lunes, 20 de agosto de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 23


- 23 -
(Granito)

- Suéltale – ordenó Lucas, pensando con rapidez. No dejaba de girarse, para tener a los dos demonios controlados, aunque en este momento estaba frente al grande que sujetaba a Atticus. El demonio soltó una carcajada. Lucas miró por encima del hombro, para ver al pequeño, que no se había movido. Su cara era de suficiencia y superioridad.
Era invierno y era de noche, pero a Lucas le parecía increíble que nadie pasase por allí en aquel momento. Incluso la gente del bar, allí al lado, parecía no darse cuenta de nada de lo que había en la calle.
- Suelta tus armas y soltaremos a tu amigo – dijo el demonio pequeño, de color verdoso. Aquello era un farol, muy mal tirado además: Lucas no podía creer que el demonio pensara que se lo iban a tragar.
Pero aquello le hizo pensar. Lucas llevaba todo el día vestido “de calle”, con vaqueros, camiseta y cazadora con forro de borreguillo. No llevaba puesto su mono, así que no llevaba sus armas a mano, ni las pistolas de aire comprimido colgadas de sus arneses. Pero, desde aquel verano, había aprendido a no separarse de sus armas, de unas pocas al menos, así que llevaba todo el día con la mochila.
- Vale, tranquilos – actuó Lucas, alzando las manos, volviéndose al demonio grande, de color granate. Se quitó la mochila con cuidado, lentamente, volviéndose al demonio pequeño, tratando de parecer asustado. Bueno, eso no le costó demasiado, pero lo que sí disimuló fue su siguiente movimiento.
Con rapidez, deseando no engancharse, corrió la cremallera, metió la mano en la mochila y la dejó caer al suelo, mientras se giraba. Una de sus pistolas de aire comprimido, con el cargador medio lleno de bolas de plata, estaba en su mano. De cara el demonio granate alzó la pistola y apuntó, disparando, todo en el mismo movimiento. Lucas volvió a acordarse del “hombre sin nombre” de Clint Eastwood.
El hombro del demonio estalló, lanzando espesa sangre granate alrededor. Atticus, sin molestarse por ensuciarse, se apartó, saliendo del alcance del demonio, liberándose. Lucas se giró rápidamente para alcanzar al otro demonio, pero se encontró que el pequeño había salido corriendo, hacia la escalinata delante de la iglesia. Lucas apuntó y lanzó dos disparos, fallándolos: el segundo impactó en la estatua de bronce de San Jorge, que estaba en una hornacina en el centro de la escalera.
El demonio granate se incorporó desde el suelo, gruñendo, alzando el brazo ileso hacia Atticus, aunque estaba fuera de su alcance. Lucas, advertido por el rugido, volvió a darse la vuelta, apuntando al pecho del demonio y dándole dos tiros, certeros. El enorme demonio cayó al suelo, muerto.
- ¿Estás bien? – preguntó Lucas, mirando todavía al demonio muerto, apuntándole con la pistola.
- Perfecto – contestó Atticus, acercándose al demonio. Le atizó una patada con la pezuña, demostrando que estaba muerto.
- Hay que sacarlo de ahí en medio – masculló Lucas, molesto por tener que encargarse de eso, cuando lo que deberían hacer era ir tras el demonio verdoso que había huido. Atticus lo ayudó a levantar al pesado demonio y meterlo, con ciertas dificultades, dentro de un contenedor que había allí al lado, sin duda para los desperdicios del bar.
- ¿Y ahora?
- Luego volveremos a quemarlo – contestó Lucas, sabiendo que no debían dejar ni rastro de aquel demonio. Todo sería mucho más fácil si la gente supiera de la existencia de entes paranormales, corpóreos, demonios, espectros y demás criaturas, pero como todo era secreto, no podían dejar el cadáver del demonio granate en el contenedor. – Ahora hay que ir a por ese otro malnacido.
- Habrá vuelto a ponerse el herêq – se lamentó Atticus. – No sé cómo vamos a encontrarlo.
Lucas había salido en marcha, encaminándose hacia la escalinata, buscando huellas o rastros del demonio. Atticus lo siguió.
