miércoles, 1 de marzo de 2017

Cuatro Reyes - Capítulo XIX



Lo que no sabían los seis compañeros era que, debido a la columna de fuego que se arqueó en el cielo, visible desde la cordillera Oscura, los Innos habían abandonado sus posiciones en el frente. Su capitán, Zard el Dharjûn, no estaba allí con ellos para mantener el orden y la disciplina y los Innos, al ver el arco de fuego se asustaron, porque sabían lo que significaba: venía Thilt.
Los caballeros de Rodena, los hechiceros de Tâsox al sur y los bárbaros de Berilio al norte, aprovecharon esta situación para avanzar, persiguiendo y dando muerte a los rezagados. Los ejércitos y las tropas de los Cuatro Reinos entraron en Gondthalion.
Mientras perseguían a los escuadrones de Innos que huían y mientras buscaban la guarida de Kuliaqán (los Innos prisioneros en Sinderin, la capital de Rodena, habían acabado hablando, víctimas de las más terribles torturas, y habían dado el nombre del hechicero que estaba detrás de todo aquel plan y de aquella guerra) los seis compañeros contemplaban el nuevo relicario que apresaba a Thilt.
- ¿Conocíais todo este tiempo el conjuro que podía atrapar a Thilt y no lo habíais dicho? – preguntó el coronel Gulfrait, acercándose al hechicero, atónito y un poco molesto.
- No, ni mucho menos.... – explicó Eonor. – Lo que he hecho aquí es simplemente un hechizo para encerrar a un ser vivo en un recipiente.
- Lo usamos en Medin, para deshacernos de las ratas que se cuelan en el almacén de la tienda – apuntó Dim, con una risa.
- Es una medida provisional: tenemos que conseguir el grimorio de Kórac y entre los hechiceros más poderosos de Tâsox podrán encerrar definitivamente al Gran Hechicero Maligno Thilt en esta nueva prisión. Pero si tardamos demasiado, Thilt recuperará sus poderes y podrá salir de aquí sin ninguna dificultad....
- La columna de fuego vino de allí – señaló Remigius, señalando hacia el sur. – Quien tenga el grimorio estará en el origen, ¿no es así?
- Eso es – asintió Zanigra.
- Démonos prisa – terció Cástor, sacando su silbato de debajo de la camisa basta y soplando, largo y fuerte. Las cabras, que se habían alejado espantadas cuando la batalla había comenzado, volvieron, sumisas, ante la sorprendente llamada del pastor.



Los seis compañeros se montaron en las cabras y se alejaron de allí. Llevaban consigo el nuevo relicario, el que los Innos no habían conseguido en Berilio, en el que habían encerrado a Thilt. Zard había escuchado que era un encierro provisional, pero montados sobre aquellas cabras montesas no tardarían en llegar a la guarida del Sumo Sacerdote y se harían con el grimorio.
Zard estaba convencido. Aquel grupo funcionaba bien junto, lo acababa de comprobar. Además, sentía que el ejército había cruzado la cordillera Oscura y la guarida que Kuliaqán había elegido no estaba lejos de las montañas, así que esos seis tendrían el apoyo de los caballeros de Rodena, los hechiceros de Tâsox y los bárbaros de Berilio.
- Una lástima.... Estábamos tan cerca.... – se lamentó el Dharjûn. Pero tampoco estaba tan abatido: al menos había empezado una guerra, que se había mantenido durante días. Había habido muerte y destrucción, de la que se había alimentado con gusto. La venida de Thilt le habría proporcionado un periodo largo de bienestar, repleto de matanzas, dolor, muerte e injusticias, pero qué le iba a hacer. Las cosas no siempre salían como uno quería. – El caos es así: un individuo puede ser una variable determinante. Bueno.... hay más mundos....
Zard comprobó que el cuélebre estaba muerto, le pateó la cabeza, que osciló al final del largo cuello, se dio la vuelta y echó a andar, hacia el interior de Gondthalion.
Poca gente sabía que estaba implicado en aquello, pero prefería escapar y alejarse de las reprimendas.
No estaba preocupado.
Sabía que se libraría de aquello.
Como siempre.



Los seis compañeros viajaron durante todo el día y llegaron a la guarida secreta de Kuliaqán poco antes de que se hiciera de noche. Allí se encontraron con caballeros del ejército de Rodena y hechiceros del ejército de Tâsox. De esa manera se enteraron de que los Innos se habían retirado, perseguidos por los bárbaros de Berilio y por parte de los otros dos ejércitos.
Los soldados también les explicaron que habían encontrado el cadáver de uno de los antiguos Sumos Sacerdotes Oscuros, atrapado y destrozado bajo toneladas de rocas. El grimorio de Kórac estaba sepultado junto con él, pero el libro no había sufrido daños.
Sabía cómo protegerse él solo.
Entre Eonor y otros hechiceros del ejército de Tâsox realizaron el hechizo que consultaron en el grimorio, encerrando con seguridad y definitivamente a Thilt en el nuevo relicario de bronce.
Días más tarde, en una asamblea real en la que estuvieron presentes los cuatro reyes, se decidió que Thilt fuese arrojado a las simas de piedra fundida que había al este de la tierra de Gondthalion, de donde no se podía sacar roca aprovechable para construir. Se designó un grupo que llevaría a cabo la misión, entre los que estaban tres amigos que conocemos bien.
Pero ésa es otra historia.


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