domingo, 12 de enero de 2014

El Trece (13) - Capítulo 13 + 4

- 13 + 4 -

- Mire, allí están Sergio y Victoria – dijo Roque, señalando. El cura miró hacia allí y vio a los chicos.
Parecían desanimados, y no era para menos. Lucía les preocupaba mucho. Se había volcado mucho con Bruno Guijarro, y algo no les convencía en aquel hombre.
- ¿Tan mal van las cosas? – dijo el sacerdote, a modo de saludo. Sergio y Victoria asintieron.
- Lucía está fuera de sí – contestó la chica.
- Le han comido el coco – explicó Sergio, abatido. – No hace más que hablar de monstruos, de su misión y del nido, sea lo que sea eso.
- ¿El nido? – quiso saber el padre Beltrán.
- Es algo que le ha mandado buscar el hombre de la agencia, ese Bruno – dijo Sergio. – No sé, no me fío de él. Ha convencido a Lucía para que le ayude, sin siquiera conocerle. No sabemos nada de él.
- Tampoco sabéis nada de mí – replicó el padre Beltrán. – Y sin embargo aquí estáis, fiándoos de mí y ayudándome.
- Es distinto – dijo Victoria. – Usted nos ha salvado la vida, nos ha explicado lo que ocurre.... Ese tal Bruno.... parece que oculta algo. Además, está demasiado entusiasmado con la idea de los monstruos y el nido. No es lógico, si el trece está al llegar....
- Otra vez eso del nido.... – dijo el cura.
- Es lo que ese hombre está buscando – explicó Sergio. – Lo que le ha mandado buscar a Lucía. No sabemos si será lo mismo que el portal que usted nos explicó, pero él lo llama así....
- No puede ser lo mismo – dijo el padre Beltrán, hablando en voz baja para que sólo le escuchasen los chicos. – El portal no es más que eso, el modo de entrada de esos seres a nuestra dimensión. Una puerta entre mundos. Un nido.... sugiere la idea de refugio. Ese hombre está buscando el lugar donde las criaturas se esconden de día.
- Quiere cazarlos – dedujo Roque.
- Puede ser.... Pero eso no es lo que más prisa debería urgirle.... Lo más urgente es cerrar el portal para evitar que el trece entre en nuestra dimensión – murmuró, quedándose pensativo después. – Me temo que ese tal Bruno no sabe nada del portal ni de la leyenda del trece.
- ¿Cómo no va a saberlo? – se extrañó Roque.
- No es tan raro suponerlo – explicó el padre Beltrán. – La ACPEX se encarga de las manifestaciones paranormales en nuestro país. No tienen por qué conocer todas las leyendas del más allá que hay por el planeta. El comportamiento de ese hombre me induce a pensar que no sabe nada de un portal: él cree que todos los monstruos han salido y se esconden de día para atacar de noche. Por eso se empeña en buscar un nido, un refugio.
- ¿Y qué hacemos?
- Creo que ha llegado el momento de que conozca a ese tipo – dijo el padre Beltrán.
- Yo se lo presentaré – se ofreció Sergio.
- Yo creo que voy a ir a hablar con Lucía – dijo Roque. – Me preocupa que se obsesione. Y si ese hombre está equivocado y no es tan claro y transparente como parece mostrarse tengo miedo de que tenga una decepción con él o que la engañe.
Los demás asintieron.
- Yo voy a buscar a Mowgli – dijo Victoria. – La pobre está asustadísima y la tenemos abandonada. No se está enterando muy bien de todo lo que pasa.
- Ve a buscarla y me la presentas. Aún no la conozco y yo podría explicarle la historia como hice con vosotros – sugirió el padre Beltrán.
- ¿Quedamos en la plaza de las Libertades después de comer? – propuso Roque. Todos asintieron, conformes.
- Bien. A las cinco será buena hora. Y ahora, Sergio, llévame ante ese hombre de la agencia.
