lunes, 6 de agosto de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 19


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(Granito)

Lucas le explicó claramente a Atticus que no podía llevarle de vuelta a su ciudad de Salamanca, porque tenía que volver inmediatamente a Madrid y el Guinedeo no tuvo reparos. Le dijo a Lucas que, mientras no le importunase, a él no le importaba acompañarle.
Lucas tuvo que reconocerse que se sentía a gusto con el Guinedeo, a pesar de ver su verdadera forma y su verdadero rostro. Normalmente, cuando veía a un ente sobrenatural por la calle, se ponía tenso e incómodo. Sobre todo ocurría con los espectros (trauma directo de lo que le había ocurrido a su padre, no se engañaba), pero también se sentía incómodo cuando veía a los demonios que habían poseído a algún inocente o a los corpóreos que se ocultaban a simple vista (los que tenían capacidad para ello). Utilizaba su “anomalía”, claro que sí, y gracias a ella había montado aquel trabajo de detective, pero eso no significaba que se sintiera cómodo con lo que veía gracias a ella.
Sin embargo, Atticus era tan agradable y tan simpático, a pesar de su repulsiva imagen (la que sólo Lucas podía ver), que había vencido sus traumas y se había acostumbrado al aspecto del Guinedeo. Seguía siendo horrible, pero Lucas por lo menos había aprendido a que no le importara.
Cuando llegaron a Madrid Lucas aparcó cerca de su casa. No sabía si Atticus conocía la ciudad o se sabría orientar en ella (al fin y al cabo el Guinedeo había elegido una pequeña ciudad en la provincia de Salamanca para esconderse, quizá porque no le gustaban las ciudades grandes) pero pensó en el mejor lugar para dejar el coche y después se preocupó de ayudar a su acompañante.
- Mañana tengo una cita con el general Muriel Maíllo – le explicó, sin poder ocultar su malestar por ello. – Hoy pensaba cenar con mi madre y mi hermana. No querría dejarte solo, pero comprendo que mañana no vengas conmigo para que el general no te conozca, aunque ya sepa de ti.
- No hay problema: te esperaré. Y esta noche, por supuesto, reúnete con tu familia: no quiero entrometerme. Ya me las arreglaré por mi cuenta....
- ¿Has estado alguna vez en Madrid?
Atticus negó con la cabeza.
- Una vez, pero muy poco tiempo. Lo justo para pasar la noche: venía desde el sur y buscaba un lugar más al norte para asentarme. En la ciudad había un dictador, o algo así, y no me quedé mucho tiempo....
Lucas se quedó con la boca abierta. ¿Cuánto tiempo llevaba Atticus en aquella dimensión? No quiso preguntar nada y siguió caminando.
- Esta noche te puedes quedar en mi casa a dormir, y mañana me puedes esperar en casa hasta que vuelva de mi cita con el general – dijo Lucas, mientras caminaba por la acera, seguido de Atticus, de camino a su casa. Al menos Lucas pensaba que volvería de su cita con el general y con ese tal Zardino: no estaba seguro de qué iba a ir aquello. – Pero esta noche te vienes a cenar conmigo.
- No, hombre, no quiero molestar....
- No creo que molestes, siempre que mantengas tu camuflaje activado – bromeó Lucas. – Lo que no puedo hacer es dejar a un forastero como tú solo por ahí. Me da la impresión de que tendría que salir a buscarte de todas formas, así que mejor te tengo cerca....
- ¡¡Oye!! – se ofendió Atticus, medio en serio medio en broma. – ¿Tú crees que un Guinedeo que ha viajado por multitud de mundos puede perderse en esta ciudad?
- No sé cómo serán esos mundos, pero creo que tú te perderías aquí – contestó, riendo. – Además, a mi madre le encantará conocerte.
- ¿Ella sabe....?
- ¿A lo que me dedico? Claro que sí. Mi padre fue agente de la ACPEX y aunque hubiese querido ocultarle mi trabajo, lo habría acabado descubriendo: menuda es ella....
Subieron al piso de Lucas y se asearon (Lucas en la ducha y Atticus en la cocina: no quiso preguntar). Después Lucas llamó a su madre para decirle que estaba en Madrid aquella noche y que podían cenar juntos si quería.
- ¡¡Pues claro que sí!! – se alegró doña Margarita. – Ahora mismo aviso a Yolanda, para que venga también ella.
- Genial.
- ¿Ya has terminado aquel trabajo en Cáceres? ¿Cómo ha ido?
