viernes, 17 de enero de 2014

El Trece (13) - Capítulo 13 + 6

- 13 + 6 -

Bruno maldijo mil veces el cacharro que le había prestado Sara. No había manera de entenderse con él. Llevaba varias horas recorriendo los caminos de tierra que había alrededor de Castrejón, atravesando pinares y tierras de labranza.
Pasó varias veces cerca de la colina cercana al pueblo, que tenía la antena de telefonía y los restos del castillo en la cima. Cruzó el río varias veces, al otro lado del pueblo. Cruzó campos y campos de girasoles, que lo miraban pasar, imperturbables. El coche y Bruno se iban calentando más y más.
La señal del aparato mostraba el lugar donde estaban Suárez y los otros dos, pero no dejaban de moverse. A menudo se detenían, Bruno suponía que para colocar sensores o radares, pero al poco rato volvían a ponerse en marcha. Bruno era incapaz de alcanzarles, también porque se había perdido multitud de veces.
Al final, cansado, con hambre y sudoroso, frenó y paró el coche al lado de unos pinos, a la sombra, en un camino estrecho de tierra. No creía que nadie fuese a pasar por allí, así que decidió que esperaría un rato. Bajó las ventanas del coche y sólo consiguió que entrase aire caliente. El verano actuaba con toda su fuerza en las tierras castellanas.
Estudió durante casi media hora el aparato, y los movimientos del coche de Suárez. Vigiló las carreteras y previó la ruta que el otro coche iba a trazar. Cuando estuvo casi seguro de por dónde iban a pasar, y si le iba a dar tiempo a alcanzarles, arrancó de nuevo el coche y se puso en marcha.
Conducía a toda velocidad con el aparato en la mano, vigilando los movimientos de Suárez y los otros. Por ahora seguían la ruta que Bruno había pensado que recorrerían. Aceleró aún más, derrapando en las curvas de tierra, jugándose el pellejo, para llegar a tiempo al punto de encuentro que había previsto.
Entonces observó, con regocijo, que el coche de Suárez se había parado. Estaba al borde de un campo, en la carretera que Bruno seguía. Iba a alcanzarles antes de lo que había previsto.
Otros veinte minutos de conducción peligrosísima después, Bruno llegó a un campo de girasoles que estaba al lado de la pista de tierra. Aparcó, resbalando en la arena suelta, delante del land rover de Suárez.
- ¿Bruno?
Caminó por entre los altos girasoles, hacia las tres cabezas que sobresalían entre las flores. Les saludó con la mano, forzando una sonrisa.
- ¿Qué carajo haces aquí? – gruñó Suárez.
- Sara me ha dejado este chisme para encontraros. Quería ver cómo iba todo....
- Pues vamos bien – respondió Suárez, enfadado. – No tenías que venir.
- Solamente quería controlar que todo estaba saliendo bien. Tenemos que encontrar el nido antes de la noche.
- Quedan unas cinco horas para que anochezca, y para entonces sabremos de sobra dónde está el nido – dijo Suárez, con mal tono. Héctor y Jorge se miraron, sin saber a qué venía esa conversación tan tensa entre sus dos superiores. – Lo que me pregunto es por qué has venido hasta aquí para controlarnos, si ya no eres tú el responsable de esta operación.
- De tu operación quizá no.... – dijo Bruno. Parecía sereno, pero por dentro era una tormenta, terriblemente nervioso y acojonado. – Pero mi operación sigo mandándola yo.
- ¿Tu operación? – llegó a decir Suárez, riendo, asombrado y divertido.
En ese momento Bruno sacó de la cinturilla del pantalón, a su espalda, una pistola. Era una semiautomática que el equipo de Suárez había traído con ellos: la mayoría eran de dardos tranquilizantes, para tratar de coger vivo a alguno de los “encarnados”. Pero Bruno se había cuidado mucho de coger una cargada con balas de plomo.
Sabía que el más peligroso era Suárez, así que le disparó primero. El jefe del equipo cayó hacia atrás, asombrado.
Después desvió hacia los otros dos hombres la pistola, que le miraron horrorizados, sin comprender lo que estaba pasando. Bruno disparo primero a Héctor, haciéndole desaparecer la sien derecha. Después disparó a Jorge, que ya intentaba ponerse a cubierto. El disparo le dio en el hombro, haciéndole girar. Bruno volvió a apretar el gatillo y le acertó en el pecho, haciéndole toser sangre. El hombre cayó al suelo y tardó menos de un minuto en morir.
Suárez, con un tiro en la parte alta del pulmón izquierdo, resoplaba y se removía en el suelo. Bruno se acercó a él, con resolución, pero las rodillas le temblaban.
- ¡Te has vuelto loco! – farfulló Suárez, entre jadeos sangrientos. – ¡Estás como una cabra, cabrón malnacido! ¡No sé qué pretendes, pero la agencia irá a por ti!
- ¿La agencia? – se extrañó Bruno, parándose al lado de Suárez, mirándole desde arriba. – La agencia no podrá hacerme nada cuando consiga lo que me propongo.
Levantó la pistola y le pegó un tiro en la cabeza. El pulso no le tembló y las rodillas le habían dejado de entrechocar.
Bruno se sorprendió a sí mismo: no esperaba que tuviese tanta sangre fría para matar a tres seres humanos. Sonrió, medio orgulloso y medio asustado. Después se dobló, vomitándose en los zapatos.
Nadie le escuchó, como nadie había oído los disparos. Estaba solo en medio de la llanura castellana.

