miércoles, 7 de marzo de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo I (4ª parte)



LA LLAVE ES LA CLAVE
- I -
COMENZANDO UN NUEVO VIAJE

Drill despertó lentamente, con tranquilidad. Al principio no supo muy bien dónde debía despertarse, pero luego, al mirar alrededor, se sorprendió por el paisaje y empezó a caer en la cuenta de que la última vez que había estado consciente estaba en el interior del bosque de Haan.
A su lado estaba tendido Riddle Cort. El otro mercenario parecía igual de entero que él mismo, sin heridas ni daños. Dormía todavía, tumbado sobre la manta fina y cubierto por una de las mantas gruesas que había comprado antes de entrar en el bosque.
Drill se puso en pie, retirando su propia manta gruesa, apartándola a un lado. Ryngo estaba por allí cerca, olisqueando los alrededores, pero en cuanto se dio cuenta de que Drill se había levantado se acercó a él trotando, lamiéndole los tobillos. Mi antiguo yumón se agachó y le acaricio el espeso y sedoso pelaje de la espalda.
Drill miró alrededor, tratando de averiguar dónde estaban. Estaba claro que estaban fuera del bosque, porque podían verlo allí al lado, a unos cien metros. También estaban al lado de la costa, pues podían ver el mar desde allí: estaban en una loma cubierta de hierba verde, que daba a un pequeño acantilado. El mar se mecía y las olas rompían contra las rocas allí abajo. El Sol ascendía por el este, frente a ellos, haciendo que Drill achicara el ojo y se cubriera con una mano a modo de visera.
Se aseguró de que Cort estaba bien y al menearlo y buscar su respiración lo despertó. El joven mercenario se despertó sin sobresaltos, tranquilo y relajado, como lo había hecho Drill.
- ¿Dónde estamos? – preguntó, confundido, al ver el bosque allá a lo lejos y escuchó el mar romper muy cerca.
Solna los había drogado, los dos estuvieron de acuerdo en eso. El té que les había ofrecido después de compartir una comida con la hechicera los había dejado sin conocimiento. Después de eso, todo eran suposiciones. Si habían aparecido allí todo apuntaba a que Solna los había transportado fuera del bosque, les había dejado en la mullida hierba y se había asegurado de que no correrían peligro.
Pero, ¿cómo lo había hecho? En el campamento de Solna no había carros ni carretas y ninguno de los dos había visto caballos, o un mulo por lo menos. ¿Cómo había transportado la hechicera a los dos hombres hasta el exterior del bosque de Haan? Drill pensó que quizá no había sido del todo sincera y sí que quedaba algo de magia en Ilhabwer.
Al final, tanto daba cómo habían llegado allí: el caso es que allí estaban, sanos y salvos, y Drill había conseguido la “fórmula” para entrar en el Mausoleo de los Reyes de Gaerluin: quizá no era lo que había esperado conseguir, pero sí era lo que de verdad necesitaba.
- ¿Y ahora qué, Bittor? – preguntó Cort, sentado en la hierba, con el zorrillo al lado, dejándose acariciar. Los dos miraban a mi antiguo yumón. – ¿Qué harás ahora?
- Seguir con mi misión, ¿acaso puedo hacer otra cosa? – se lamentó Drill. – Para esconder esa estúpida caja necesito tres cosas, y por ahora sólo he conseguido dos. La puerta de granito de esa tumba todavía sigue cerrada para mí: necesito la llave.
- A las Islas Tharmeìon, pues – dijo Cort, con una mueca. Drill asintió. – Aunque, si no tienes inconveniente, creo que deberíamos descansar unos días aquí cerca. En algún pueblo de las montañas, por ejemplo.
Drill quería continuar con su misión, acabarla de una maldita vez (por aquel entonces casi llevaba dos años complicado con ella), pero se reconoció que unos días de reposo y reflexión no le vendrían nada mal, después de aquellos sorprendentes sucesos en el bosque de Haan.
Se pusieron en marcha inmediatamente. A pesar de haber sido drogados, estaban plenamente descansados: estaba claro que la sustancia en el té los había adormecido, lo suficiente para que Solna pudiera sacarlos del bosque, pero no les había generado efectos secundarios ni los había malogrado. Se encontraban con fuerzas, activos, como después de un buen sueño reparador.
Riddle Cort encabezó la marcha y se dirigió a las cercanas montañas Hartodhax. Allí, cerca del llano, en los pies de la cordillera, buscaron un pueblo que el mercenario conocía bien. Era un pueblecito pequeño, de cabreros. Encontraron alojamiento en una casa de huéspedes, pequeña y vacía, pues Bagufals no era un pueblo turístico, pero cómoda y suficiente para lo que necesitaban. Allí pasaron los últimos días de febrero, a resguardo de las inclemencias del Invierno.
La guerra entre Barenibomur y Escaste no había acabado, aunque al parecer los incidentes armados habían cesado, en su mayoría. La guerra había pasado a ser un bloqueo comercial y diplomático entre los dos reinos, cesando las hostilidades. Las oficiales al menos.
Drill no se confió, el conflicto seguía en pie, así que supuso que él sería un fugitivo buscado todavía en ambos reinos (en uno por desertor y en el otro por espía), pero la situación más calmada le beneficiaba. Durante aquellos días en Bagufals con Riddle Cort planeó sus siguientes movimientos, si bien con precaución, con la ligera tranquilidad de poder moverse por el continente.
El dos de marzo los dos mercenarios se despidieron: Drill continuaría su viaje hacia el norte y Riddle Cort pensaba en recorrer todo Escaste, en dirección a la capital, Kehida, para encontrar un trabajo que activara su economía personal.
- Deseo prosperidad, Bittor – le dijo, cuando abandonaron la casa de huéspedes y cada uno iba a marchar hacia un punto cardinal. – Y buena suerte.
- Deseo el doble para ti, Riddle – contestó mi antiguo yumón, mientras se estrechaban la muñeca. – Ofrezco gratitud por todo lo que has hecho por mí.
Riddle se desentendió con un gesto de la mano: aquellas cosas iban con el oficio, mucho más si se trataba de amigos como lo eran ellos dos.
- Cuídate, Bittor. Nos vemos en Dsuepu – se despidió Riddle, después de acariciar con cariño a Ryngo.
- Qué Sherpú te oiga.
Riddle descendió las montañas, yendo hacia el sur, y Drill se internó en ellas, en dirección norte. Cada uno siguió su ruta, con objetivos distintos. Y ya no volvieron a coincidir, al menos en esta historia.


