lunes, 23 de abril de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo XV (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- XV -
ESCAPE

Tras las “entrevistas” que tuvieron con los dos, los guerreros naroquienses les llevaron, al cabo de un par de días, todas sus pertenencias. Al menos aquéllas que habían encontrado junto a ellos al raptarlos en los acantilados.
La cesta grande en la que llevaban el vino y las viandas fue llevada por dos guerreros, acompañados por un tercero. Éste abrió la puerta de la celda de Oras Klinton y los otros dos metieron la cesta allí. Después se fueron, sin decir palabra.
Drill, un poco ansioso, se dirigió a los barrotes de su celda, agarrándose a ellos, observando cómo el pintor abría la cesta y comprobaba lo que había allí dentro. No quedaba rastro de las botellas de vino, ni del queso, el pan y la fruta. Estaban dentro todos sus útiles de dibujo, además del caballete. Los dibujos que había realizado el día del rapto estaban también en la cesta, aunque no habían sido tratados con consideración: la mayoría estaban doblados, con el carboncillo corrido y había hasta uno roto.
- ¿Mis cosas están ahí también? – preguntó Drill.
Klinton sacó entonces la bolsa en la que Drill llevaba sus cosas y se la pasó entre los barrotes, tirándola de una celda a la otra. Drill abrió la bolsa bandolera y encontró allí los cubiertos de madera, su petaca de cuero con la picadura de tabaco y la pequeña cartera, que estaba vacía: los guerreros naroquienses habían aprovechado los pocos sermones que allí había, como propina del rescate que pretendían obtener.
Drill sintió que se le encogía la respiración al no encontrar la caja de Karl Monto entre el resto de sus cosas.
- Y esto, que estaba en el fondo de la cesta – dijo Klinton desde su celda. Drill lo miró y suspiró aliviado, al ver que tenía la dichosa caja en las manos. – Esto tiene que ver con tu misión, ¿ea? ¿Puedo ver lo que contiene?
Drill se encogió de hombros.
- Adelante.
Oras Klinton levantó la tapa taraceada y observó con detenimiento el interior, mientras el resplandor dorado le bañaba la cara.
- ¿Qué es esto? – acabó preguntando.
- Se supone que es el símbolo del amor de una pareja de casados. O una muestra de su compromiso de muchos años – explicó Drill, algo confuso. – En realidad no estoy muy seguro.
- Yo tampoco lo entiendo – contestó Oras, encogiéndose de hombros, con una mueca de ignorancia en la cara. Era tan divertida que hizo reír a Drill. El pintor cerró la caja y se la pasó al mercenario por entre los barrotes, tirándosela. Drill la tomó y la metió en la bolsa.
Lo cierto era que le importaba poco la caja, aunque su honor de mercenario le impedía ignorar la misión, sobre todo en aquellos momentos en los que estaba tan cerca de poder cumplirla por fin. Pero, en realidad, en aquellos instantes estaba más preocupado por ciertos apuros más importantes y más apremiantes: estar encerrado en un calabozo de Raj’Naroq era más preocupante que haber dejado en pausa su misión. Aun así, y de todas formas, se sintió más tranquilo al saber que volvía a tener la caja a mano.


Dos días después, mientras comían el rancho que les habían bajado para cenar, Drill tuvo una idea. Se quedó con el trozo de carne de lagarto a medio camino entre el plato de hojalata y su boca, pinchado en el tenedor de madera. Dejó el tenedor con la carne en el plato y apoyó también el cuchillo de madera al lado, mientras miraba la puerta de su celda.
Estaba sentado en el catre, con las piernas cruzadas (aunque sus rodillas le mandaban mensajes de dolor de vez en cuando) y el plato sobre ellas. Frente a él, en su celda, Oras Klinton comía de una forma similar su ración.
Drill observó detenidamente al puerta de su celda y después contempló con detenimiento la puerta de la celda de su compañero, con especial atención a la cerradura. Maquinalmente, sin pensarlo, se llevó el tenedor a la boca, masticando la carne (sabrosa y bien cocinada), cogiendo sin darse cuenta el cuchillo con la mano derecha.
