martes, 3 de abril de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo X (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- X -
EL PINTOR DE LA CORTE

Le dejaron un bonito caballo del marquesado, todo lleno de tirabuzones y con una silla de gala. Además, dos guardias armados le acompañaron durante la marcha.
Marchando a buen paso, por una calzada adoquinada que se convirtió en un buen camino de tierra a unos veinte kilómetros de Suri, los tres jinetes llegaron a primera hora de la tarde al sur de la isla. Durante el viaje los dos soldados hablaron animadamente entre ellos y con Drill haciendo alarde de educación. Cuando mi antiguo yumón habló con los soldados como un hombre de armas más (al fin y al cabo los mercenarios lo somos) la charla se animó del todo y se hizo mucho más entretenida.
Cuando el Sol se alejaba ya hacia el oeste, los tres llegaron a una pradera cubierta de alta y frondosa hierba verde, con multitud de plantas y flores silvestres. Aquella pradera exuberante se extendía por una gran parte de terreno, hasta el borde de los acantilados. Una casa solariega, humilde pero de buena construcción y lujo modesto, se alzaba en medio de la pradera.
Frente a la casa, de una sola planta, alargada, con tejado de pizarra inclinado hacia atrás, pintada de blanco, había un hombre joven, de cabellos oscuros y tez muy pálida, en la que destacaban unos labios muy rojos y gruesos. Estaba ante un caballete colocado entre la hierba, con varios pinceles en una mesa auxiliar y una colección de diversos tarritos de cristal, llenos de pigmentos. En la mano tenía una paleta circular, llena de montoncitos de pintura, que mezclaba atentamente con un pincel, en proporciones que sólo él conocía.
Sin duda aquel hombre era Oras Klinton.
Cuando los tres caballos llegaron al paso al lado de la casa, de la fachada se separó una soldado, con armadura segmentada de cuero, espada en mano. Al ver que dos de los tres hombres a caballo eran compañeros suyos se relajó.
- Sí que habéis sido silenciosos: no os he oído llegar – dijo la mujer.
- Buena guardiana estás tú hecha – bromeó uno de los guardias que acompañaban a Drill.
- ¿Ocurre algo? ¿Venís con un mensaje del marqués? – Oras Klinton dejó la paleta y el pincel en la mesita y se acercó a Drill. Imagino que le había confundido con un heraldo o con un criado del palacio: la apariencia de Drill tenía que ser cuando menos divertida y extraña, con los pantalones de tela de gabardina y la camisa elegante de color azul con bordados en plata, todo eso unido al parche en el ojo, las cicatrices de la cara y la barba y los cabellos grises y poco arreglados y peinados.
- Vengo desde el palacio del marqués, pero no de su parte – explicó Drill, desmontando del caballo con habilidad, a pesar de su corta estatura. – Me ha dado permiso para venir a veros.
- ¿Sois un admirador?
- En cierta manera – contestó Drill, diciendo una
parte de mentira y una parte de verdad, estoy segura que con su sonrisa infantil. – He venido a conoceros y a tratar con vos. Creo que podríais ayudarme en una tarea que tengo por delante.
- Sois mercenario, por lo que veo – apuntó el pintor, señalando el colgante de hilo que llevaba al cuello, aunque también se había percatado de la pieza de oro en la empuñadura de la espada decorada de la cadera. – ¿Cuál es esa tarea en la que puedo ayudaros?
- Ya hablaremos de ello, si os parece bien. Por ahora sólo querría veros pintar y charlar tranquilamente, siempre que no os moleste.
- ¡¡Desde luego que no!! – se alegró el pintor: a todos los artistas les gusta tener admiradores y público. – ¡Kharla! ¡Kharla!
Una mujer delgada y bajita, más que Drill, salió de la casa, sorprendida al encontrar allí a tanta gente nueva. Llevaba el pelo negro con franjas grises recogido en un moño tirante y sus humildes ropas cubiertas por un delantal. Era la criada destinada por el marqués para atender al pintor de la corte durante su escapada a los acantilados.