- Podemos seguirle durante un trecho – dijo Lucas, señalando al suelo, a algo que sólo él podía ver. – Pero al cabo de unos metros se perderá el rastro.
- Tenemos que encontrarle – dijo Atticus. – Venían a matarnos. Y alguien les había enviado.
- Hay que mantener una amigable charla con él – ironizó Lucas, recargando la pistola. Aprovechando el momento sacó también el pistón trifásico y lo metió en el bolsillo de la cazadora. – ¿Quieres una pistola?
- Tengo mis trucos – sonrió Atticus. Después se pusieron en marcha.
- Creo que puedo hacer una cosa – comentó Lucas, atento al suelo, subiendo por las escaleras de la iglesia de San Francisco Javier, siguiendo el rastro que su “anomalía” le permitía ver. – Antes, en la Casa de las Veletas, he visto un altar romano. Es pagano, así que puede servir.
- ¿Para qué?
- Una especie de invocación – explicó Lucas, deteniéndose detrás de la iglesia de San Mateo. Luego miró a Atticus, sonriendo con ironía. – No te va a gustar.
Atticus no supo a qué se refería su compañero, así que no dijo nada. Esperó a que Lucas siguiera caminando, pero el detective sólo miró al suelo, a su alrededor.
- ¿Se ha perdido el rastro?
Lucas asintió, mordiéndose el labio, apesadumbrado. Había durado menos de lo que había previsto.
- ¿A la Casa de las Veletas, entonces? – preguntó Atticus, retóricamente.
- Vamos.
Los dos llevaban toda la tarde paseando por la parte amurallada de Cáceres, la parte histórica monumental, así que se orientaban bien a aquellas alturas. Desde donde estaban llegaron a la Casa de las Veletas en un momento. La hora de cierre estaba cerca, pero el conserje no les puso pegas. La entrada era gratuita.
Recorrieron con prisa todas las salas de exposiciones, donde se mostraban diferentes muestras de la historia de la ciudad, desde la prehistoria hasta la época romana. Dieron la vuelta a toda la exposición, para acabar en el patio central del palacio. Allí había media docena de personas, los últimos visitantes del día. Desde el patio, por una escalera estrecha pegada a la pared, se accedía al antiguo aljibe de la ciudad, utilizado en la antigüedad y mantenido en la actualidad casi como antaño, como reclamo turístico.
En el patio, bajo un arco bajo, estaba el altar de piedra que había visto Lucas en su primera visita. Era cuadrado, de un metro de alto, tallado y con una pila en lo alto. Lucía una inscripción en un costado, abreviada.
- ¿Qué es esto?
- Un altar romano – explicó Lucas. – Mira la inscripción.
Al lado del altar había una placa con la transcripción y Atticus se fijó en ella. Según la placa, lo escrito en el altar de piedra decía: “A Júpiter Óptimo Máximo. Marco Helvio cumplió un voto de buen ánimo
- El tal Marco Helvio dedicó este altar a Júpiter, el padre de los dioses – explicó Lucas. – Es un altar pagano que está consagrado, al final eso es lo que importa.
- Para hacer tu invocación.
Lucas asintió.
- De esa manera el anillo de ese desgraciado ya no funcionará: se podrá ver su verdadera naturaleza – contestó Lucas. Después miro con intención a Atticus. – La verdadera naturaleza de todos los entes que anden por aquí.
Los ojos amarillos de Atticus brillaron de repente.
- Bueno. Tú ya me ves como soy.
- Pero aquí hay más gente.
Atticus miró alrededor y después se encogió de hombros, volviendo a Lucas.
- Adelante – su voz sonó divertida. Disfrutaba con lo que iba a pasar.
Lucas sacó un botellín de agua de la mochila y vertió un poco sobre la pila superior del altar de piedra. Después sacó disimuladamente una bola de plata de la pistola y la dejó caer en el agua. Después puso las manos sobre el altar, sin tocar el agua, tomando aire. Cerró los ojos y enunció:
- Vhalá, vergen quetur. Seomalì, genter quetur. Vernis, extendora melifea, quetur melifea.[1]
El agua se agitó, como si una piedra hubiese caído dentro. La bala de plata tintineó, dentro de la pila. El altar se iluminó, brevemente, como un destello.
