viernes, 9 de marzo de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo II (4ª parte)



LA LLAVE ES LA CLAVE
- II -
UNA AMARGA DESPEDIDA

Dos días de marcha reposada después llegaron a Lendaxster.
Era muy raro que nevase en la costa, pero el frío y el viento eran de nieve: la humedad y el olor eran inconfundibles. Drill marchaba abrigado con su largo abrigo, sus guantes de piel de conejo y su gorro de lana gris, encasquetado hasta las orejas y tapándole las cejas. Ryngo, a pesar de su pelaje denso y cálido, temblaba sobre el regazo de Drill, que lo arropó con los faldones del abrigo.
Lendaxster era una ciudad grande y próspera, adoquinada en toda su extensión, con alcantarillado bien mantenido y servicios de seguridad serios y respetados. Era una ciudad limpia, a pesar de tener puerto y lonja. A Drill siempre le gustaba ir allí y a mí me había contagiado ese sentimiento. Darisedenalia era el reino más rico de los nueve, así que allí se cobraban bien los trabajos, pero además en Lendaxster se podía disfrutar de la estancia: recibir un encargo en Lendaxster es un lujo.
Lo primero que hizo Drill, cuando llegaron a Lendaxster a mediodía, fue buscar unos establos decentes y de confianza. Conocía algunos establecimientos de aquellas características en la ciudad, pero eligió el de Humaf, un anciano caballerizo que regentaba unos establos lujosos pero no caros. Drill eligió aquellas cuadras porque tenían alquileres largos.
- Buenos días le dé Sherpú – saludó al entrar. Humaf estaba ocupado atendiendo a dos mujeres y mi antiguo yumón se dirigió a un mozo de unos veinte años, que trabajaba allí contratado.
- Sherpú se los dé a usted – le contestó el mozo.
- Quería un establo individual, para dejar atendido a mi pollino – pidió Drill. – Voy a viajar a las islas Tharmeìon y no quiero llevármelo.
- Así sea. Los viajes por mar no son para los caballos y las demás monturas – asintió el mozo. – Ahora, ¿por cuánto tiempo quiere dejar al animal?
- No estoy muy seguro de cuánto tardaré – contestó Drill, deseando que fuera poco, aunque sin saber si conseguir la llave le resultaría fácil o costoso. – Podría dejarle pagado un par de meses y si luego mi tarea se alarga pagaré el resto cuando regrese, si a bien tiene.
- Tendré que consultarlo con mi jefe, pero no creo que habrá problemas – asintió el muchacho. Después dejó solo a Drill y se acercó a hablar en un aparte con Humaf, en voz baja. El anciano miró hacia Drill, que lo saludó con un gesto, devolviéndole el saludo: no se podía decir que fueran amigos (quizá Humaf ni siquiera supiera el nombre de mi antiguo yumón) pero al menos se conocían de vista. Drill iba mucho a aquellos establos cuando visitaba Lendaxster.
Los dos, Humaf y el mozo de cuadra, se acercaron a Drill.
- Buenos días le dé Sherpú – saludó Humaf al estar frente a Drill, con una leve reverencia de cabeza.
- Sherpú se los dé a usted.
- Maryo me ha contado que quiere dejar aquí a su burro un par de meses, sin tener muy claro que vaya a estar tanto tiempo o que pueda necesitar más – expuso, de forma directa y clara.
- Así sea – asintió Drill. – Voy a las islas Tharmeìon, a presentarme ante el rey y mi cometido depende de la buena voluntad del monarca. No sé exactamente cuándo estaré de vuelta.
- Eso no es un gran problema. Es usted un buen cliente, honrado y de confianza – le agasajó Humaf. – Puede pagar dos meses, como usted ha sugerido y recoger a su burro en ese tiempo o más tarde, si fuese necesario. El burro seguirá aquí bien atendido y usted podrá pagar la cuenta entonces.
- De acuerdo. Haremos eso, si a bien tiene – aceptó Drill.
Pagó cuatro homilías por los dos meses de estancia en las cuadras y recogió de la silla del burro su equipaje: la mochila de Quentin Rich con toda su ropa, la espada y el cuchillo, un par de cuerdas y la caja de Karl Monto, que llevaba escondida en el fondo de la mochila.