Drill viajó durante el mes de marzo atravesando las montañas Hartodhax y llegando al llano de Barenibomur. Pasó su cumpleaños en las montañas, acompañado sólo por Ryngo, aunque no se lo tomó con gran ceremonia. Simplemente pensó que cumplía cincuenta y ocho años y que se sentía muy mayor para todo aquello. Aunque también sintió sorpresa, como me confió: hacía sólo un par de años, aburrido y derrotado en la “Taberna de los mercenarios”, no se habría imaginado seguir en activo a los cincuenta y ocho años, tratando de alcanzar su Caldero de oro.
El mes de abril le alcanzó camino del lago Bomur, en el llano. Drill caminaba por los campos y las carreteras con cierta aprensión, aunque no tuvo ningún mal encuentro. Temía encontrarse con soldados o Caballeros de Alastair que lo reconociesen y le detuviesen, por desertor, pero la guerra se había calmado y era muy palpable aquella situación: la gente hacía su vida como antaño, no se veían tropas de soldados en cada pueblo y en los caminos y el ambiente no era tenso como el año anterior. Había reservas, al parecer, pues la guerra no había concluido y no se había llegado a un acuerdo de paz con Escaste, pero al menos parecía que los gobernantes habían entrado en razón y en vez de arreglar sus diferencias en el campo de batalla, haciendo que murieran miles de soldados de uno y otro bando, estaban arreglando las cosas en los despachos, como deberían haber hecho desde el principio.
Al fin y al cabo, la guerra de Escaste y Barenibomur había nacido allí, en los despachos.
Al llegar al norte del lago Bomur Drill recordó el burro que había comprado hacía un año, más o menos. Aquel por el que había pagado más por si acaso no volvía con su dueño. Drill confiaba en poder recuperar el dinero de más que había pagado, porque en aquella época todavía pensaba que la guerra no le afectaría, pero cuando fue reclutado tuvo que dejar el borrico en las calles de Ire. No le importaba el dinero, pero esperaba que el animal hubiese encontrado un dueño amable, en lugar de haber acabado convertido en filetes para alimentar a la tropa.
No quiso volver al mismo pueblo y a los mismos establos a alquilar otro borrico, por vergüenza, así que siguió su camino a pie hasta llegar a un pequeño pueblo en la orilla del río Rojo. No había caballerizas o herrerías como tal, en aquel pequeño pueblo, pero consiguió convencer a un hombre para que le vendiera un animal, de aspecto tozudo pero resistente. Pagó demasiado por él (sus reservas de dinero menguaban) pero no tenía medios para regatear ni otro sitio donde encontrar una montura más barata.
A lomos de su nuevo borrico (su ojos no le habían engañado y el animal era tozudo y cabezota, pero al cabo de un par de cientos de kilómetros consiguió hacerse con él y dominarle) Drill siguió viajando al norte, con Ryngo en el regazo. Rodearon las estribaciones de las montañas Seden y continuaron hacia la frontera.
Mi antiguo yumón temía aquel paso y no estaba seguro de lo que prefería: encontrarse con los Caballeros de Alastair y que revisaran sus documentos o no encontrarse con ellos y pasar al reino vecino sin acreditarse. Tanto una cosa como la otra podían ocasionarle problemas.
Al final hubo un poco de las dos. Pasó la frontera sin encontrarse con Caballeros de Alastair que la vigilaran, así que siguió su camino, sin tenerlas todas consigo pero sin detenerse a buscarlos. Cuando llevaba una media hora recorriendo Darisedenalia una pareja de Caballeros montados que venían desde el oeste le dieron el alto. Eran fronterizos del reino de Darisedenalia, así que tomaron nota de su entrada en el reino y no le dieron más problemas: Drill suspiró, imaginando que quizá aquellos Caballeros no tenían su descripción ni una orden de arresto por los supuestos crímenes de guerra que había cometido.
Sólo Sherpú sabe qué hubiera pasado si le hubieran dado el alto Caballeros de Alastair que guardaban la frontera desde el lado de Barenibomur.

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