El grupo se disolvió y cada uno de ellos se marchó en una dirección, decididos a cumplir con sus encargos. El padre Beltrán y Sergio fueron los únicos que se fueron acompañados.
- Será mejor que no le digamos quién soy – dijo el  padre Beltrán mientras el chico le guiaba por el pueblo. – Si no os fiáis de él es mejor que no le demos pistas, que no sepa nada que nosotros sepamos más que él.
Anduvieron por las calles del pueblo, en dirección a la casa de Lucía, cruzándose aquí y allá con gente y con guardias civiles. El padre Beltrán temió que el caos estaba cerca: se les acababa el tiempo.
Sergio confiaba en encontrar a Bruno cerca de la casa de Lucía y no se equivocó. Un poco más lejos de la casa, fuera ya de la plaza y cerca del pequeño parque infantil, vieron a lo lejos la figura de Bruno, que caminaba por el pueblo con los hombros encogidos, como un tigre enjaulado.
- ¡Bruno! – llamó Sergio desde lejos. El hombre se volvió y le miró. A primera vista parecía nervioso y preocupado, angustiado por algo. Pero al ver al chico su porte cambió y volvió a lucir la sonrisa especial que guardaba para deslumbrar a la gente.
- ¡Hola otra vez! – dijo con voz divertida. Sergio se extrañó, pues aquella voz no pegaba con el aspecto que Bruno había lucido antes. – ¿Qué pasa, Sergio?
- Nada malo – dijo el chico, mostrando con la mano al hombre que le acompañaba. – Solamente quería presentarle al padre Beltrán. Él es.... nuestro párroco – improvisó.
- ¡Ah! Mucho gusto. Yo soy Bruno Guijarro Teso.
- El placer es mío – los dos hombres se estrecharon las manos.
- Lamento mucho lo de su sacristán. Fue un hecho terrible – dijo Bruno, amable, con verdadero pesar.
- ¿Eh? ¡Ah, sí! Mi sacristán.... Gracias, gracias.... fue terrible, es verdad.... – tartamudeó el cura.
- ¿Y bien? ¿Quería algo? – dijo Bruno. A Sergio le pareció que estaba muy nervioso, tenía prisa por algo.
- Nada, solamente quería conocerle. Sergio es uno de nuestros más fieles feligreses y me ha hablado mucho de usted – dijo el padre Beltrán, sorprendiendo a Sergio con su facilidad para inventar y mentir. – Me ha dicho que es usted del gobierno y que ha venido a ayudarnos.
- Así es – dijo Bruno, asintiendo con fuerza, sonriendo amable.
- Pues tiene aquí un caso muy difícil – dijo el sacerdote. – ¿De qué agencia en concreto es usted?
- Oh, de una muy poco conocida. Nos encargamos de los casos difíciles, sirviendo de enlace entre los diversos cuerpos y fuerzas de seguridad del estado – explicó Bruno, vagamente.
- Estoy preocupado, señor Guijarro.... – dijo el padre Beltrán.
- Llámeme Bruno – interrumpió.
- Bien. Estoy muy preocupado, Bruno – continuó el cura. – La gente del pueblo está nerviosa, muy preocupada. Empiezan a hablar de monstruos, de seres del infierno. Hablan de que estamos sufriendo un castigo de Dios.
- La gente es muy impresionable....
- ¿De verdad no cree que estemos sufriendo una oleada de ataques de seres infernales? ¿Que sea algo paranormal? – dijo el padre Beltrán, y para Sergio el anzuelo fue demasiado evidente.
- ¡No! ¡No, hombre, no! – rió Bruno, y el sacerdote se hizo el sorprendido. Sin embargo, interiormente, el padre Beltrán sonrió. – Nada más lejos de la realidad. La teoría actual, a la luz de las pruebas que hemos ido encontrando, es que estamos ante los actos de un loco, de un demente. Puede que sea alguien del pueblo, que anteriormente vivió aquí pero que tuvo que irse, a causa de un hecho vergonzoso. No sabemos quién puede ser. ¿Se le ocurre alguien?