- ¿Sí, señor?
- ¿Tenemos comida suficiente para invitar a cenar a nuestros espontáneos invitados? – preguntó Oras Klinton.
- Desde luego, señor Klinton – asintió la mujer, nada acobardada, muy resuelta. – La despensa está bien surtida.
- Bien. Prepara una cena para seis, entonces.
- De acuerdo.
Kharla la criada volvió dentro. Los tres soldados (los dos que iban con Drill y la que cuidaba del pintor) se habían unido, un poco apartados, hablando animadamente de sus cosas, poniéndose al día. Drill los miró con cierta envidia: se sentía más próximo a ellos que a todos aquellos juegos de corte que llevaba realizando desde hacía un par de meses. Pero, como un profesional, se volvió a Oras Klinton.
- Ofrezco gratitud.
- Ofrezco igual – sonrió el pintor. – Hacía tiempo que no escuchaba esa fórmula, propia del continente. Creo que podrá contarme muchas cosas, antes de la cena, señor mercenario.
- Mi nombre es Bittor Drill.
- Encantado, pues.


Pasó toda la tarde al lado del pintor, observando cómo preparaba los colores y cómo pintaba después con ellos. Oras Klinton era un hombre muy agradable, un poco afectado por la fama que estaba adquiriendo, pero según Drill un buen tipo después de todo. Le contó sus anécdotas en la corte (aquellas que se podían contar, respetando el decoro de sus majestades) y con el paso del tiempo empezó a comportarse menos estiradamente y con más comodidad, hablando de su vida de pintor antes de caerle en gracia al rey Vërhn y de trasladarse a Nori. Drill respondió a sus preguntas curiosas sobre la vida de un mercenario y éste le contestó con franqueza, aunque sin tocar el tema de su misión actual. Oras Klinton tampoco preguntó.
Cuando las sombras ocuparon su lugar en el mundo Kharla salió de la casa, para llamar a gritos al pintor, regañándole por quedarse fuera hasta tan tarde. Lo cierto es que Drill asegura que el tiempo fue muy bueno, para ser finales de mayo, y que daba gusto estar al aire libre, disfrutando del frescor de la inminente noche, sin sentir frío. Pero la criada cuidaba del díscolo pintor como si fuese una madre, así que les hizo entrar y prepararse para la cena. El pintor se aseó, limpiándose los restos de pintura de los dedos y manos con un quitaesmalte, mientras la soldado (llamada Bêrtha) le indicaba a Drill su habitación.
Una vez colocado su pequeño equipaje en la habitación (pequeña, pero cómoda y elegante) se reunió con los demás en el comedor, que era amplio y estaba conectado con la cocina por una puerta de vaivén. En la mesa ya estaban sentados los tres soldados, en un extremo, y Kharla le indicó que se sentara en el otro, en uno de los sitios que estaban libres. Drill así lo hizo y cuando Oras Klinton llegó por fin se sentó presidiendo la mesa, en el extremo libre. Kharla sirvió la comida (puré de patatas, codornices asadas y manzana y cebolla confitadas como acompañamiento) y después se sentó frente a Drill.
En aquella casa comían todos juntos y aquello le sorprendió y le gustó mucho a Drill. En realidad no había nadie noble ni con cargos importantes allí, así que todos compartían la misma mesa y la misma comida, al mismo tiempo, dando oportunidad para charlar todos juntos. Los soldados bromeaban por su lado, recordando acciones pasadas y meteduras de pata de los tres presentes y de otros compañeros comunes. Las anécdotas hicieron reír a todos, aunque después Oras Klinton se puso a hablar de pintura con Drill, que como ya les he dicho apenas tenía idea (como mucho sabía qué colores de obtenían al mezclar unos con otros, y sabía diferenciar un retrato de un bodegón o un paisaje), así que se limitó a asentir y a hacer alguna pregunta cuando convenía. Kharla presenció la conversación en silencio, aunque de vez en cuando apuntaba alguna cosa, contradecía las opiniones del pintor o corroboraba alguna información. También dijo unas tres o cuatro veces que no comían casi nada y que se iban a quedar raquíticos si no se terminaban las viandas.
