martes, 27 de marzo de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo VIII (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- VIII -
RUMBO AL SUR

A falta de cuatro días para que el mes de mayo terminara, Drill volvió a viajar en barco, esta vez con dirección a la isla sur. El capitán Lorens Drenzton se ofreció a llevarle, ya que los marineros de “La gaviota dorada” estaban todavía en Nori, disfrutando de unos cuantos días de descanso, aprovechando que la Temporada Húmeda estaba siendo benévola y el calor del Verano empezaba a coger fuerza.
El viaje, cruzando el estrecho del Cuervo, entre la isla norte y la isla sur, duró apenas un día. Llovió durante toda la travesía, aunque la lluvia era fina y ligera, una lluvia sin fuerzas característica de finales de la Temporada Húmeda. Los marineros refunfuñaron todo el viaje, ocupados con las maniobras, calándose por la lluvia fina pero insistente. El capitán Denzton colocó un toldo sobre el timón, para poder viajar ligeramente más cómodo. Drill viajó con él, a medias disfrutando del viaje en agradable compañía con el capitán y a medias avergonzado por las miradas molestas de los sufridos marineros.
Por la noche llegaron al puerto de Suri, que estaba separado de la ciudad un par de kilómetros. “La gaviota dorada” atracó y todos pasaron la noche a bordo.
Al día siguiente el capitán dio permiso a sus marineros para distenderse, en las dos pequeñas tabernas del puerto, antes de emprender el viaje de regreso a la capital. Drill revisó su mochila (la que había sido de Quentin Rich) y se preparó para seguir con su viaje.
- Un placer, señor Drill, como siempre – se despidió el capitán, tendiéndole la mano.
- El placer ha sido mío, capitán. Ofrezco gratitud y deseo prosperidad – Drill le estrechó la muñeca.
- Ofrezco y deseo el triple, como se suele decir en el continente – respondió el capitán, sonriendo. Drill le devolvió su sonrisa infantil y después bajó por la rampa. En el muelle, los marineros de “La gaviota” con los que se cruzó le desearon buen viaje y le despidieron con buenas sonrisas: una vez en tierra, su temperamento hacia él había cambiado. Hacía buen tiempo (muy nublado, pero cálido y sin lluvia) y volvían a tener tiempo libre, así que no le guardaban rencor a mi antiguo yumón. Drill se despidió de ellos y siguió su camino.
La ciudad de Nori crecía desde la costa hacia el interior; la ciudad de Suri era distinta. Suri estaba enclavada en el interior de la isla, al borde de los pies de las primeras montañas de la cordillera de Oxe. Su puerto no tenía nada que envidiar al de Nori, era moderno y bien surtido y organizado, pero estaba alejado de la ciudad, unido a ella por una carretera adoquinada suficientemente ancha para que dos carros grandes pudieran cruzarse en sentidos distintos. El puerto tenía dos tabernas, grandes naves de almacenamiento, una tienda de repuestos y reparaciones gestionada por el marquesado y unos establos con buena cantidad de caballos, mulas y carros. Drill alquiló una mula por dos sermones para llegar hasta Suri, marchando por la recta y bien nivelada calzada de adoquines. A lo largo de los poco más de dos kilómetros de calzada había hasta cinco tabernas y posadas, que se alzaban al borde del camino. Drill me comentó que no se detuvo en ninguno, no vio la necesidad, pero en todas vio carros o monturas atadas a la puerta.
La calzada terminaba en una especie de plaza que se abría para dar la bienvenida a los viajeros, en abanico. En un lado de la plaza (adoquinada en piedras de color blanco y con marquesinas en las que crecían enredaderas) había un establo gemelo al que había en el puerto, donde Drill dejó la mula y recibió un sermón de vuelta, por devolverla en el día. Suri era una ciudad amplia pero que se podía recorrer fácilmente a pie, así que mi antiguo yumón no necesitaba una montura para deambular por ella.
Al haber dejado “La gaviota dorada” muy temprano, Drill pudo aprovechar el día completo, recorriendo la ciudad, haciéndose una idea de cómo era. Era similar a Nori, aunque no tan elegante y suntuosa como aquélla. Suri tenía un montón de palacios y casas señoriales, desde luego, pero el único de verdadero lujo era el del marqués de Mahmugh. Los demás palacios y el resto de casas que se alzaban en la cuadrícula que era la ciudad (una cuadrícula perfecta, en la que las calles que van de norte a sur tienen nombre de peces y criaturas marinas y las que van de este a oeste de accidentes naturales) eran elegantes y de buena factura, pero no tenían comparación con el lujo del que se hacía gala en la capital.
Comió en un puesto callejero, en el que le sirvieron pescado asado en tiras con patatas fritas, comida sencilla que disfrutó mucho y me recomendó: en la siguiente misión que me llevó a las islas aproveché la ocasión para probarlo y es cierto que es un plato muy simple, pero también muy delicioso. Pasó las primeras horas de la tarde al fresco, en una plaza ochavada en la que había una fuente de agua fresca en la que jugaban una cuadrilla de niños, salpicándose entre ellos. Drill se divirtió al verlos, aunque recordó a Ryngo, que habría disfrutado mucho con los pequeños. Con el ánimo un poco apagado, por los recueros y la nostalgia, se dirigió al palacio del marqués, cerca ya de la última hora de la tarde.
El rey Vërhn le había dado un aval con el que presentarse ante el marqués y le había aconsejado que fuera a pedir audiencia a última hora de la tarde, porque el marqués le recibiría mucho más fácilmente a aquella hora y con mayor consideración. Por eso Drill había hecho tiempo y había ido al palacio a aquella hora del día.

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