- Llevo siendo el cura de este pueblo muy poco tiempo – dijo el padre Beltrán para salir del paso. – No conozco a todo el mundo ni lo que les ha pasado recientemente.
- Ya veo.
- ¿Y su antigua teoría? – saltó Sergio, incapaz de contenerse. – Aquello que me dijo aquella noche, lo de los mons....
- Esa teoría ya se ha demostrado y estaba equivocada – dijo atropelladamente Bruno, para cortarle. – Lo que creemos es que el asesino utiliza a perros peligrosos para cometer algunos de sus asesinatos o para destrozar a las víctimas....
- Eso es abominable – musitó el cura.
- Lo es – dijo Bruno, con desfachatez. Sergio se mordió el labio y guardó silencio.
- Bueno, no queremos molestarle más – dijo el padre Beltrán, volviéndole a dar la mano. – Le dejamos que siga con lo suyo.
- Muchas gracias. Espero poder terminar pronto y encontrar al culpable.
- Que Dios le acompañe – dijo el sacerdote, alejándose y despidiéndose con una mano levantada. Bruno les sonrió y agitó una mano. Sergio ni le miró, desconfiado.
Los dos caminaron sin prisas, alejándose del hombre del gobierno. Se cruzaron con bastante gente, que se iba a sus casas a comer. El Sol estaba en lo alto y calentaba en condiciones.
- Ese hombre oculta algo – dijo el padre Beltrán, con  una voz que hizo que Sergio sufriera un escalofrío. – No sé qué, pero tiene oscuras intenciones.

* * * * * *

Roque no podía creer que aquella chica que tenía enfrente fuese Lucía.
Desde hacía tiempo sabía que le gustaba a Lucía. No era un gran secreto: todos en la pandilla lo sabían. Él intentaba llevarlo lo mejor posible, ya que no quería que aquella situación estropease la relación que todos tenían en el grupo, y porque era muy amigo de Lucía y no quería dejar de verla. Se llevaban muy bien, y el grandullón disfrutaba, aunque estuviese un poco mal, con toda la atención que la chica le mostraba.
Roque estaba un poco hecho un lío: en ocasiones pensaba que le gustaba Lucía, que podría llegar a tener una relación con ella más allá de la amistad. Pero no estaba seguro de sus sentimientos.
Y ahora, allí, en su habitación, Lucía no le hacía ni caso. No le prestaba atención, no le miraba con cara atontada cada vez que él hablaba, no le daba la razón. Lucía estaba volcada en su trabajo y ahora mismo Roque no era nadie más especial que el resto.
Era egoísta y rastrero, pero Roque se sintió un poco mal al haber perdido ese estatus exclusivo que tenía con Lucía.
- Lucía, ¿quieres parar quieta un momento? – pidió, pero Lucía no le hizo ni caso. Seguía buscando en cien páginas web información sobre el pueblo, sobre su pasado histórico, sobre su pasado paranormal. Quería encontrar algún indicio que le dijera dónde estaba el dichoso nido.
- No puedo, Roque. Tengo que terminar con esto. Es muy urgente – dijo Lucía, sin mirarle.
- ¿Es lo que te ha mandado Bruno? – preguntó el grandullón, un poco celoso.
- Sí. Le estoy ayudando – dijo Lucía, pensando en la finalidad última por la que hacía todo aquello. – ¿Qué te parece?
- Bueno.... – pensó Roque. No quería herir a su amiga. – Me parece que te estás pasando. Estás fuera de ti.
- No digas bobadas.... sólo quiero ayudar – contestó Lucía, sin que su voz dejara entrever la decepción que sentía dentro. Había esperado que Roque viese aquello de otra forma.
- Lucía.... ese tío no es de fiar – intentó Roque.
- ¿Quién? ¿Bruno? – se sorprendió Lucía. – No sabes lo que dices. Es el único que dice las cosas claras con respecto a los monstruos en este pueblo....
- No es el único que dice las cosas claras – se ofendió Roque. – Yo conozco a otro hombre que habla más claro que ese Bruno.
