lunes, 26 de marzo de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo VII (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- VII -
SEGUNDA AUDIENCIA CON EL REY

En esta ocasión el rey Vërhn recibió a Drill en una sala más adecuada para un encuentro protocolario, una sala de audiencias pequeña pero señorial. Estaba detrás de la sala del trono y el monarca la utilizaba para encuentros importantes pero no necesariamente multitudinarios: era donde se reunía con los invitados cuando quería tratar algo importante pero de una forma más discreta.
Drill fue acompañado por Gert Ilhmoras, que estuvo a su lado en todo momento, pero sin intervenir, como le había solicitado el rey. Drill agradeció de todas formas su presencia, pues le dio confianza: a falta de Ryngo, el viejo consejero era algo parecido a su mejor amigo en las islas Tharmeìon.
La sala era pequeña, con forma rectangular. Según los cálculos que hizo Drill a ojo, tendría unos doce metros de largo por cuatro de ancho. Las paredes, de mármol rojo (sin duda importado del continente, de las canteras de Rocconalia) estaban cubiertas de vetas blancas y refulgían como rubíes merced a las antorchas que se habían encendido en múltiples hacheros por todo el perímetro. En un extremo de la sala había una butaca elegante y grande, que estaba al nivel del suelo, sin tarima, como ocurría con el trono en su sala. Era la butaca del rey, pero frente a ella había al menos seis de igual elegancia, aunque más pequeñas. No había ninguna ocupada, así que Drill e Ilhmoras se sentaron en las dos centrales, frente al monarca. Había dos guardias armados a ambos lados de la sala, de espaldas a la pared, y uno de los copistas que comían con Drill estaba sentado en una silla cómoda de madera, algo apartado hacia un lado, para no interferir en la charla. Drill no estuvo muy convencido de que lo que fuesen a hablar quedara registrado.
- Buen día, señor mercenario.
- Buen día le dé Sherpú, majestad – respondió Drill y, al darse cuenta de donde estaba, añadió. – O que sea Dholôsan quien se lo dé.
El rey sonrió, cómodo y divertido, y aquello relajó mucho a mi antiguo yumón.
- Ante todo debo ofrecerle gratitud, digo bien – comentó el monarca. – Ha estado viviendo en palacio dos meses y no sólo no ha interferido en la vida de la corte sino que ha ayudado a muchos de mis súbditos. He recibido muchos comentarios positivos sobre usted.
- Ofrezco gratitud, majestad – Drill se tocó la barbilla repetidas veces con el dedo pulgar.
- Habéis ayudado a mucha gente, haciendo la vida en palacio más fácil. Mis hijos sólo hablan maravillas de vos, pues han disfrutado de algunas enseñanzas vuestras en esgrima. ¡El pequeño sólo quiere luchar contra vos! Y eso que su profesor lleva enseñándole siete años, y le adora.
Imagino a Drill colorado como un tomate en este punto.
- Mi mujer, la reina, también ha disfrutado de vuestros servicios y de vuestra compañía y me ha asegurado que, a pesar de vuestro aspecto, dispensad que lo diga, sois un guardaespaldas de confianza. Muchos podrían pensar que no sois un luchador, por vuestro tamaño y vuestra edad, pero al parecer sois diestro con la espada, hábil al detectar peligros e intimidante para alejar a los curiosos y peligrosos. Me sorprende, pero también me siento agradecido por ello.
Drill asintió, sin decir nada, con el pulgar de nuevo en la barbilla. Aquellos eran demasiados halagos y el tono del monólogo real empezaba a preocuparle. Venía un pero.
- Pero toda esta muestra de generosidad, de buen hacer, me hace dudar. Y preguntarme: ¿es todo real? ¿O es una simple fachada, dado que sabéis que pretendo discernir si sois hombre de confianza para revelaros un secreto importante de la corte?
- Es todo cierto – repuso Drill, extrañamente complacido al haber anticipado la oposición del rey. – Soy buena persona y mi palabra se cumple.
- Eso dicen todos a su alrededor, incluso los que os conocen solamente de unos pocos días – comentó el rey, pensativo. – Pero lo que realmente me sorprendió fue lo que ocurrió hace unos días en la recepción de los capitanes mercantes. ¿Por qué lo hicisteis?
- ¿Dispense su majestad? – Drill se mostró confundido, sin saber a qué se refería el rey.
- ¿Por qué intervinisteis cuando aquellos dos capitanes se enfrentaron de forma harto desagradable? – preguntó el rey. – No os incumbía y nada ganabais con ello.