- No he terminado todavía, pero estaba de paso por aquí mientras aclaraba algunas cosas y conseguía otras para terminarlo – dijo Lucas, sin entrar en detalles. No quería que su madre supiera que iba a ver al general Muriel Maíllo al día siguiente, porque ella sí se llevaba bien con él y mantenía el contacto, en recuerdo de su marido. – Estoy con un hombre importante para la resolución del caso y quería llevarle a la cena. No hay problema, ¿no?
- Claro que no. Así nos podrás contar esta noche con él cómo va el caso....
- Vale.
- ¿A las nueve en mi casa? – propuso doña Margarita, que debió de mirar al reloj después de decirlo. – ¡Uy! ¡Si sólo quedan tres horas! Voy a ponerme ahora mismo con la cena.
- Mamá, no te agobies. Haz algo sencillo.
- Sí, claro, traes a un invitado y le voy a dar de cenar tortilla de patatas – dijo su madre, con voz de queja. – Si es que....
- Te veo a la noche – rio Lucas, lanzándole un beso y colgando.
- Ya te he dicho que si va a ser un problema.... – le dijo Atticus, apurado, que no había espiado la conversación pero había visto hablar a Lucas.
- Tranquilo, no hay ningún problema. A mi madre le encanta que vaya a cenar con ella, lo que no hago muy a menudo, así que no pone pegas a que vaya acompañado.
- Quizá preferiría que fueses con una chica – bromeó Atticus.
- Quizá.... – respondió Lucas, quedándose un poco sombrío. Atticus no supo por qué, pero estaba seguro de que había metido la pata.
- Oye, he estado pensando – intervino de nuevo, tratando de entretener a Lucas con otra cosa, para tapar su error anterior. – Un conjuro o enfermedad bosquífera no tiene relación con una posesión, que es lo que has dicho que ha estado sufriendo esa niña. O intentos de ellos.
- Sí....
- Bueno, podría ser que la enfermedad enmascarara las posesiones – apuntó Atticus. – En teoría, ese tipo de conjuro bosquífero podría impedir o retrasar una posesión.
- ¿En serio?
- Toma mis palabras con precaución, porque no soy experto en estos temas, pero por lo que sé del mundo paranormal, eso podría ser posible.
La mente de detective de Lucas se puso a trabajar inmediatamente. Podía ser entonces que Sofía estuviese sufriendo intentos de posesión, y que fuesen sólo intentos porque el conjuro del Elemental interfería con el demonio que pretendía poseer su cuerpo.
Eso sugería que había un demonio (o varios) o un humano que estaba interesado en que Sofía sufriera una posesión. Por qué razones el Bosque de los Suspiros la protegía se le escapaban, pero estaba casi seguro de que era así. De esa forma todas las piezas encajaban.
Sintió unas ganas de moverse dentro de él, de actuar inmediatamente, pero las contuvo, porque desde su casa poco podía hacer. En la mochila tenía el tratamiento que le había recomendado Demetrio y se lo llevaría a Sofía al día siguiente, pero antes tenía que reunirse con el general en Madrid.
Pero Lucas tenía nuevas dudas y preocupaciones. Si trataban a Sofía con las infusiones recomendadas por Demetrio, la niña se curaría de la enfermedad, del conjuro. ¿Eso no haría que el demonio consiguiera poseerla?
Lucas estaba seguro de poder realizar un exorcismo, pero no quería hacer pasar a la muchacha por aquel trance. Empezó a pensar en un plan, un plan en el que volvería a la mansión Carvajal-Sande para explicar el tratamiento de Sofía y después investigaría desde dónde venía aquel demonio que quería poseerla. La historia sobre la maldición de la familia, que el maestro Francisco Pizarro le había contado el fin de semana anterior, empezaba a parecerle importante.

* * * * * *

Al cabo de unas tres horas, Atticus y Lucas llegaron a la casa de doña Margarita. Yolanda, la hermana de Lucas, ya estaba allí. Las dos se mostraron muy amables y atentas con Atticus, que las trató con galantería. Los tres parecieron llevarse bien al momento y tanto su madre como su hermana aceptaron de buen grado la explicación (por otro lado, no muy alejada de la verdad) de que Atticus era un hombre importante para la resolución del caso. Lucas apenas contenía la risa al pensar en cómo habrían tratado a Atticus su madre y su hermana si pudiesen verle como en realidad era, con los cuatro brazos, los ojos amarillos bulbosos, la trompetilla en vez de boca.... Desde luego, su madre no le habría sonreído tanto y probablemente le había arreado con la escoba, chillando.
Doña Margarita había hecho lubina asada con patatas, además de canapés de queso con salmón y una crema de verduras como entrantes. Desde luego Lucas y Atticus se quejaron de que no hacía falta tanta comida, pero daba igual: así cocinaba doña Margarita, así que los dos cenaron demasiado, pero sin rechistar. Al final, estaba todo tan bueno....
- Así que el caso te ha ido bien, aunque ya sé que no has acabado todavía.... – le dijo su madre, con tono interrogativo.
- La verdad es que sí – aceptó Lucas, recordando la cena anterior que había compartido con Yolanda y con su madre, con un ambiente muy diferente a ésta. – Complicado y extraño, pero todo bien – apuntó, sabiendo a lo que se refería su madre en concreto. Estaba preocupada por los recuerdos de su hijo, por si el fantasma de Patricia había aparecido durante su trabajo.
- O sea, que volver al trabajo no ha sido tan malo – dijo Yolanda.
- Por ahora no – contestó Lucas, serio. Luego bromeó. – Veremos cómo termina esto, espero que la cosa no empeore.
- Lo que nos queda es sencillo, es simplemente llevarle un remedio a la niña poseída – apuntó Atticus, con timidez: Lucas supuso que estaba sonriendo, porque su madre y su hermana miraron al Guinedeo respondiéndole con lo mismo.
- Sí, básicamente es eso. Esperemos que funcione – apuntó Lucas, que en realidad sabía que algo más le faltaba por hacer, si su hipótesis era correcta. Si el conjuro del Elemental del Bosque de los Suspiros estaba protegiendo a Sofía (o al menos molestando al demonio para que no pudiese poseerla) después tendría que buscar y bloquear (o eliminar) al demonio.
- ¿Y mañana?
Lucas miró a su madre confundido.
- ¿Mañana qué?
- Me ha dicho el general Muriel Maíllo que tienes una cita con él – comentó doña Margarita, sin rodeos. Lucas se quedó atónito. – ¿Es que vas a valorar unirte a la agencia?
Lucas trató de masticar el canapé que tenía en la boca y tragarlo sin percances, antes de poder contestar. Estaba atónito: ¿cómo se había enterado su madre? La conocía de sobra como para saber que podía hacerlo (en verano había sabido que lo habían detenido en Salamanca, mientras todavía estaba en la celda), pero quería saber el cómo. ¿Acaso la había llamado el general?
- ¿Cómo te has enterado?
- ¿Es que acaso era un secreto? – preguntó doña Margarita, haciéndose la ofendida.
- No, pero hasta que no supiese lo que pasaba no quería contarlo.
- ¿Entonces es que vas a unirte a la agencia?
- ¿Que cómo te has enterado que mañana me reúno con el general? – volvió a preguntar, un poco más molesto. – ¿Le has llamado?
- Pues claro, hablamos todas las semanas, un par de veces. A veces más, depende de lo ocupado que esté – explicó, resuelta, haciendo como que no veía el malestar de su hijo. – Da la casualidad de que hemos hablado esta mañana y me lo ha contado.
- Hay que ver....
- ¿Entonces era un secreto?
- No – cada vez más cabreado.
- ¿Y por qué no querías decirme que querías entrar en la agencia? Es una gran noticia: el general está encantado de trabajar contigo y tu padre estaría muy orgulloso....
- Mamá, espera un poco – intervino Yolanda, mucho más empática que su madre, notando que su hermano estaba a punto de saltar. – Déjale que se explique.
Lucas bebió un trago de agua, para tragar del todo y para calmarse antes de hablar. Incluso dedicó una mirada de agradecimiento a su hermana, que le sonreía ligeramente.
- Primero: el general no puede estar encantado de trabajar conmigo, porque si yo entrase en la agencia trabajaría para él, no con él – contestó Lucas, enfadado, aunque controló la voz y el tono. – Segundo: no voy a entrar en la agencia. No me interesa para nada, ni quiero seguir sus métodos, ni les debo nada – doña Margarita asistía a aquella declaración de principios de su hijo sin mostrar ninguna emoción. – Y tercero: no sabemos si papá estaría muy orgulloso de mí, porque precisamente por culpa de la puta agencia murió hace muchos años, en mitad de nuestras vacaciones. No está aquí para poder demostrar lo orgulloso o decepcionado que se siente de mí....
Siguió un silencio tenso e incómodo tras aquella intervención. Yolanda miraba con pena a su hermano y a su madre, alternativamente. Atticus disimulaba, tratando de pasar desapercibido: era un extraño en una disputa familiar. Allí se estaban hablando cosas muy personales de los otros tres, que a él no le concernían. Doña Margarita quería mantenerse firme, pero se le notaba que sufría por lo que acababa de decir su hijo, e incluso sufría por Lucas mismo.
Lucas, por su parte, atacaba con saña el pescado en su plato, destrozándolo, dejándose llevar por la rabia. Nunca le había hablado a su madre en aquellos términos de aquel tema, pero se había sentido intimidado y asustado al pensar que su madre y el general hablaban de él con total tranquilidad. En realidad imaginaba que pasaba, aunque no sabía que era tan a menudo.
- Perdona, hijo, pero no es para tanto – musitó doña Margarita.
- Tú puedes hablar con quien quieras, mamá, no es eso lo que me molesta – contestó Lucas, dejando los cubiertos en la mesa, hablando más calmado. – Lo que me jode es que habléis de mí. Ese tipo no tiene por qué interesarse por mí.
- ¡Pues claro que se interesa! – dijo su madre, intensa. – Igual que se interesa por mí, por tu hermana, y por cómo nos van las cosas. El general Muriel Maíllo se siente muy mal por lo que nos pasó, era gran amigo de tu padre y nuestro. Era el principio de la agencia y eran todos como una familia – muy a su pesar Lucas recordó su infancia, recordando al general, a Justo Díaz Prieto, a Remedios Cardo Lerma.... Para el Lucas niño los compañeros de su padre eran como sus tíos. – No es culpable de lo que le pasó a tu padre, pero se siente como tal. Y por eso se preocupa por nosotros.
- Yo sólo le intereso por lo que puedo hacer – murmuró Lucas, molesto, pero más confundido y dolorido que enfadado. – Por mi “anomalía”.
- Tu don – contestó Yolanda, y Lucas recordó a Patricia al instante, cuando ella llamaba a su habilidad de la misma manera. Trató de que las lágrimas no afloraran a sus ojos, consiguiéndolo a duras penas.
- Llámalo como quieras – desdeñó Lucas. – No le intereso como persona. Le intereso como agente, como arma.
- ¿Y entonces por qué te reúnes mañana con él? – preguntó su madre, confusa.
- Porque gracias a él he conocido a Atticus. Porque si no hubiese conocido a Atticus quizá no hubiese podido resolver este caso – dijo, haciendo que el aludido se mostrase un poco avergonzado, aunque Lucas no había exagerado lo más mínimo. – Y porque, a cambio de su ayuda, yo he tenido que aceptar reunirme con un tipejo que él conoce, no sé para qué.
- ¿Ha sido por eso? – su madre parecía sorprendida.
- Por eso sólo. Si no, nunca me habría reunido con él. No quiero estar en la misma habitación que ese tío.
Los cuatro comieron los restos de pescado en sus platos en silencio. Lucas parecía más calmado y su madre más serena. Los otros dos convidados, Yolanda y Atticus, trataban de pasar desapercibidos, en silencio.
- ¿Alguien quiere postre? – preguntó doña Margarita, levantándose para recoger los platos. Atticus hizo lo mismo y cuando la anfitriona le pidió que se sentara, él lo desechó con un gesto amable y llevó los platos y la fuente a la cocina. Doña Margarita lo siguió, para recoger el arroz con leche.
- Mamá, perdona que me haya puesto así – le dijo Lucas, deteniéndola antes de que se alejara de la mesa. – Me molesta mucho todo el rollo de la agencia, el general y todo eso. Perdona.
- No te preocupes, hijo. No ha sido nada. Lo comprendo – su madre le acarició la mejilla, comprensiva. – No ha pasado nada. Y discúlpame tú también.
- No hay nada que perdonar – dijo Lucas. Le molestaba que su madre hablase de él con el general y que lo considerase tan normal, pero era verdad que no había hecho nada malo. Ahora que sabía cómo le sentaba quizá no volviese a hacerlo, o no volvería a contárselo, pero no estaba enfadado con ella. Había sido un pronto.
- Y tu padre estaría muy orgulloso – dijo su madre, reanudando el camino a la cocina, sin volverse. – No lo dudes.
Lucas la miró alejarse, sorprendido, esta vez sin poder contener las lágrimas.

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