sábado, 21 de abril de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo XIV (4ª parte)

LA LLAVE ES LA CLAVE
- XIV -
AMIGOS ENTRE REJAS

Drill y Oras Klinton pasaron días en aquellas celdas, sin recibir visitas ni sufrir interrogatorios. Tan sólo les llevaban de comer tres veces al día y un vigilante entraba de vez en cuando a comprobar que todo seguía en orden.
Comían mejor que en el barco y ya no estaban encadenados. Al menos habían mejorado en eso. El tiempo en Raj’Naroq era agradable, con el Verano en su final, así que no necesitaban manta para dormir en los estrechos e incómodos catres, pero los naroquienses se las dieron igualmente. Tenían agua suficiente para beber todos los días, aunque no para lavarse y asearse. Aun así, los dos rehenes hacían lo que podían con el cubo de agua, lavándose por partes, como los gatos. Tardaron una semana en acostumbrarse al agua de bebida y a no pasarse toda la tarde en el cubo de desperdicios, aliviando sus maltratadas tripas.
Durante aquellos primeros días, como estaban solos en el calabozo, cada uno en su celda, sin guardias ni otros encarcelados, Drill y Klinton hablaron mucho, tratando de evadirse de aquella situación. Drill le habló de la vida de mercenario, de misiones pasadas y de lo que pretendía hacer cuando acabara su misión, aunque en aquellos momentos no tenía muy claro cómo iba a ser su futuro. Oras Klinton le habló de sus vicisitudes en la corte y de sus correrías como pintor afamado que estaba siendo en aquellos días, o que al menos había sido, porque no sabía tampoco cómo iba a ser su futuro.
O siquiera si lo iban a tener.
Estas conversaciones, además de para animarse y evadirse de su penosa situación, sirvieron para que los dos ganaran en confianza y se tomaran un gran cariño mutuo.
Pasados unos diez días, un guerrero con pulseras de plumas en los antebrazos y los hombros llegó hasta ellos. Los miró serio y ceñudo, como todos, pero también inteligentemente, valorándolos para algo.
- Tú – dijo por fin, en la lengua oficial, no en su dialecto. – Vendrás conmigo.
A continuación entró otro guerrero, sin tantos adornos, y abrió la puerta de la celda de Oras Klinton, sacando al prisionero y llevándoselo del edificio. El primer guerrero, que estaba claro que era un oficial o un jefe o algo así, lanzó una mirada vigilante a Drill y después se fue.
Drill estuvo solo unas horas, preocupado y nervioso, pensando en lo que podrían estar haciéndole a Klinton. Si le querían vivo para pedir un rescate no le estarían torturándolo, pero ¿y si los naroquienses se habían puesto en contacto con el rey de las islas Tharmeìon y no habían recibido respuesta? ¿Y si se habían negado a pagar?
Cuando por fin trajeron de vuelta a Klinton comprobó, con alivio, que estaba intacto y no había sufrido daños. No pudo hablar con él, porque inmediatamente, en realidad mientras todavía metían a Klinton en su celda, abrieron la puerta de la suya y le sacaron de allí.
Los dos guerreros (el sencillo y el más emplumado) le sacaron del edificio de las celdas y le metieron en un carro cerrado, con el que no pudo ver el exterior. Tras un recorrido de unos pocos minutos el carro se detuvo, lo sacaron de él y le metieron rápidamente en una cabaña solitaria, también de ladrillos y con el techo de basalto.
La estancia era pequeña y tenía dos taburetes. En uno sentaron a Drill, que seguía sin grilletes, aunque un poco confundido por todo aquel trajín. En el otro, frente e Drill, se sentó el guerrero de las pulseras con plumas que les había ido a buscar a la celda.
- ¿Y tú quién eres? – preguntó bruscamente.
Drill valoró contestarle con la misma brusquedad, valoró pedirle explicaciones antes de contestarle, valoró contestarle con sinceridad. Todas aquellas valoraciones en sólo un segundo.
Optó por darle un poco de teatro al asunto. Según sus hipótesis aquellos guerreros naroquienses iban a por Klinton y se le habían llevado a él de rebote, así que tenía que tratar de que siguieran pensando que era alguien importante.
- Soy Bittor Drill.
- ¿Y qué hace Bittor Drill en las islas Tharmeìon? – preguntó el guerrero. Hablaba con un acento cerrado, pero se le entendía.
- ¿Cómo que qué hago? Es mi hogar. Soy.... ministro en la corte del rey Vërhn – aseguró, con vehemencia.