Y eso fue todo.
- ¿Ya está? – preguntó Atticus, decepcionado.
Una mujer que estaba en el patio chilló fuertemente, mirando a Atticus. El resto de personas que estaban allí la miraron asombrados y después miraron al ente, gritando asustados como ella. Todos los humanos salieron corriendo del patio.
- Vale, ya veo que ha funcionado – aceptó Atticus, resignado. Lucas sonrió, sacando la bala del agua.
- Vamos, esto no durará mucho.
Un grito horrorizado vino desde la parte baja de las escaleras que llevaban al aljibe. Atticus y Lucas miraron asombrados allí y se acercaron a las escaleras, bajando por ellas con cuidado. Abajo llegaron a una galería al borde de un jardín y al fondo había una abertura oscura, por la que se bajaba de verdad al aljibe. Una pareja de mujeres jóvenes aparecieron por la abertura, chillando asustadas. Al ver a Atticus gritaron más, deteniéndose de repente. Lucas se puso delante de Atticus, tapándole parcialmente. Las mujeres reaccionaron, dándose la mano y corriendo juntas escaleras arriba, de vuelta al patio de la Casa de las Veletas.
- Allí hay un ente – comentó Lucas, echando a andar hacia la puerta que daba al aljibe. Se agachó para pasar por el hueco y luego descendió por las escaleras de piedra, con cuidado de no perder el pie, pues los escalones eran viejos y estaban desgastados.
El aljibe era una cámara rectangular, con el techo sostenido por columnas y arcos de herradura. Durante la época en la que se utilizaba la cámara habría guardado grandes cantidades de agua, en las épocas de abundantes lluvias, pero ahora que simplemente era un lugar turístico sólo había un metro de agua, iluminado desde el fondo con pequeñas luces led. Se había construido un pequeño corredor de madera, con baranda de metal, pegada a la pared, haciendo un codo de unos diez metros de largo.
No había nadie allí dentro.
- ¿Qué es lo que han visto aquí? – preguntó Atticus, fijándose en el agua, esperando encontrar allí a alguna criatura acuática.
Pero la criatura que había espantado a la pareja de turistas no estaba en el agua. Era el demonio que buscaban, que se había refugiado allí al escapar de ellos, sin saber que precisamente la pareja que lo cazaba iba a ir allí mismo. El demonio verdoso estaba encaramado a un arco, escondido en la penumbra de lo alto. Al ver aparecer precisamente a aquellos de los que huía saltó desde lo alto, cayendo al lado de Lucas, golpeándole y agarrándole de los hombros.
- ¡¡Lucas!! – gritó Atticus, adelantándose, agarrando al demonio para sacárselo de encima a Lucas. Al tirar del demonio, los dos perdieron el equilibrio y cayeron al aljibe, pasando por encima de la barandilla, salpicando agua.
Lucas recuperó el aliento, después del golpe que el demonio le había dado en el estómago, agarrándose a la barandilla, mirando al agua. La altura era de un metro, suficiente para que el demonio empujara del cuello hacia abajo a Atticus, ahogándole. Lucas sacó la pistola del bolsillo de la cazadora y disparó, acertándole al demonio en la espalda.
Éste aulló, soltando a Atticus, arqueando el cuerpo, dolorido. Lucas volvía a apuntar, pero el demonio saltó, aterrizando en el pasillo de madera. Volvió a brincar y subió hasta lo alto de la escalera. Lucas volvió a disparar y le acertó en una pierna, haciendo que el demonio volviera a gritar de dolor y que desapareciera por el vano de piedra, renqueante.
- ¡¡Atticus!! – Lucas se volvió a mirar a su compañero, que de rodillas en el aljibe sacaba medio cuerpo del agua, con las manos en el corto cuello. – ¿Estás bien?
- Sí.... Corre.... – alcanzó a decir, todavía sin fuerzas y con poco aire. Lucas no esperó a más indicaciones, así que salió corriendo detrás del demonio.
No necesitó usar su “anomalía” para seguir el rastro del demonio, pues al sangrar por sus heridas dejaba gotas y manchas tras él, aunque al ser un ser sobrenatural, la sangre aparecía fluorescente a ojos de Lucas.