Al terminar la cena, después del postre (una deliciosa ración de flan de huevo hecho por Kharla para la ocasión), Oras Klinton invitó a salir a Drill afuera, a fumar una pipa. Drill aceptó salir al fresco con mucho gusto, pero declinó la oferta de la pipa: había comprado tabaco de liar en Nori y aún no lo había probado, así que se lio un cigarrillo mientras el pintor cargaba la cazoleta de su pipa. Después mi antiguo yumón encendió una cerilla y usó la llama para prender fuego al tabaco de los dos.
Estaban sentados en un poyete de piedra adherido a la fachada, a la izquierda de la puerta, entre las dos ventanas que daban al pasillo distribuidor. El campo apenas se veía, pues la noche era oscura: no llovía, pero el cielo estaba cubierto de nubes grandes, que ocultaban las estrellas y las lunas. Los embates del mar contra los acantilados cercanos se escuchaban con facilidad y el estruendo era una base de fondo muy agradable.
- Dispense que sea tan directo, señor Drill, pero me cae usted muy bien y no quiero enredarme con zarandajas – dijo el pintor, después de dos chupadas seguidas a su pipa. – Usted no sabe nada de pintura, ¿ea?
Drill lo miró un instante, fijamente, trabajando rápidamente en una respuesta. Decidió, al final, que la táctica del pintor era la adecuada y no se anduvo con rodeos.
- Nada, decís bien.
- Probablemente mi nombre le sonara, pero no tenía ni idea de lo que he hecho hasta ahora, ¿me equivoco?
- Hasta ahora es usted certero como el carpintero que da en el clavo – asintió Drill, utilizando una expresión de Ülsher.
- Así que usted no está aquí por mi pintura, ni porque quisiera conocerme ni verme trabajar – Oras Klinton no parecía enfadado. Aspiró tranquilamente el humo de su pipa y después lo expulsó con delicadeza, volviéndose luego a Drill. – No me malinterprete, no estoy molesto, pero entonces ¿por qué está usted aquí?
- Porque puede usted ayudarme en mi misión – asintió Drill, sujetando el cigarrillo apartado de su boca.
- ¿Y qué misión es ésa? – se interesó por fin el pintor.
Drill suspiró, dando después otra calada a su cigarrillo. Esperaba haber tratado más tiempo con el pintor antes de plantear la cuestión.
- Necesito la llave de la tumba de Rinúir-Deth que usted guarda. El rey Vërhn me ha dado permiso para pedírsela y usarla, en el caso de que usted me la ceda.
El pintor alzó las cejas, sorprendido, pero ningún otro gesto o mueca dejaron ver sus sentimientos o pensamientos. Se quedó un rato inmóvil, mirando hacia la pradera casi invisible por la oscuridad de la noche, fumando de su pipa, pensativo.
- Déjeme que reflexione sobre esto, señor Drill – dijo al fin, con voz seca. – Es muy curioso lo que usted me pide. Y puede ser peligroso para mí y para el monarca de las Tharmeìon. Debo pensarlo....
- Desde luego, digo wen....


Drill durmió mal aquella noche. Lo recuerda bien y fue muy específico en esos detalles.
No vio nada convencido al pintor cuando fumó a su lado, en el exterior de la casa. Ni parecía cómodo y jovial cuando se despidieron y cada uno se fue a su habitación, a pasar la noche. Los soldados sí que se despidieron con cierta algarabía (quizá provocada por el aguardiente que tomaron después del postre) y Kharla le indicó dónde tenía la ropa de cama, dónde había más mantas y le dio una jarra para que llenara en la bomba que había en la cocina, para tener agua por la noche y para el amanecer. Pero el pintor se despidió de él fríamente, inmerso en sus pensamientos y reflexiones. Estaba muy serio.