- Oras, si pudiéramos escapar.... ¿tú lo harías? – preguntó de sopetón.
- ¿Qué?
- Si tuviéramos una posibilidad de escapar, ¿la aprovecharías? ¿Vendrías conmigo? ¿O esperarías al supuesto rescate del rey?
Oras Klinton lo miró fijamente, con la cara pensativa. Drill tenía claro que él escaparía si tuviera la ocasión: no se fiaba mucho de que el rey fuese a pagar el rescate y, en caso de que lo hiciera, se temía que no sería por los dos. Pero dudaba de las intenciones de su nuevo amigo. Al fin y al cabo, Oras Klinton era súbdito del reino de las islas Tharmeìon y era un miembro destacado de la corte, favorito del rey y de la reina. Tenía muchas posibilidades de que el soberano quisiese verle libre de nuevo.
Oras se pensó mucho la respuesta, Drill supuso que por todas aquellas consideraciones, pero al contestar al final fue tajante y estaba seguro de sí mismo.
- Sí. Escaparía contigo – contestó, Drill no supo si por lealtad a él o porque Oras no se fiaba tampoco de la recompensa que supuestamente iba a enviar el rey. Fuera como fuese, Oras Klinton estaba dispuesto a jugársela, acompañando a Drill, y eso a este le reconfortaba y le alegraba.
Drill asintió, satisfecho y Klinton enarcó una ceja.
- ¿Por qué? ¿Estás tramando algo?
- Puede ser – dijo Drill, con el cuchillo de madera de rhalá en la mano. – Por ahora cena tranquilo. Esperaremos a que vuelva el guardia a recoger los platos.
Así lo hicieron. Cuando el guardia naroquiense bajó al calabozo y recogió los platos con los restos de la cena los dos prisioneros se los entregaron y se volvieron a sus catres. Normalmente, todos los días después de cenar, se acostaban en sus respectivos catres e intercambiaban unas pocas palabras, antes de dormir. O de quedarse cada uno en silencio en su propio camastro, mirando a la oscuridad.
Pero aquel día ninguno de los dos se durmió. Esperaron en silencio, aguzando el oído, escuchando los sonidos de los guardias que venían del piso de arriba. Oras Klinton esperaba expectante, sin saber qué tenía previsto mi antiguo yumón. Drill esperaba al momento más adecuado para actuar.
Dejaron pasar una hora, en silencio los dos, alertas. Entonces, y sólo entonces, cuando Drill no escuchó pasos en el piso superior, se levantó del catre, con el cuchillo de madera en la mano. Fue hasta los barrotes, tanteó con las manos por fuera, y cuando encontró la cerradura introdujo el cuchillo y empezó a forzar el cierre con él. Klinton también se había levantado y veía hacer a su compañero, en la oscuridad.
- ¿Crees que eso funcionará? – susurró.
- Sé que funcionará – contestó Drill, con más fe de la que la realidad aconsejaba. – Lo que necesitamos es que funcione rápido.
Dril estuvo un cuarto de hora, más o menos, hurgando con el cuchillo en la ancha cerradura. Aquello fue lo que le permitió forzarla, introduciendo la hoja del cuchillo en su interior, forzando los dientes con la punta. Después de mucho hurgar, consiguió que la cerradura saltara, giró el cuchillo y pudo abrir la puerta.
La cerradura de Klinton tardó mucho menos en abrirla, pues la tenía de frente y ahora ya sabía cómo obrar con el cuchillo para forzar el cierre. Cuando el pintor estuvo libre salió de la celda y abrazó a Drill. Después entró en la celda de nuevo y tomó sus bocetos en papel e hizo un hatillo con un pedazo de manta, para guardar sus lápices, carboncillos, pinceles y demás útiles.
Drill entró también en su celda, recogiendo la bolsa, asegurándose de que todo lo que tenía estaba allí dentro. La caja coronaba todo el montón de cosas y Drill asintió satisfecho antes de salir de nuevo de la celda y acompañar a Klinton hacia las escaleras que subían al piso superior.
Los dos presos anduvieron con mucho cuidado y cautela. La escalera era de piedra, así que no emitieron crujidos o gemidos delatores, como hubiese ocurrido con una de madera. Al llegar arriba, a la casa, no encontraron a ningún guardia, así que Drill guio a Klinton hacia la parte trasera. Mi antiguo yumón siempre dice que tuvieron mucha suerte aquella noche. Los guardias que estuviesen cuidando de la casa debían estar en otra habitación, o incluso en la puerta (la noche era agradable para estar al aire libre), y por eso no se encontraron con ninguno.
Drill y Klinton salieron de la casa por la parte trasera, por una ventana a la que cerraron los postigos al salir a la calle, para disimular. Agachados, casi en cuclillas, los dos se escurrieron entre las sombras de la noche, de casa en casa, todas de ladrillos de barro cocido. La gente de aquella parte de la ciudad no estaba dormida, al menos toda no, porque escucharon conversaciones al otro lado de las ventanas e incluso música de una guitarra en una casa, pero no vieron a nadie por la calle. Los naroquienses se habían retirado a sus hogares, aunque no para dormir, sí para estar a cubierto y relajados.
Drill y Klinton se alejaron de la casa del calabozo serpenteando por entre las casas de la zona, llegando a un establo abierto. Parecía un establo abandonado, por el aspecto del techo y de las paredes, aunque había tres caballos allí resguardados. Pero lo que de verdad les interesó fue encontrarse con el carro-jaula que los había llevado hasta allí.
- Usaremos eso – susurró Drill, señalando.
- ¿Eso? – se sorprendió Klinton. – ¿Quieres que volvamos a montar en eso?
- Es seguro y equilibrado, para poder correr con él – explicó mi antiguo yumón, que se había fijado al ser trasladado hasta Duk’ja. – Además, si nos topamos con algún grupo de guerreros o de ciudadanos, podemos pasar por esclavista y esclavo.
- ¿Aún hay esclavos en Raj’Naroq? – preguntó Oras, sorprendido.
- Me temo que sí.
Se pusieron manos a la obra, enganchando un caballo al carro y sacándolo a la calle. Dejaron la puerta de la jaula abierta, para que Oras pudiera ir dentro pero no sentirse atrapado. Drill condujo el carro.
Corrieron a toda velocidad durante la noche, atravesando los campos cercanos al río Dracon. Drill y Klinton vigilaron el río, con sus meandros y curvas que acercaban el curso a ellos o lo alejaban. Seguir el río era el camino más seguro para llegar hasta el mar, así que no debían desviarse ni perder de vista su curso.
Al alba llegaron a la costa. Había barcos pesqueros que ya habían salido a faenar, que se podían ver desde la orilla. Drill y Klinton habían llegado a una playa arenosa, no a una zona portuaria, así que estaban a salvo de miradas indiscretas. Dejaron allí el carro-jaula abandonado, buscando con prisa una embarcación como las que veían a lo lejos: no sabían si los guardias abrían descubierto ya su ausencia, si habían controlado las celdas durante la noche o habrían bajado a verles con las primeras luces del día, así que querían estar en el mar cuanto antes.
Recorriendo la playa a lo largo dieron al fin con una barca de remos que estaba por encima de la línea de la pleamar. Estaba asegurada amarrada a una estaca que estaba clavada en la arena seca de la playa. No estaba abandonada, pues estaba en buen estado, cuidada y reparada. Por allí no vieron a su dueño, así que supusieron que su casa estaría por allí cerca.
Se dieron mucha prisa. Klinton soltó la cuerda y se montó de un salto dentro, mientras Drill empujaba la barca de nuevo al agua (notando cómo algunos de sus huesos y articulaciones se quejaban). Cuando la barca ya flotaba y mi antiguo yumón tenía el mar por las pantorrillas, saltó dentro.
Cada uno de los dos tomó uno de los remos, se sentaron en los bancos transversales que había en el interior y comenzaron a remar, para alejarse de la costa lo más posible.
Al principio lo hacían descoordinados, sin ser efectivos, pero al cabo de unas decenas de metros y unas cuantas paladas, los dos remaron como si lo hubieran estado haciendo juntos toda la vida.

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