El demonio pasó por delante de la Torre de las Cigüeñas y torció por la cuesta de la Compañía. Lucas lo vio al final de la cuesta, allá abajo, cojeando pero corriendo con la velocidad de un atleta. Estuvo a punto de apuntarle, pero llegó a la conclusión de que estaba demasiado lejos, así que corrió cuesta abajo, saltando sobre los largos escalones. Le vio girar por la calle del Mono y Lucas lo siguió, tratando de mantener el ritmo. Por suerte le había alcanzado en dos ocasiones y la plata hacía su trabajo: el demonio estaba dolorido y cansado, así que cuando llegó a la muralla se detuvo para tomar el aliento.
Lucas sostuvo la pistola con las dos manos y volvió a disparar, fallando, impactando en la piedra de la muralla. El demonio reaccionó y reanudó la carrera, con Lucas pisándole las garras. Al llegar a la puerta de la Estrella se dio de bruces con un grupo de gente, que gritó, asustada. Lucas lo perdió de vista un momento, entre el gentío.
- ¿Dónde está? ¿Han visto a ese tipo con aspecto raro? ¿Dónde está?
- Era un monstruo, joven, no un tipo raro – contestó una mujer de unos setenta años.
- Ha seguido por ahí – señaló un hombre de unos cincuenta, apuntando hacia una puerta enrejada, al otro lado de la puerta, fuera de la muralla. La puerta de forja aparecía abierta y retorcida, como si la hubiesen golpeado: Lucas imaginó que había estado cerrada y el demonio la había pateado para abrirse paso.
- Aléjense de aquí – recomendó Lucas, adentrándose en el espacio tras la puerta de reja, una especie de pasillo entre la muralla y la parte trasera de la ermita de la Paz. Unas cortas escaleras daban a una abertura en la muralla, también reventada: Lucas imaginó que desde allí se accedía al adarve, así que corrió, para que el demonio no se le escapara. Frescas manchas de sangre granate le indicaron que iba por buen camino.
Lucas llegó al adarve de la muralla y al no ver ni rastro del demonio imaginó que había subido a la imponente torre cuadrada que había delante. Era la torre de Bujaco, llamada así por el califa sevillano Abú-Ya’qub, cuyas huestes asediaron la ciudad durante seis meses en el siglo XII. Lucas subió hasta la cima, que se alzaba veinticinco metros sobre la Plaza Mayor. No se cruzó con el demonio por las escaleras, así que supuso que estaría arriba.
Llegó jadeando a la cima, rodeada por almenas. El demonio estaba subido en una de ellas, de cara a la plaza. Lucas tuvo miedo de que fuese a saltar, así que no le dijo nada ni le gritó, abalanzándose sobre él. Dispararle tampoco le servía, pues si al acertarle el demonio caía hacia adelante lo perdería del todo.
El demonio le escuchó llegar y saltó hacia atrás, girando en el aire, aterrizando sobre la cima de la torre. Lucas frenó su carrera y se quedó admirado al verle saltar como un acróbata. El demonio, sin hacer caso de Lucas, saltó a lo alto de un matacán del lateral de la torre, se sujetó allí como un chimpancé en la rama de un árbol, y saltó al adarve de la muralla, escapando del detective.
- ¡Mierda! – soltó Lucas, yendo hasta el matacán, observando cómo el demonio cruzaba el cielo y aterrizaba sobre el adarve, rodando por él. Se le escapaba.
Pero Lucas reaccionó con lo que tenía. Sacó el pistón trifásico fotovoltaico del bolsillo de la cazadora y lo programó rápidamente, haciendo que zumbara como una bobina de Tesla. Miró al demonio, que cojeaba por el adarve, alejándose de la torre, y después blandió el pistón como si fuese un látigo, apretando el botón adecuado durante el movimiento. Una fina línea azul purpúrea, como un relámpago, salió del pistón, cruzando el aire e impactando en el demonio, en su espalda, lanzándole al suelo.