Confundido, Drill parpadeó un poco, antes de contestar, reflexionando sobre ello.
- Bueno, no me gustó cómo pintaba la cosa – respondió, con un discurso un poco más coloquial. – No sabía quiénes eran aquellos dos hombres, ni si alguno tenía razón en aquel enfrentamiento, pero no me pareció una actitud adecuada para presentarse ante un rey, que además les había invitado a comer con él – Drill se encogió de hombros. – Imaginé que podía calmarlos, para que la comida discurriera con tranquilidad y comodidad, y por eso actué.
El rey Vërhn lo miró entrecerrando los ojos, llevándose la mano a la barbilla. Drill me contó que aquel examen fue el que más le costó aguantar.
- El capitán Denzton, que os ayudó en aquel momento, habló bien de usted – dijo el monarca, al cabo de un rato. – Viajó en su barco para llegar hasta mi reino y el capitán comentó que, aunque solitario y taciturno durante el viaje, pudo ver la grandeza que había en usted.
- No hice nada para que el capitán se formase aquella impresión de mí – Drill se encogió de hombros, humilde.
- Quizá no, pero hace años que conozco al capitán Denzton, y es uno de los hombres que mayor respeto me despiertan – reconoció el rey: curiosas palabras de un soberano hacia un simple capitán mercante de un barco insignificante. – Pocas veces se equivoca al juzgar a una persona y su opinión siempre es digna de valoración y respeto. Sus comentarios sobre usted me hicieron pensar....
Drill esperó, impaciente.
- Creo que sus actos en palacio han sido interesados, desde luego, como los de cualquiera en su situación, pero también han sido reales – juzgó el monarca. – Nadie puede fingir con tal grado de realidad el buen ambiente que usted crea a su alrededor ni las opiniones que esa gente comparte sobre usted. Mi esposa y mis hijos son gente muy crítica y no tienen dudas. Yo no debería tenerlas tampoco.
Drill contuvo una sonrisa, mientras miraba al rey, expectante.
- Señor Drill, espero no equivocarme en mi decisión, pero si necesita la llave que custodiamos en mi reino para su misión, una tarea nada maligna ni malévola, creo que podemos prestársela.
- Ofrezco gratitud, majestad. Mil veces – dijo Drill, aliviado, haciéndose un lío con el gesto de reverencia y el de agradecimiento.
- Ya le dije que la llave no la custodio yo, sino alguien de la corte. El custodio de la llave es Oras Klinton, el pintor oficial de la familia real.
Aquello sorprendió a Drill. Había visto muchas pinturas firmadas por Oras Klinton en los corredores y salas del palacio, pero nunca lo había visto por allí. Debía ser alguien muy importante para el rey si le había confiado la llave.
- Puedo decirle quién tiene la llave, pero ahora usted tiene que seguir ganándosela – le advirtió el rey. – Klinton está actualmente en el marquesado de Mahmugh, en la isla sur, pues el marqués me solicitó sus servicios para un cuadro familiar. Como monarca tiene mi permiso para ir hasta allí libremente y entrevistarse con Oras Klinton, siempre que no le moleste en su trabajo ni importune a la corte del marqués.
- Desde luego que no, majestad – aseguró.
- Ahora está en sus manos, y en las de Oras Klinton, que consiga la llave. Pero recuerde que se la cederemos en régimen de préstamo – advirtió el monarca alzando el dedo índice. – La llave pertenece al reino de Gaerluin y nos la cedió a mi familia como signo de buena voluntad y de reconciliación entre los reinos. Si consigue convencer a Oras Klinton para que se la dé, recuerde que sólo se la prestamos para cumplir su misión y que después la llave debe volver a nosotros. Si la pierde, la rompe o la usa para alguna obra vandálica tenga en cuenta que el oprobio caerá sobre mí y mi reino, por ser los guardianes oficiales de la llave, pero nuestro odio y nuestra venganza caerán sobre usted. Será declarado enemigo del reino de las islas Tharmeìon y pediremos ayuda a los otros ocho reinos para dar con usted.
Drill tragó saliva y asintió, sin saber qué decir. Ni poder hacerlo.
- No es una amenaza, señor Drill: es una advertencia – puntualizó el rey. – Usted se ha ganado mi confianza por ser alguien honesto y creo que yo debo honrarle con la misma actitud.
- Wen a eso – asintió Drill, pensando que era un dudoso honor el que el rey le dedicaba.

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