* * * * * *

Mowgli escuchó atentamente todo lo que el padre Beltrán le contó. Todo lo referente a otros mundos, a las dimensiones demoníacas, a Satánix, a los monstruos que habían entrado en su mundo, al portal, al trece.... Y no daba crédito.
Victoria, a su lado, le aseguraba que era todo cierto. Pero ella no podía creerlo. ¿Cómo iba a creer una cosa así? Eso estaba bien para las películas y los libros. Pero aquello era la vida real.
- Mowgli, sé que te costará creerlo. Nadie en su sano juicio lo creería – se puso de su lado Victoria. – Pero nosotros hemos visto a esos monstruos. Hemos huido de ellos. No hay que creer nada: es cierto. Es real.
Mowgli tragó saliva.
- Y tenemos que darnos prisa en encontrar el portal. Siete de los doce soldados del trece ya han cruzado hasta nuestra dimensión – explicó el padre Beltrán. – Sólo quedan cinco antes de su caudillo maldito. Y todo se acelera al final.
Mowgli miró al sacerdote a los ojos (a sus pequeñas gafas de sol, que no se había quitado al entrar en el bar). Era un hombre tan extraño.... Pero sus amigos confiaban en él. Confiaban a ciegas.
Decidió que no podía ser tan orgullosa y tan incrédula y que debía confiar en sus amigos.
- ¿Y qué podemos hacer para encontrar el portal? – concedió al fin.
- El portal no es más que una puerta, un hueco que comunica nuestro mundo y Satánix – explicó el padre Beltrán. – Llevo buscando ese hueco mucho tiempo, sin conseguirlo. Pero ahora debemos encontrarlo en tan sólo unas horas. Y no sé cómo hacerlo.
Las dos chicas se miraron, desconsoladas. Si alguien sabía cómo encontrar el portal, ése debía ser el padre Beltrán.
- Pero.... ¿cómo es? ¿Qué forma tiene? – preguntó Victoria, intentando buscar una solución. – Si sabemos eso quizá se nos ocurra dónde puede estar en el pueblo.
- No lo sé. Simplemente es un hueco. Puede ser una puerta real o un corte en el suelo. Realmente no lo sé.
- ¿Y ha estado siempre aquí, en el pueblo? ¿O ha surgido de pronto? – preguntó Mowgli.
- No puede ser nuevo – contestó el padre Beltrán. – Los portales entre dimensiones son inmutables, son fijos. Algunos son más fáciles de encontrar que otros, pero siempre son de la misma forma y ocupan el mismo lugar.
- Y entonces.... ¿cómo es que ha pasado tanto tiempo desapercibido para la gente del pueblo? – se preguntó Mowgli. – ¿Cómo es que es justo ahora cuando los monstruos han venido hasta aquí?
- Buena pregunta – dijo el padre Beltrán, pensativo. – Según las leyendas, los portales que unen Satánix con el resto de mundos son los más seguros de todos. Fue lo que consiguieron los dioses y demonios del resto de los mundos al unir su magia para intentar destruir Satánix: lo encerraron en sí mismo.
- ¿Y cómo es que el portal de nuestra dimensión se ha abierto? – preguntó Victoria.
- No lo sé.... Pero ha tenido que ocurrir una magia muy poderosa o un cataclismo de gran magnitud para que el sello se rompiera y el portal se haya abierto.
- No ha pasado nada parecido últimamente....
- ¿No? ¿Seguro? – preguntó el padre Beltrán, casi desesperado ­– ¿No ha habido nada nuevo en el pueblo últimamente? ¿Alguna voladura, alguna explosión?
Las dos chicas negaron con la cabeza. El sacerdote juró por lo bajo, huraño.
- Bueno.... – dijo de pronto Mowgli. – Hace unos meses han construido la torre de telefonía de la colina. Estuvieron picando y usaron maquinaria pesada.
- ¿Eso podría haber abierto el portal?
- Quizá – dijo, pensativo el padre Beltrán, frotándose el mentón desaliñado. – Pero es muy raro que el portal estuviese en medio de la colina, sin más, como un simple agujero en el suelo, esperando las obras de esa antena para abrirse....
- No es la antena – dijo Victoria, de pronto, cayendo en la cuenta. – Es el castillo. El portal está en las ruinas del castillo. El sello se rompió con las obras.
- Eso tiene sentido – afirmó el sacerdote de negro. – Por eso ese tal Bruno Guijarro no lo ha encontrado por el pueblo....
- ¿Y el nido que buscaba con tantas ganas?
- No sé dónde podría estar....
- No sé, no tengo ni idea.... – dijo Mowgli, con timidez. – Pero.... ¿no podría ser que el portal y el nido sean la misma cosa? ¿Qué los monstruos, las criaturas nocturnas, se escondan de día en su dimensión? ¿Qué vuelvan a ella por el portal?
- ¡Eso es! ¡Claro que sí! – saltó el padre Beltrán, poniéndose en pie del entusiasmo. – Es lo más lógico: las criaturas no se sienten a gusto en nuestra dimensión, no es su ambiente natural. Por eso, en la parte del día más incómoda para ellos, vuelven a su origen, a su hogar. Y lo seguirán haciendo hasta que el trece llegue: entonces no le temerán a nada. Ni siquiera al Sol.
- ¿Qué hacemos? ¿Vamos para allá? – dijo Mowgli, poniéndose en pie. El anciano sacerdote le había contagiado su entusiasmo.
- Es nuestra mejor pista. Y no tenemos mucho tiempo que perder.
- ¿Y los chicos? – preguntó Victoria. – Roque tiene una moto en la que podríamos ir alguno hasta allí en un momento.
- Les llamaremos por el camino – dijo el padre Beltrán. – Ahora debemos ponernos en marcha.
Protegidos por la fuerte luz del Sol, los tres salieron a la calle y se encaminaron a la lejana colina.



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