Aquello no le gustó nada a Drill, no le tranquilizó, así que le hizo pasar mala noche, revuelto y pensativo también. Se preparaba para lo peor, que el pintor le dijera que no le prestaba la llave. ¿Qué opción le quedaba entonces? Tendría que robarla, pero no lo haría con aquellos soldados delante. Tendría que fingir que volvía a Suri, incluso presentarse ante el marqués y convencerle de que no pasaba nada por no tener la llave, y después volver furtivamente a la casa solariega y robarle la llave al pintor, tratando de que no se lo impidiera la diestra Bêrtha.
A la mañana siguiente se presentó un poco ojeroso al desayuno, que Kharla sirvió para todos en el mismo comedor. Drill compartió la mesa, la fruta, el queso y las tostadas con ellos y con la criada, pero el pintor no se levantó a la vez que los demás. A Drill aquello le olió mal.
Cuando todos estaban terminando y Kharla ya recogía la mesa, Oras Klinton llegó al comedor, desde el pasillo distribuidor de la casa. Todos le saludaron con buen ánimo, excepto mi antiguo yumón, que lo miró expectante. Kharla hizo alguna broma sobre que se le habían pegado demasiado las sábanas y el pintor rio.
- Prepárame un par de tostadas, Kharla, si a bien tienes – rogó el pintor, con la sonrisa en la cara. – Las tomaré en un momento. Ahora dispénsame, tengo que hablar con el señor Drill.
Le indicó con un gesto que lo siguiera y Drill fue detrás de él al exterior. Se detuvieron a unos metros de la casa, en medio de la alta hierba. El viento matutino les zarandeó las ropas y los cabellos e hizo ondear la hierba como si de un mar verde se tratara.
- Señor Drill, he reflexionado mucho sobre lo que me pidió ayer. Lo he hecho antes de dormirme, y he dormido muy bien, lo que me indica que he tomado la decisión correcta.
- Ea – dijo Drill, sin saber qué más podía decir. Se temía lo peor.
- He decidido que le prestaré la llave para que cumpla su misión, dejándole claro que debe devolverla en cuanto acabe con ella – expuso Oras Klinton, levantando el ánimo de mi antiguo yumón al momento. – Pero se la daré con una condición.
- Usted dirá – contestó Drill, sonriendo como un chiquillo.
- Iremos a Suri y le pediremos permiso al marqués para volver a la capital. Una vez allí, en Nori, le haré entrega de la llave en presencia del monarca. Sé que soy el guardián de la llave, pero quiero que el rey sea testigo de la entrega. Es mucho lo que él también se juega al prestarle la llave a un extranjero. Una vez hecho eso, es libre de hacer con ella lo que tenga que hacer, pero deberá devolvérmela en Nori, ante el monarca otra vez.
- Digo wen, ofrezco gratitud.
- Debo pedirle otra cosa, antes de que volvamos a Suri – le cortó el pintor. – Le pido que nos demoremos aquí otros tres días. Creo que es tiempo que necesitaré para tomar bocetos de los acantilados, para futuras pinturas y proyectos. Esperaba pasar aquí más tiempo, tomándomelo con mucha calma, pero sé que debe darse prisa – terminó con una mueca, divertida más que dolorosa. – Estoy muy a gusto aquí, alejado un tiempo de la corte, pero trabajaré rápido, pues entiendo que usted tiene prisa en cumplir su misión.
- Ofrezco gratitud y deseo prosperidad – dijo Drill, emocionado, tocándose muchas veces la barbilla con la punta del pulgar. Después hizo la reverencia elegante, con el canto de la mano en lo alto de la cabeza y la pierna derecha sobre la izquierda. – Una y mil veces.
- Vamos, vamos – le dijo el pintor, sonriendo un poco azorado, cogiéndole por los hombros. – No me dedique tanto boato. Acompáñeme a desayunar y después ayúdeme a realizar mi trabajo con rapidez. Así estaremos listos de aquí a tres días para volver a Suri.

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