miércoles, 28 de marzo de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo IX (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- IX -
EL MARQUÉS DE MAHMUGH

Mostró el aval del rey en la puerta, a un criado alto y musculoso, que le dejó pasar después de revisar el documento. Otro criado igual de musculoso, aunque calvo y más moreno, le guio a la sala de audiencias del marqués. Le hizo esperar en la puerta y después fue a buscar al noble, que estaba en otras dependencias del palacio.
Al cabo de un rato un hombre de aspecto agradable, delgado y rubio, de ojos muy oscuros, se presentó ante Drill, acompañado por el mismo criado calvo, dos guardias armados y dos consejeros, hombre y mujer, vestidos con túnicas coloridas.
- Bittor Drill, ¿no es así? – preguntó, tendiéndole la mano al mercenario.
- Digo wen – asintió.
- Yo soy Rolamu, trigésimo segundo marqués de Mahmugh – se presentó el noble, mientras se estrechaban las muñecas. – Ya he visto el aval del rey que trae consigo, así que pasemos adentro.
El criado abrió la puerta de la sala y los demás pasaron dentro, con el marqués en cabeza y los guardias armados cerrando el grupo. Drill me confesó que se sintió cómodo desde el principio, por el clima del encuentro.
La sala de audiencias no era muy grande, aunque estaba construida en mármol blanco y su aspecto era muy lujoso e imponente. Tenía en el centro una mesa redonda, con varias butacas. No había distinción alguna en la mesa de madera maciza, aunque la butaca que ocupó el marqués tenía el respaldo más alto que las demás y el emblema de su marquesado en lo alto. A ambos lados se sentaron sus consejeros (la mujer a la derecha y el hombre a la izquierda) y el criado calvo y moreno se puso detrás de la butaca del marqués. Los dos guardias armados, que no tenían actitud amenazante, aunque sí intimidante, se colocaron tras Drill: mi antiguo yumón se dio perfecta cuenta de ese detalle, a pesar de que los dos guardias lo habían hecho con mucha discreción.
Estaba claro que Bittor Drill envejecía, pero no perdía del todo sus facultades.
- Muy bien, señor Drill, usted dirá – inició la conversación el marqués, recostado en su butaca, apoyado en los reposabrazos. – ¿A qué debemos su visita?
- Verá, marqués, he estado dos meses viviendo en el palacio del rey, bendecido con su hospitalidad – comenzó Drill, sin ser rastrero pero mostrándose educado. – Mi intención era conseguir algo para poder cumplir la misión en la que me veo inmerso. Ya sabéis que soy mercenario y debo cumplir las misiones que se me encomiendan.
- Desde luego – asintió el marqués. – ¿Es una misión de la Hermandad o de algún cliente privado?
- Es una tarea encomendada por un cliente privado, marqués. Un hombre rico de Barenibomur – explicó Drill. – Llevo mucho tiempo complicado con la tarea y en estos momentos necesito algo del reino de las islas Tharmeìon. Fui a ver al rey para solicitar su ayuda, creyendo que él podría hacerlo, pero es otro hombre quien puede ayudarme.
- ¿Acaso soy yo?
- No, mi señor marqués. Estoy en vuestro palacio porque necesito conocer y entrevistarme con Oras Klinton, el pintor real. Según el monarca él es el hombre que necesito.
- ¡Ah, bien! – se congratuló el marqués. – Oras se encuentra en Suri actualmente, por petición mía. Ahora que mi hija cumple la mayoría de edad quería encargarle un retrato suyo y también un gran mural de toda la familia reunida. Será una bonita pintura para decorar la gran sala de comensales.
Drill asintió, cortés. Nunca le había gustado la pintura y no entendía aquella manía de los nobles por dejar tras de sí retratos y óleos.
- Entonces solicito vuestro permiso para ver al pintor – rogó, humilde. – No necesito molestarle en sus trabajos, puedo entrevistarme con él mientras pinta o realiza sus tareas. No quiero retrasarle. Además, observar al gran genio mientras trabaja sería un honor – exageró un poco mi antiguo yumón, sabiendo que el pintor era muy querido en la corte y que de aquella manera se ganaría (quizá todavía un poco más) la simpatía del noble.
- No creo que él tenga ningún problema con eso, podrá recibiros en sus talleres – asintió el marqués. – Aunque ahora mismo, desde hace un par de días, Oras está en los acantilados del sur: me pidió permiso para ir a visitarlos, para estudiarlos y tomar bocetos. Son de una belleza imponente y era una oportunidad para el pintor para tomar medidas y modelos para futuros cuadros.
- Ya veo – se lamentó Drill. Pensaba que podría ver al pintor enseguida, tratar con él y ganarse su confianza y conseguir la llave en un par de días.
- Podéis esperarle en el palacio, faltaría más – asintió el marqués. – Si habéis sido huésped del rey bien podéis serlo mío.
- Ofrezco gratitud, marqués – asintió Drill, tocándose la barbilla con el pulgar repetidas veces. – Pero, ¿habría alguna posibilidad de ir hasta los acantilados para verle? No sé cuánto tiempo tardará en volver y lo cierto es que mi visita corre prisa. He de terminar mi misión cuanto antes.
- Por supuesto, sois libre de viajar a donde queráis – concedió el marqués, sonriendo. – Incluso dispondréis de una montura de la corte y una pequeña comitiva.
- No será necesario....
- De ningún modo, un invitado del marqués de Mahmugh debe ser atendido como merece – replicó el noble. – Hoy podréis pasar la noche en el palacio, en uno de los aposentos para invitados, y mañana organizaremos vuestra marcha. Los acantilados no están lejos y podréis llegar hasta Oras en una jornada.
- Gratitud y prosperidad.

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