucho más moderadamente. Parecía un hombre de negocios contento, nada más. – Y ahora ruego me disculpen: he de atender otros asuntos y ya me he entretenido demasiado aquí. Me alegro de su decisión, señor Barrios.... Lucas. General Muriel Maíllo, de esta manera quedamos en paz. Puede descansar. Seguiremos en contacto, Lucas. Nos veremos.
Estrechó las dos manos, se puso el sombrero y, con el bastón en la mano, sin apoyarlo en el suelo, salió con energía de la cafetería. Anduvo por la acera y cuando se perdió de vista desde el interior dio un salto cósmico y cambió de dimensión: ni el general ni Lucas lo vieron.
- ¿Cómo se ha dejado mezclar con este individuo? – preguntó Lucas, más preocupado en aquel momento por satisfacer su curiosidad que por el trato que acababa de hacer. – ¿Sabe que es un ente?
El general Muriel Maíllo lo miró fijamente, serio.
- Sí lo sé. Algunos de nuestros aparatos registraron actividad paranormal a su alrededor, pero no logramos ver su verdadera naturaleza. ¿Tú lo has visto? ¿Qué es?
Lucas negó con la cabeza.
- No he podido verlo.
- Eso es muy extraño.... y quizá inquietante.
- ¿Por qué hizo tratos con él? – preguntó Lucas. – ¿Por qué accedió a presentarnos?
- ¿Por qué lo has hecho tú? – le recriminó el general.
Después bajó la mirada. – No tuve más remedio que hacerlo. Vino con cierta información que nos venía muy bien, aunque nunca supimos de dónde podía haberla sacado. Además, sentí cierta.... curiosidad. Una especie de necesidad de ponerme de acuerdo con él. No sabría explicarlo.
- No es necesario – apuntó Lucas, en voz baja: acababa de sentir lo mismo que había descrito el general.
- Has hecho un trato con él....
- Sí, pero tengo tiempo hasta que se ponga en contacto conmigo para investigarle y averiguar todo lo que pueda sobre él. Seguramente Darío M. Zardino sea sólo un alias, pero por ahí se puede empezar a tirar del hilo.
- Desde la agencia podemos ayudarte con eso....
- Creí que había aceptado dejar de tener contacto conmigo – dijo Lucas, mirando de nuevo al general, girándose en el asiento, sintiéndose un poco superior y liberado al decirlo.
- Está bien, lo que consigamos averiguar te lo haremos llegar a través de tu madre.... – aceptó el general.
- Déjela fuera de esto, por favor – suplicó Lucas, poniéndose en pie, dejando unas monedas sobre la mesa. Al incorporarse la gente de la cafetería volvió a mirarle, agitados.
- ¿A dónde vas ahora? – le preguntó el general Muriel Maíllo, sin contestar a Lucas. Éste se dio cuenta.
- Tengo trabajo – contestó, con una mueca, saliendo de la cafetería. En cuanto pisó la calle sacó su teléfono del bolsillo y llamó a su amigo el inspector Amodeo. En seguida lo cogió.
- Lucas, ¿qué tal estás?
- Todo bien – contestó automáticamente, sin pensarlo, aunque en realidad no se alejaba mucho de la verdad. – ¿Y tú?
- Trabajando, no sé si bien o mal.... – bromeó el policía.
- Yo también estoy trabajando.
- ¿De verdad? Rediós, cómo me alegro.
- Por eso te llamaba, porque necesito tu ayuda para un caso – pidió Lucas, a medias ateniéndose a la verdad.
- Lo que necesites....
- Necesito que me des información de un tal Darío M. Zardino. Antecedentes, historial, posibles alias, cómplices.... Todo lo que encuentres.
- Dame un tiempo y me pongo con ello – respondió el inspector.
- Descuida, no hay prisa.
Intercambiaron unas cuantas palabras más, con camaradería y cariño y después se despidieron, prometiendo el inspector que iría a verle a Madrid en las próximas vacaciones de Navidad. El detective le contó que había planes en marcha para una fiesta en Nochevieja, el inspector de policía se apuntó, quedaron en verse y después Lucas colgó.
Inmediatamente sus pensamientos volvieron a Atticus, Sofía, Sandra Herminia, los ingredientes del tratamiento y el esquivo demonio que trataba de poseer a la muchacha.
Darío M. Zardino (o como se llamase) se quedó en un rincón de su memoria, para recuperarlo más adelante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario