sábado, 28 de abril de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo XVIII (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- XVIII -
UN ENCUENTRO INESPERADO (Y FELIZ)

Drill marchó al día siguiente, siendo despedido en el muelle por Oras Klinton, Gert Ilhmoras, Telly la posadera y muchos miembros más del palacio real, con los que había hecho buenas migas. El rey lo despidió en palacio, así como la reina y sus dos hijos, que lamentaron mucho verle partir tan pronto. Drill prometió volver a verles.
El capitán Unghu y su tripulación habían esperado en el puerto, pues sabían que el mercenario se iría pronto de allí. Como ellos y Drill tenían como destino Lendaxster, los marineros esperaron a mi antiguo yumón y le llevaron donde quería ir, a donde ellos iban a rematar sus negocios. El viaje por el estrecho de Mahmugh fue tranquilo, a pesar de que el tiempo empezaba a volverse desapacible y el mar empezaba a encresparse. Siempre ocurría igual cuando se acercaba la Muerte del Año.
A falta de cuatro días para que noviembre terminara atracaron en el puerto de Lendaxster. Drill les agradeció el viaje, se despidió de sus compañeros de travesía (con los que había tenido muy buena relación, durante todo el viaje de vuelta a las islas) y quiso pagar ese último traslado, pero el capitán y sus hombres se negaron, mofándose de Drill. Éste sonrió con su sonrisa infantil y se despidió de ellos, agitando la mano, mientras descendía por la rampa al muelle.
Drill volvía a vestir sus ropas cómodas de mercenario, muy útiles para viajar. Volvía a llevar sus pantalones de pana (con la caja en el bolsillo amplio el muslo) y una camisa fuerte de lana. El gorro gris y el abrigo le protegían del frío que empezaba a arreciar a finales del año. El sable regalo del rey Vërhn colgaba de su cintura (había perdido su espada decorada con oro en Raj’Naroq) y a la espalda llevaba su mochila, la que había sido de su amigo Quentin Rich.
Drill estaba muy tranquilo, en aquellos momentos. Tenía la llave, la espada Lomheridan estaba a buen recaudo en su caja de seguridad y sabía que palabras debía decir para abrir la puerta de la gran pirámide. Tenía todo aquello que hacía ya casi cuatro años le había parecido imposible conseguir para guardar una estúpida caja sin importancia. Colarse en el Mausoleo de los Reyes no sería cosa fácil, no se engañaba, pero al menos se sentía tranquilo y relajado. Su destino estaba claro y ya no tenía prisa por llegar hasta él, así que aquella parte de la misión, sabiendo que probablemente fuese la más complicada, no le preocupaba lo más mínimo.
Se dirigió en Lendaxster a los establos de Humaf, donde había dejado a su burro, hacía cuatro meses, esperando poder recuperarlo. Tendría que pagar el alojamiento de su montura por todo aquel tiempo, pero no le importaba: aquel burro le gustaba y podría viajar muy a gusto sobre él.
El viejo Humaf se alegró de ver a Drill, pues el burro llevaba allí mucho tiempo y el caballerizo no sabía nada de su dueño. Había atendido muy bien al burro, así que arreglaron las cuentas (Drill pagó otras cuatro homilías por los dos meses de más que había estado el burro allí) y después se despidieron, con gusto. Drill salió montado de los establos a lomos del burro, con la mochila colgada de la silla, agarrando las riendas con los guantes de piel de conejo. El frío era cada vez más intenso.
Al salir de nuevo a la calle y detener al burro un momento, para tomar la decisión de en qué dirección marchar, escuchó un ladrido allí cerca. Se giró, desapasionado, recordando a su peludo compañero de viajes, pero imaginando que sería un perro callejero: hacía mucho tiempo que se había hecho a la idea de que lo había dejado atrás.
Sin embargo, lleno de alegría, tuvo que corregirse: a la vuelta de la esquina del establo, asomado sólo a medias, estaba Ryngo, observándole con curiosidad.
- ¡¡Ryngo!! – Drill se bajó del borrico de un salto y se agachó en el suelo. El zorrillo echó a correr hacia él, lanzándose a sus brazos. Mi antiguo yumón lo abrazó con ganas, notando que había crecido bastante, aunque siguiese siendo un zorro joven. Cuando pienso en esta escena siempre sonrío con ternura.
El reencuentro fue muy emotivo y los dos compañeros de viaje siguieron como si nada hubiera pasado y como si no hubiesen estado separados todo el Verano. Drill volvió a montar en el burro, con Ryngo en el regazo. Lo arropó con los faldones del abrigo y después azuzó al burro, para que volviera a andar.
Al paso, sin prisas, feliz por la marcha de su misión y por volver a estar con su amigo peludo, Drill salió de Lendaxster, en dirección oeste.


Atravesaron el río Bongo y pasaron al sur de la arboleda Davy, siempre en dirección oeste. La marcha fue tranquila y despreocupada.
Drill temía que sus reservas de dinero (ya muy menguadas), aquellos quinientos sermones que Karl Monto le había entregado al principio de su misión para gastos, se agotaran pronto si no tenía cuidado, así que como le quedaba un viaje muy largo hasta Gaerluin (pasando antes por Fixe y su caja de seguridad) trató de ahorrar todo lo posible. Buscaba pueblos o granjas en el campo antes de cada anochecer y, siempre gracias a su simpatía y a la virtud que tenía de caer bien, conseguía alojamiento o al menos permiso para pasar la noche en un pajar, un establo o un silo. De aquella manera, las noches frías (las articulaciones cada vez le dolían mucho más) no lo eran tanto estando a cubierto.
Sólo hizo una excepción. El mismo diez de diciembre, día de la Muerte del Año, se detuvo en una ciudad pequeña de Darisedenalia, para pasar una noche adecuada, con una cena digna de tal festividad. Buscó habitación en una posada decente y barata y disfrutó de una buena cena, de una hoguera donde quemar los malos recuerdos de aquel último año y de un techo sobre una cama mullida.
El uno de enero continuó su marcha, siempre hacia el oeste. Pensaba llegar a Epuqeraton pronto, donde podría comprar un pasaje para una diligencia. Sería más caro que viajar de la manera en la que lo estaba haciendo hasta ese momento, pero confiaba en poder vender el burro por buen precio y utilizar el dinero de la venta para su pasaje en diligencia. Lamentaba perder de vista aquella buena montura, pero sus necesidades eran otras. Buscaría un buen dueño para el borrico y así tendría una buena vida.
Así lo hizo al llegar a Epuqeraton y tuvo suerte: un hombre con un pequeño servicio de transporte de enseres necesitaba buenas monturas y pagaba bien por ellas. Drill le vendió a su burro, pidiéndole que le cuidara bien, y el hombre joven le aseguró que así lo haría y le pagó un buen dinero por el animal. Tan bueno que el billete de la diligencia fue más barato y le sobró dinero. Drill esperaba que el sobrante sirviera para comprar un nuevo billete de diligencia en Yutem, ya en el reino de Rocconalia.
Hacia Yutem viajó aquella diligencia. Drill pasó la mitad del viaje solo, acompañado sólo por Ryngo. Los dos aprovecharon el viaje (con el suave movimiento de la diligencia) para descansar y dormitar.

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