Drill, confiado porque su burro estaba en buenas y expertas manos, caminó por la ciudad, deambulando entre la multitud, paseando por las grandes avenidas y admirando los templos y palacios, siempre con Ryngo pegado a sus talones. A pesar del frío y del mal tiempo la gente seguía haciendo sus quehaceres cotidianos y las calles estaban transitadas.
Drill se dirigió al puerto y allí buscó algún barco que partiera en poco tiempo hacia las islas Tharmeìon. Preguntando a unos estibadores se enteró de que había un barco mercante, “La gaviota dorada”, que salía hacia Nori la mañana siguiente. Al parecer era un barco mercante con capacidad para unos pocos pasajeros, característica que el capitán aprovechaba, para conseguir algo más de dinero con cada viaje.
Drill agradeció la información y buscó el barco, dando con él hacia la mitad del muelle.
Era una balandra con líneas muy atractivas, con un solo mástil, pero con botavara además de la vela mayor. Tenía unos treinta metros de eslora y seis de manga. En la popa, clavada sobre la tablazón, había una cartela de latón en la que podía leerse “La gaviota dorada”. Estaba amarrada al borde del muelle, con una pasarela de madera para acceder hasta ella. Había marineros que cargaban mercancías usando la pasarela, pero tres de ellos estaban usando una de las grúas móviles que había en el puerto, para cargar las mercancías más pesadas, que se depositaban directamente en la bodega de carga, mediante el hueco abierto en la cubierta.
Drill se acercó a un marinero que parecía ocioso, de pie al lado de la pasarela, observando en aquel momento la carga de una red de barriles de madera.
- Disculpe, marinero, tengo una pregunta que hacerle, si a bien tiene – comenzó Drill, llamando su atención. – Sé que van a Nori, a las islas Tharmeìon, y querría saber si tienen algún pasaje libre todavía.
- Alguno queda, eso creo – contestó el marinero, mirándolo con curiosidad, sin dejar de lanzar un vistazo al zorrillo que había a sus pies. – Pero eso tendrá que discutirlo con el capitán.
- ¿Y dónde puedo encontrarlo, si a bien tiene? – preguntó Drill.
- En la taberna del puerto – señaló el marinero, con una mano en la que le faltaban dos dedos. – Aquella de allá, con el catalejo colgando sobre la puerta.
- Gratitud – dijo Drill, con el pulgar en la barbilla y después se dirigió a la taberna. Ryngo fue detrás de él, con su trotecillo ligero.
Drill entró en la taberna, que en aquellas primeras horas de la tarde sólo acogía a los borrachos de la mañana que no habían podido irse a casa a dormir la mona. En una mesa había un hombre con sombrero de tres picos y una casaca marinera que demostraba su oficio sin ninguna duda. El hombre bebía vino con mesura y hablaba con otros dos hombres de buena apariencia, que bebían cerveza aguada en vasos pequeños. Aun a riesgo de molestarlos Drill se acercó.
- Disculpen, caballeros, siento molestarles, pero tengo que hablar con el capitán, si a bien tienen – se presentó, con educación.
- Queda dispensado – contestó el hombre en quién había acertado al administrarle el título de capitán, con acento de las islas. – Estos caballeros lo comprenderán y yo todavía más, pues imagino que quiere proponerme un negocio, ¿digo bien?
- Decís bien – contestó Drill, imitando la forma de hablar de los isleños. – Sé que en vuestro barco admitís pasajeros y yo necesito ir a las islas. ¿Tenéis pasaje para mí?
- Ea – asintió el capitán. – Tenemos acomodo para vos. ¿Cuál es vuestro destino?
- Tengo entendido que vais a Nori y ese destino me acomoda – contestó Drill.
- Entonces, si vos queréis, tenéis pasaje, ea – dijo el capitán. – Por sólo cinco sermones os llevaremos a Nori sano y salvo.
- Ea, como estos – dijo Drill, sacando del bolsillo una moneda de homilía. El capitán la mordió para comprobar que era buena y después asintió, guardándola en la faltriquera.
- ¿Su nombre?
- Soy Bittor Drill.
- Entonces, señor Drill, mañana os veremos a las nueve de la mañana en el muelle, para partir inmediatamente.
- Ea – asintió mi antiguo yumón.


Pasó la noche en una posada del puerto, por un par de sermones, y por otro más le dieron de desayunar a primera hora de la mañana, cuando el Sol aún no había despuntado. El pan era duro y los huevos insípidos, pero al menos la leche era buena y los arenques ahumados excelentes.