Lucas bajó corriendo de la torre de Bujaco, volviendo al adarve y persiguiendo de nuevo al demonio. El golpe con el látigo eléctrico (tenía un nombre mucho más complicado, pero Lucas siempre se refería a él así) había aturdido al demonio verdoso y había permitido a Lucas alcanzarle. El demonio había recorrido el adarve, pasando por encima de la puerta de la Estrella, llegando a la pequeña torre que había al otro lado, la llamada de los Púlpitos, ya que en cada una de sus esquinas frontales, las que daban a la Plaza Mayor, había cubos cilíndricos, muy similares a púlpitos de iglesia. El demonio subía hasta la cima por una estrecha escalera de piedra y Lucas fue tras él.
- ¡¡Quieto!! – le ordenó. La cima de la torre de los Púlpitos era mucho más pequeña que la de Bujaco, así que estaban casi uno encima del otro. El demonio cerca de las almenas y Lucas cerrando el acceso a la escalera y el adarve.
- ¿Qué vas a hacer? ¿Pegarme un tiro para que no salte? – dijo el demonio, sonriendo con derrota, sangrando por múltiples heridas, no solamente por los dos disparos. Aquella sonrisa era diametralmente opuesta a la que había lucido hacía un rato en la plaza de San Jorge.
- Te perdonaré la vida si hablas conmigo – le dijo Lucas, sincero, bajando la pistola y dejando de apuntarle. Sin embargo la mantuvo en la mano derecha: no era estúpido.
- ¿Hablar? – gruñó el demonio, perdiendo pie, agarrándose a una de las almenas. – ¿De qué quieres hablar?
- ¿Quién os envió a matarnos? – preguntó.
- Tú ya lo sabes – sonrió el demonio, sin perder su vileza aún en aquellos momentos tan duros para él. – Lo sabes, aunque no quieres reconocértelo, ¿eh? ¿Qué necesitas? ¿Que te lo confirme? Puedes pegarme un tiro ahora mismo, no pienso contestarte a eso....
- ¿Todo esto tiene que ver con Sofía?
- No sé quién es ésa – volvió a gruñir, desdeñoso.
- La hija pequeña. La hija de los Carvajal Sande....
- ¿Una muchacha de cabellos rubios, piel blanca como la nieve y de un gran corazón? – preguntó el demonio, recostándose mejor contra la almena. – No sé quiénes son sus padres, pero ella es una reina. El recipiente adecuado para la llegada del Amo.
- ¿El Amo? ¿Quién es el Amo?
- Mi maestro – dijo sin más el demonio. Su rostro se suavizó, algo muy inusual en un demonio.
- ¡¿Todo esto es para traer a un demonio desde otra dimensión?! ¡¿Quién quiere traerlo aquí?!
Lucas estaba fuera de sí, volviendo a apuntar al demonio con la pistola, agarrándola con las dos manos. El demonio verdoso, por su parte, no le hacía mucho caso, mirando al cielo oscuro cubierto de nubes, aupándose en la almena para mirar hacia la Plaza Mayor.
- ¿Sabes? Es curioso, pero esta torre es la única en toda la muralla construida en granito – comentó, con ligereza, sonriendo. Lucas no supo a qué se refería, y tampoco previó lo que iba a hacer.
- ¡¡¡No!!! – logró gritar, apuntándole con la pistola, pero sabiendo que no iba a dispararle. El demonio se incorporó sobre las almenas, con fuerza y rapidez, dejándose caer al otro lado. La torre de los Púlpitos era mucho más baja que la de Bujaco, pero aun así alcanzaba los dieciséis metros.
Maldiciendo su mala suerte y su torpeza, Lucas se asomó al vacío, desde uno de aquellos púlpitos de granito con saeteras en forma de cruz. Abajo, en el suelo, en la rampa de acceso a la puerta de la Estrella, estaba destrozado el demonio.
Recordó todo lo que le había dicho el demonio, por poco y absurdo que pareciese. Quizá aquello fuese lo que pudiese salvar a Sofía.
Suspirando, con pereza, Lucas guardó la pistola en el bolsillo y se dio la vuelta, para bajar de la torre de granito. Las sirenas de la policía sonaban en la distancia, acercándose.



[1] Desaparece niebla. Difumínate, niebla malsana. Ven, luminosidad extrema, ilumina la niebla.

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