sábado, 17 de marzo de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo IV (4ª parte)



LA LLAVE ES LA CLAVE
- IV -
NORI, CAPITAL MARINERA

Dos días después, poco antes del mediodía, “La gaviota dorada” arribó al puerto de Nori, la capital del reino de las islas Tharmeìon. La travesía había sido tranquila y el capitán había mantenido una marcha relajada, sin forzar las velas, pues el mar estaba algo picado una vez que llegaron al centro del estrecho de Mahmugh.
Cuando el barco atracó y los marineros aseguraron las amarras, los pasajeros esperaron en cubierta, con sus equipajes, a que los marineros colocaran la pasarela y a que el capitán Denzton les diera permiso para abandonar la balandra.
El capitán Denzton les deseó buena travesía en tierra y les agradeció haber elegido su barco para cruzar el estrecho. Todos los pasajeros le agradecieron el viaje y su trato tan cortés y después abandonaron “La gaviota dorada”, cada uno pensando ya en sus propios asuntos.
- Vaya a verme – le ordenó Gert Ilhmoras a Drill, cuando hubieron puesto el pie en el muelle de piedra de Nori. – Espere un par de días para que yo prepare al monarca y luego vaya al palacio a verme. Solicitaremos audiencia y podrá ver al rey.
- Ofrezco gratitud – Drill llevó el pulgar a la barbilla.
- No me la ofrezca todavía: esperemos a que el rey os reciba y atienda a vuestra petición, ¿digo bien? – sonrió Ilhmoras.
- Ea.
- Ea. Le veré pronto, señor Drill.
Gert Ilhmoras subió al carruaje que había ido a buscarle y después se alejó de allí rápidamente, a la velocidad que marcaron los dos caballos marrones que tiraban de la calesa. Drill lo vio irse, deseando que aquel encuentro se convirtiera en una ayuda y no en su perdición.
El otro pasajero había cruzado el muelle hacia tierra firme con paso decidido y las dos mujeres jóvenes se habían encontrado con un hombre sólo un poco más joven que mi antiguo yumón (su padre, supuso, por las conversaciones que habían tenido durante las comidas comunes) y las había acompañado y dirigido hacia la ciudad. Drill estaba sólo en medio del muelle, en el que sin embargo no dejaban de pasar estibadores y marineros, ocupados en sus quehaceres. Mi antiguo yumón se giró y se dirigió al capitán desde tierra.
- ¡Capitán Denzton!
- ¿Sí, mercenario? – el capitán acudió a la llamada, asomándose por la borda.
- ¿Podría indicarme una posada adecuada para un visitante que quiere dormir bien, gastar poco y no tener que pelearse con cucarachas ni con colchones llenos de bultos? – le preguntó. El capitán Denzton sonrió, divertido.
- Hay muchas posadas en el puerto y en la ciudad, pero yo sólo le recomendaría media docena, digo bien – asintió. – Si quiere ahorrar dinero sin perder en calidad y servicio le diría que fuese a la posada de Telly, a tiro de piedra de aquí. Está en la calle del peso, nada más salir del puerto, hacia el oeste. Busque una casa de tejado naranja con farolillos colgados de los balcones: no tiene pérdida. Y diga que va de mi parte, ea.
- Ofrezco gratitud y deseo prosperidad – Drill se llevó la mano a la cabeza y le dedicó el gesto respetuoso al capitán Denzton, cruzando una pierna por delante de la otra.
- Ofrezco y deseo igual, señor mercenario – el capitán imitó el gesto, demostrando que era hombre de modales y de mundo. – Que las corrientes le alejen de los arrecifes y le lleven a buen puerto, como decimos los de mi oficio.
Drill sonrió y asintió, despidiéndose de él agitando la mano, echando a andar hacia tierra firme. Salió del muelle y del puerto y tomó la gran avenida que salía de frente, tomando la primera bocacalle que había a la izquierda, al oeste. Allí, en aquella calle, a pocos metros, vio una gran casona de tejado naranja. Multitud de farolillos, en aquel momento apagados, destacaban en las ventanas y balcones de toda la fachada.
Era la posada de Telly, como le había indicado el capitán de “La gaviota dorada”, y resultó que Telly era la dueña, una mujer madura de unos cuarenta años, con el pelo negrísimo y los ojos claros, sin dejar ninguna duda de que era isleña de pura cepa. Era alta, bastante más que él, y su sonrisa era alegre y franca. El precio que le pidió a Drill por la habitación era muy aceptable, pero lo rebajó cuando mi antiguo yumón le dijo que iba de parte del capitán Denzton, e incluso le dio una pequeña llave para que tuviera acceso a un baño privado que había en la misma planta. Drill no supo cómo agradecer tantas atenciones y se dijo que dejaría buena propina cuando dejase la posada.
Cuándo sería eso, quizá ni Sherpú ni Dholôsan (el antiguo dios marino que adoraban los primeros habitantes de las islas) lo sabían con seguridad.


