martes, 7 de enero de 2014

El Trece (13) - Capítulo 13 + 2

- 13 + 2 -


Manuel García y Félix Durán se preguntaron qué habían hecho mal para que volviese a tocarles a ellos acudir a Castrejón de los Tarancos aquella mañana para encargarse de los cadáveres hasta que llegase el juez de guardia.
Los dos guardias civiles estaban aquel lunes por la mañana en una especie de solar que había en el pueblo, un espacio amplio de tierra entre dos casas y entre dos calles del pueblo, grande y rectangular. Allí un vecino había encontrado el cuerpo de Francisco Núñez Rojas, otro habitante del pueblo. Tenía el vientre destrozado, devorado. Los dos guardias civiles apenas habían podido contener las arcadas.
No era el primer cadáver que habían visto aquel día. Había habido otros dos muertos en el pueblo: Jacinta Pérez Fernández, cosida a mordiscos, y Pedro Millán Hernández, con una herida en el pecho por la que le habían desangrado.
- ¿Quién cojones está haciendo esto? – gruñó Félix, fuera de sí. El número de la guardia civil tenía amigos en el pueblo y estaba preocupado.
- Es una locura. Esto tiene que ser obra de un chiflado – opinó Manuel.
En ese momento un coche oscuro llegó hasta allí y el juez se bajó de él. Los dos guardias civiles respiraron tranquilos. En poco tiempo se irían de aquel pueblo maldito.

* * * * * *

Cerca de allí, fuera del pueblo pero a pocos kilómetros, Bruno Guijarro Teso se reunía con sus compañeros de la agencia. Por fin el equipo de Suárez había llegado. Los monstruos ya estaban a su alcance. No tenían donde esconderse.
- ¡Buenos días! – saludó alegremente a los hombres y mujeres que bajaban de los todoterrenos pintados de negro.
- ¿A quién has matado para que seas tú el que se encargue de esta operación? – dijo Suárez, altivo, ignorando la mano que Bruno le tendía.
- El general me nombró personalmente – contestó Bruno, herido y orgulloso al mismo tiempo.
- El viejo empieza a chochear.... – fue el hiriente comentario.
Elías Suárez Tomé, conocido en la agencia simplemente como Suárez, era un hombre de acción. Llevaba en la ACPEX casi veinticinco años, trabajando sobre el terreno, confirmando los avisos y enfrentándose, a veces, a las evidencias del más allá. Era un hombre fornido de cuarenta y siete años, musculoso y en forma. Su piel era morena, curtida por la intemperie. Era calvo y de duros ojos grises. Parecía un soldado.
Su equipo estaba formado por otros seis hombres y mujeres, provenientes del ejército, duros y curtidos como él. Llevaban en la agencia más de diez años, trabajando juntos bajo las órdenes de Suárez, formando un equipo sólido y compenetrado. Eran uno de los equipos de campo más fiables de la agencia.
- ¿Qué tenemos aquí? – preguntó Suárez, mientras sus compañeros descargaban los equipos de los vehículos. Bruno sabía que Suárez estaba ya al tanto del informe: era un profesional. Pero quería saber qué había averiguado el niño bonito del general.
- Es un pueblo limpio de actividad paranormal, fuera de las nubes azules y de las rutas ectoplásmicas – dijo Bruno, sin dejarse intimidar. – Ha habido siete muertes desde el jueves pasado. La gente del pueblo está asustada pero no ha habido señal de pánico. El alcalde está sobre aviso, aunque no sabe nada del verdadero problema.
- ¿Sabemos dónde está el nido?
- Estoy con ello. Tengo un contacto entre los vecinos del pueblo que me está ayudando. Y sigo pendiente de conseguir otro – Suárez tuvo que asentir, satisfecho, aunque le hubiese gustado que Bruno hubiese metido la pata para poder burlarse de él. – Y he tenido contacto.
- ¿Contacto? ¿Con un corpóreo? – se asombró Suárez.
- ¡Imposible! – dijo Pablo, acercándose.
Pablo Moreno era el hombre de mayor confianza de Suárez en el equipo. Era un hombre negro enorme, de anchos y fuertes brazos y vientre plano y musculado. Su piel negra brillaba bajo el Sol. Era un presuntuoso y un soberbio, pero era un buen soldado.
- Un tipo de chaqueta y oficina como tú no ha podido tener contacto con un corpóreo – dijo, picado en su orgullo. Al parecer Pablo no había visto aún a ninguno y le molestaba que Bruno ya hubiese avistado uno.
- Créetelo o no, pero eso no hará que sea menos verdad – dijo Bruno, divertido, apuntándose el tanto.
- ¡Vaya con Brunito! Está aprendiendo de los mayores.
Una bella mujer morena y de piel pálida se acercó a los tres hombres. Era Elena Escalante Gómez, la tercera al mando en el equipo. Era una mujer muy atractiva y muy bella, casi tanto como peligrosa en el combate cuerpo a cuerpo. Bruno tragó saliva, alterado, como casi siempre que se encontraba ante Elena. Eran de la misma edad y Bruno ya había intentado tener algo con ella, sin conseguirlo: Elena estaba más dedicada a su trabajo que él mismo.
- Veo que habéis venido bien preparados.... – dijo Bruno, mirando el material que el resto del equipo seguía descargando e instalando en el campo, que era del ayuntamiento y les había dado permiso para utilizar.
- Lectores de trazas y rastros ectoplásmicos, radares de calor, equipos de registro de movimientos sísmicos, escáneres del cielo y del firmamento, alternadores láser para las lecturas nocturnas.... Lo mejor de lo mejor. La agencia hace mucho que no tiene noticias de “encarnados” – explicó Suárez, sintiéndose orgulloso de que la ACPEX le hubiese dejado al cargo de equipos electrónicos y maquinaria tan importante.
- Sí.... pero me refería más bien a todo eso – replicó Bruno, señalando hacia otro sitio.
Dos hombres del equipo de Suárez (Jorge Herrera Muñoz y Héctor Alonso Cadenas) se encargaban de sacar de los todoterrenos un arsenal de armamento. Metralletas, rifles de asalto, lanzallamas portátiles, trampas magnéticas, cañones de redes, morteros.... incluso un cañón portátil.
- No sabemos cómo son esos “encarnados”. Pueden ser enormes y combativos.
- Son muy grandes y muy combativos – apreció Bruno. – Y todos tienen garras y colmillos.
- Espero que se pongan difíciles – dijo Pablo Moreno, yendo al encuentro de sus compañeros, riendo a carcajadas. Cogió un rifle de asalto y lo cargó.
- ¿Tardaréis mucho en preparar el equipo?
- Toda la mañana. Tenemos que encontrar ese nido – dijo Suárez, serio. – ¿Qué tal si me presentas a ese contacto que tienes en el pueblo?
- Con mucho gusto. Te va a encantar – dijo Bruno, caminando acompañado por Suárez hasta su coche.
- ¡Pablo! ¡Elena! Todo tiene que estar montado a las quince cero cero. Todo completamente operativo.
- De acuerdo jefe.
Suárez montó en el coche de Bruno y los dos se dirigieron a Castrejón. El equipo se quedó en el campo, al pie de la colina cercana, montando los aparatos y preparando las armas.