Con el estómago lleno y la mochila de Quentin Rich a la espalda, Drill salió al muelle y buscó “La gaviota dorada”, llegando hasta ella con antelación. En el muelle, ante la balandra, esperaban los dos hombres que el día anterior había visto en la taberna con el capitán, a los que saludó con un gesto de cabeza. También había dos mujeres jóvenes, vestidas con elegantes ropas y tocadas con sombreros a la moda del reino, bastante caros. Drill les dedicó un saludo agradable y ellas le respondieron, aunque era evidente que estaban nerviosas y tensas, quizá por serla primera vez que viajaban en barco o por sentirse intimidadas al ser dos mujeres solas que viajaban con un montón de marineros rudos.
A Drill le importaban poco los otros pasajeros, según me dijo. El viaje duraba sólo un par de días, así que no habría tiempo para establecer amistades (se equivocaba, pero lo veremos más adelante). En realidad lo que le preocupaba era Ryngo.
No podía viajar con él en el barco, no era el sitio de un zorro salvaje tan sólo ligeramente domesticado. Ryngo trotaba sin inmutarse por avenidas de ciudades y por calles embarradas de pueblos, aguantaba una noche en una pequeña habitación de posada o pensión y toleraba viajar en el regazo de Drill, cuando marchaban a caballo o en burro, pero Drill imaginaba que la travesía en barco sería demasiado para los nervios del zorrillo. Además, la corte de las islas Tharmeìon no eran el lugar más adecuado para un animal salvaje. Se agachó, notando cómo sus rodillas gritaban de dolor, para estar más cerca del zorrillo.
- Ryngo, verás, tengo que darte una mala noticia, ¿sabes? – habló con el animal en voz baja, en confianza, como siempre le había hablado. Sabía que era un animal, pero siempre le había dado la impresión de que le comprendía perfectamente. – No quiero separarme de ti, pero un barco no es sitio para ti. Y la ciudad a la que vamos tampoco: voy a tener que estar mucho tiempo en palacios, en contacto con nobles y reyes, y no creo que te dejasen estar allí. Así que, con todo el dolor de mi corazón, tienes que quedarte aquí.
Drill dice que Ryngo  no hizo amago de entender nada (como es lo normal, digo yo) pero que sí inclinó la peluda cabeza hacia un lado, con los ojos fijos en Drill, brillantes como gotas de aceite.
- Sé que eso significa que no volveremos a vernos, es lo más probable – imagino a Drill con los ojos brillantes, emocionado. Aquel zorrillo había sido una gran compañía para él. En realidad un amigo. – Cuando vuelva no estarás aquí, habrás vuelto a los bosques, pero es lo mejor para los dos. No puedo garantizar tu seguridad en las islas y tampoco puedo asegurar que estemos juntos, así que prefiero que te quedes aquí, en el continente, en una tierra que conoces.
Ryngo lanzó un ladrido, que Drill asegura que sonó a conformidad.
- Te echaré mucho de menos, bichejo, digo wen – le dijo Drill, agarrándolo y estrechándolo contra su pecho. Ryngo ladró dos veces más, débilmente, en confianza.
Los marineros colocaron la pasarela para que los pasajeros pudieran subir a bordo. Los demás subieron por ella y Drill se quedó el último, a propósito.
- Quieto, Ryngo – le dijo, después de soltarlo y dejarlo otra vez en el suelo del muelle. – Quieto, si a bien tienes.
Drill se puso en pie y echó a andar hacia la pasarela. Ryngo lo vio y al cabo de unos pasos se puso en marcha. Drill, que lo vigilaba con el rabillo del ojo, se dio la vuelta y le señaló con el dedo.
- Ryngo, quédate ahí – le ordenó, y el zorrillo le obedeció. – Espérame ahí, te lo ruego.
El zorrillo pareció obedecer y Drill subió por la pasarela, con un peso en el pecho. Cuando llegó a la cubierta, como sabía que era el último, le pidió al marinero que retirara la pasarela. Éste así lo hizo y fue entonces cuando Ryngo notó algo raro, pues trotó hasta el borde del muelle y ladró hacia el barco. Drill me aseguró que aquella fue la peor parte y que se retiró a la otra borda, mientras los marineros seguían las órdenes del capitán y ponían el barco en marcha, soltando amarras y liberando las velas, para salir del puerto al mar abierto.
Ryngo seguía ladrando mientras el barco se alejaba y Drill lo escuchaba con los ojos cerrados, fuertemente.

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