Nori es una ciudad rica, quizá no al estilo de la suntuosidad y lujo de las ciudades y pueblos más grandes de Darisedenalia, pero sí como las ciudades de Aluin o Escaste. Con su estilo propio, por supuesto.
La vida de los isleños (como se conocía en los Nueve Reinos a los tharmeìnos) era el mar y como tal lo aprovechaban y lo rememoraban en la mayoría de aspectos de su vida. La arquitectura no era ajena a esto. La mayoría de edificios y construcciones estaban fabricadas en madera (proveniente de los bosques de las dos cordilleras principales del archipiélago, Exo y Oxe) y la roca, traída hasta allí desde tierra firme, se destinaba a los grandes palacios y templos.
Las casas tenían excelentes tejados de lajas de pizarra (las cordilleras proveían de ella sin problemas), algunas pintadas y lacadas (como las de la posada de Telly) y en todas las fachadas se mostraba el escudo de la familia que allí vivía. Si los edificios eran públicos (como bibliotecas, almacenes de abastos o residencias y sanatorios) o eran bloques de viviendas (en los que vivían diferentes familias), el escudo de las fachadas era el de la familia real: dos tiburones saltando arqueados, con una cruz festoneada en el centro y la corona presidiendo el conjunto.
Había hasta cinco lonjas diferentes en toda la ciudad, de piedra y con tejados y marquesinas del mismo material y tejados de madera. El gran volumen de pesca que se movía en el reino tenía que tener una salida y muestra de ello también eran los muchísimos restaurantes y marisquerías que había por toda la ciudad.
En la posada de Telly se podía comer, pues la planta de calle albergaba (además de la recepción) las cocinas y una gran sala que servía de comedor. Allí, por cinco sermones a la semana o uno al día podían comer los huéspedes y cualquier comensal que entrara desde la calle. Drill aprovechó a comer allí, para poder descansar en su habitación después, pero por las noches, aprovechando que recorría la ciudad como cualquier visitante más, cenó en diferentes marisquerías, disfrutando de los cangrejos, gambas, almejas y percebes que se habían pescado aquel mismo día en los alrededores. Aunque su manjar favorito fue el pulpo, cocinado de dos maneras diferentes las dos noches que cenó en Nori.
La ciudad había nacido y crecido desde el puerto, eso era evidente en la disposición de las calles de la capital: había grandes y largas avenidas que surgían desde el puerto, como radios de una rueda, y que eran atravesadas por otras calles más cortas, algunas perpendicularmente y otras en diagonal. Había callejones entre estas avenidas y las calles, más pequeños y estrechos, más modernos, pero no por ello más oscuros y menos lujosos que el resto.
Visitó el palacio real (donde esperaba ver al rey en poco tiempo), los templos principales de Sherpú y Dholôsan, el museo del mar, la gran audiencia de cristal (una joya que refulgía con la luz del Sol poniente) y el palacio del marqués de Mahmugh, que estaba deshabitado en aquellos momentos, aunque cuidado y atendido por multitud de criados. El marqués estaba en su residencia principal, en la isla sur, ya que el marquesado en realidad pertenecía a aquella isla. En la ciudad de Suri era donde vivía en un palacio igual de lujoso que el que tenía en la ciudad de Nori, al que sólo acudía en la Tierra Marchita y cuando el rey le hacía llamar.
Drill disfrutó de la ciudad, que apenas conocía (no había realizado más que tres misiones en las islas Tharmeìon a lo largo de su carrera, dos en la isla sur y la tercera en Exo, la cordillera de la isla norte) y recorrió todas sus calles, maravillándose con lo que veía. Pero en realidad no estaba contento.
Tenía dudas y nervios por su próxima audiencia con el rey Vërhn y echaba de menos a Ryngo. Muchas veces, durante aquellos dos días de visitas y paseos por las calles de Nori, se había vuelto a mirarse los talones, donde siempre solía caminar trotando el pequeño zorrillo.
Pero cada vez se recordaba, con pena, que ya no estaba con él.

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