- ¿Ah, sí?
- Sí. Es un cura que lleva toda la vida peleando contra esos monstruos, con seres del más allá – defendió Roque. – Y nos ha contado más cosas que tu amigo Bruno. Que, por cierto, sólo sabe la mitad de la historia y está bastante perdido buscando ese nido – dijo, atacando con todo, olvidando que intentaba convencer a Lucía de la verdad. – Y dice que Bruno no es un hombre de fiar.
- ¡Ja! ¿Qué va a decir? – dijo Lucía, sin ofenderse. – Me parece que ese hombre es el que tiene algo que ocultar y no sabe cómo hacer para alejaros de Bruno, que es el único que sabe cómo manejar esta situación.
Roque se desesperó, sin saber qué más decir.
- Lucía, mira, yo he visto cómo ese hombre me salvaba la vida. Y luego he visto cómo nos la salvaba a Victoria, a Sergio y a mí. No quiere ocultar nada – siguió, casi desesperado. Él lo veía muy claro y no sabía cómo hacer para que Lucía lo viera igual. – Me ha contado cosas muy íntimas suyas, muy particulares. No es alguien que quiera engañarnos: quiere ayudarnos.
- Igual que Bruno.
- ¿Igual que Bruno? – se ofendió el grandullón. – Explícame cómo quiere ayudarnos. ¿Separándote de tus amigos? ¿Metiéndonos en su plan clandestino?
- ¿Clandestino? ¿Cómo que clandestino?
- ¡Lucía, por favor! ¿No te parece raro? Viene él solo a investigar al pueblo, no pide ayuda a su agencia sino que se dedica a reclutar a chicos del pueblo para que lo ayuden....
- Pues ahí te equivocas, listo – replicó Lucía, dolida. – Sí que han venido compañeros suyos de la agencia. Esta misma mañana.
Roque se quedó callado.
- ¿Y no se te ha ocurrido pensarlo al revés? ¿Que es ese misterioso hombre tuyo el que quiere engañaros? ¿El que os ha contado una historia para convenceros de que le ayudéis en sus planes? ¿Y si tiene planes ocultos que no ha compartido con vosotros? ¿Y si estáis ayudando al malo?
Roque había ido con las ideas muy claras a casa de Lucía, pero ahora dudaba.
- Roque, perdona, no quería desilusionarte – dijo la chica, dejando el ordenador por fin y acercándose al grandullón, que estaba descorazonado. – Pero tú debías haberlo pensado, igual que has pensado todo eso de Bruno.
Lucía le colocó los brazos entrelazados detrás del cuello. Sus caras estaban una frente a la otra, con la diferencia de altura entre uno y otro.
- ¿No se te ha ocurrido pensar que todo esto lo hago por ti? – reconoció al fin Lucía, haciendo que Roque la mirase sorprendido a los ojos. – Quería que me vieses de otra forma, que me admirases. Que me vieses como algo más valioso que la simple chica que es tu amiga....
Lucía se puso de puntillas y juntó sus labios con los de Roque, en un beso delicado, que ambos llevaban tiempo esperando y deseando. Roque se dejó abrazar por los labios de Lucía, acunar por su movimiento. Estaba a gusto, y él también lo deseaba secretamente. Pero después despertó.
- ¿Qué haces? – dijo, separándose de ella, con delicadeza pero con firmeza. – Ésta no eres tú, Lucía. Ese tío te ha cambiado, te ha comido el coco. Espero que cuando todo esto acabe vuelvas a ser tú misma.
El chico, desalentado, decidió que ya no podía hacer nada más allí y se dirigió a la puerta, para marcharse.
Lucía se cabreó de repente. No había podido convencer a Roque de que lo que hacía era bueno, que lo hacía por él y por el amor que sentía hacia él. Se le nubló la vista y la ira la guió.
Cogió una silla y la rompió en la espalda y la nuca de su amigo. El grandullón se derrumbó en el suelo, inconsciente.



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