* * * * * *

Roque salió de casa, sin correr pero con prisa. El sacerdote de negro había desaparecido.
El chico se había levantado tarde, cansado después de su aventura nocturna. Sus padres le habían liado para que hiciese cosas en casa y en el corral, y ya estaba avanzada la mañana cuando pudo subir al altillo, a ver cómo estaba su invitado. Pero el hombre no estaba.
No sabía cuándo se había largado, ni por dónde, ya que no le habían visto salir de casa. Tampoco tenía ni idea de dónde podía haber ido: el hombre de negro era un poderoso aliado, pero Roque tenía que reconocer que era un rato raro. A saber en qué andaba metido ahora.
Roque recorrió el pueblo, buscándole por todas partes. Le resultó difícil, porque el pueblo estaba revuelto: habían encontrado tres cadáveres más. Castrejón estaba lleno de guardias civiles, Nissan de color verde, gente curioseando y gente del ayuntamiento intentando calmar a las masas. Roque se temía que el pánico iba a empezar a propagarse.
Después de dar mil vueltas por el pueblo, y de buscar en el bar, en el ayuntamiento, en el frontón y en la biblioteca dio por fin con el padre Beltrán. Roque respiró tranquilo, resoplando.
El sacerdote estaba inmóvil delante de la enorme iglesia que tenía el pueblo. Roque caminó hasta él, tranquilamente, normalizando sus pulsaciones. Se quedó un par de pasos por detrás de él, hacia la izquierda. Contempló con curiosidad al extraño personaje.
El sacerdote miraba desde detrás de sus pequeñas gafas de sol la construcción. La iglesia de Castrejón no era bonita: era un edificio alargado, rectangular, de hormigón y ladrillos. Pero era impresionante. Tendría unos treinta metros de alto, coronados por un campanario en punta. Había nidos de cigüeñas y de cuervos arriba.
El sacerdote de negro estaba inmóvil, con los brazos a ambos lados del cuerpo, colgantes. Parecía conmovido, deslumbrado, hipnotizado por algo que podía ver y el resto no. Roque aguardó a su lado, sin saber qué era lo que impresionaba al anciano.
- Hace muchos años que no entro en ninguna iglesia – dijo el anciano, de pronto. Roque se sorprendió, al descubrir que el cura sabía que estaba allí, y porque tal afirmación en un sacerdote era curiosa.
- ¿No?
El anciano negó con la cabeza.
- No.
Roque esperó.
- ¿Y por qué? – preguntó al fin, sin saber si el hombre se ofendería ante la pregunta.
- Estoy maldito – fue la desconcertante respuesta. – He matado a muchos hombres y mujeres, poseídos por ectoplasmas. He perseguido almas y fantasmas, devolviéndoles a sus dimensiones demoníacas.
- Lo que ha hecho no es malo....
- Las reglas de Dios son las reglas de Dios.... aunque haya fuerzas más poderosas que Él. He vendido mi alma para poder vencer a mis enemigos, he caído presa de maldiciones al someter a malos espíritus y entes demoníacos. Cuando muera sé que iré al Infierno.
Roque tragó saliva, sin saber que contestarle.
- Lo lamento....
El sacerdote de negro se giró, sacudiendo la cabeza.
- Es un precio muy alto por dar mi vida por el bien. Pero lo pagaré cuando llegue el momento – dijo, resuelto, decidido. Roque le admiró en ese momento. – ¿Sabemos algo de los demás?
- No.
- Bueno. Empecemos a buscar el portal.



No hay comentarios:

Publicar un comentario