El guerrero se irguió en su taburete, mirando con suspicacia al mercenario.
- ¿Ministro? ¿Qué es eso?
- Soy un consejero – aclaró Drill. – Esa palabra sí que la conoces, ¿verdad?
El guerrero lo miró achicando los ojos, tratando de discernir si el prisionero le estaba ayudando o mofándose de él. Drill adivinó la duda en aquella mirada y volvió a hablar.
- Entiendo que nuestra lengua puede ser complicada, discúlpame. Soy un consejero del rey, le ayudo con los temas referentes a las montañas del reino y sus pobladores – inventó sobre la marcha, sin estar muy seguro de si había exagerado. Lo hiciera o no, sus palabras parecieron convencer al guerrero.
- ¿Y qué hacías en los acantilados con el pintor?
- Simplemente le acompañaba – trató de sonar convincente. – Me gusta mucho su pintura y cuando el rey le dio permiso para ir a los acantilados del sur a pintar, solicité acompañarle, para verle realizar sus obras.
El guerrero que tenía delante parecía creer sus palabras. Era cierto que lo habían encontrado armado, pero la mayor parte de la población de Ilhabwer iba armada. Además, las ropas elegantes que le había cedido el rey inclinaban a su favor su historia.
- Bien – asintió el guerrero, al fin. – Veremos cuánto sacamos por ti.
- ¿Sacar? – Drill se hizo el ingenuo.
- Illhu erquestar. Eres nuestro prisionero hasta que tu rey pague por ti – dijo el guerrero, poniéndose en pie. Entraron dos guerreros más e hicieron levantarse a Drill.
- Oiga, verá, no sé si mi rey.... – Drill fue sacado de la cabaña casi en volandas. Empezaba a temer que su historia se desarmase si el rey Vërhn les contaba a aquellos guerreros que en realidad era un mercenario de Ülsher. O peor, si se negaba a pagar su rescate.
- Silencio – ordenó el guerrero que parecía el jefe, mientras los otros dos le metían en el carro cerrado. Le condujeron de nuevo al edificio de las celdas y lo metieron de nuevo en la suya, frente a Oras Klinton, que estaba muy nervioso esperándole.
- Parece que tenías razón – le dijo el pintor, a modo de bienvenida. – Sólo quieren dinero por nosotros.
- Ahora esperemos que tu rey pague....
- No estoy muy seguro de eso.... – replicó Oras Klinton, torciendo el gesto. – El rey considera a los naroquienses unos bárbaros. Siempre ha tratado de evitar tener relaciones con ellos, más que las estrictamente necesarias, las que la diplomacia exige. No estoy seguro de que se digne a negociar con estos guerreros....
- Pero si no negocia perderá a su pintor de cámara – argumentó Drill, pensando más en que su salvación pasaba porque el rey quisiera salvar a Oras.
- Eso lo lamentará, espero. Aunque podría hacerse con otro pintor en cuestión de días – Oras Klinton se encogió de hombros, dejando muy claro lo que pensaba de su monarca (o de todos en general) y demostrando que sabía muy bien que su sitio no era inamovible y su fama efímera. – Además, no sé si habrá dinero para pagar un rescate. Depende lo que pidan los naroquienses.
- Pero tu rey es rico....
- El rey es rico, es cierto, pero el reino es pobre – explicó Oras, con una mueca de disgusto y disconformidad. – El rey nunca pagaría un rescate con su tesoro y si lo hace de las arcas del reino puede arriesgarse a malestar y revueltas. La gente está muy preocupada por los bajos beneficios que tiene el reino y no quiere que se malgaste lo que hay.
Drill se pasó la mano por la cara, apurado. Su esperanza se había desvanecido con un par de frases de Oras, al que no consideraba pesimista ni cenizo. Si el pintor decía aquellas cosas no era porque se pusiera en el peor de los casos, sino porque era la realidad. Parecía que iban a estar en aquellas celdas un buen tiempo, sin saber en ningún momento si iban a ser liberados porque el reino de las islas Tharmeìon había pagado el rescate.
¿Y si el rey aceptaba pagarlo, pero sólo por uno de ellos dos? Estaba claro que primaría a su súbdito y pintor favorito, antes que pagar por el extranjero.
Drill suspiró, lamentando su situación.
Todo por culpa de aquella caja estúpida, que para colmo había perdido de vista, pues los naroquienses se habían quedado sus cosas.
Si al menos pudiesen escapar de allí....

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