jueves, 26 de marzo de 2015

Târq (7) - Capítulo 7 + 4


- 7 + 4 -

 El calor de la calle quedó fuera, frenado por las puertas de cristal y contenido por el poder intenso del aire acondicionado que funcionaba sin parar en el edificio. Marta caminó con decisión por el vestíbulo, acompañada por Gustavo, que caminaba a su lado.
Se acercaron a los ascensores gemelos que había en el centro del edificio, esperando delante de ellos, rodeados por visitantes, agentes, técnicos y demás personal. Cuando se abrieron las puertas de uno de ellos salió mucha gente de dentro. Gustavo echó a andar para entrar pero se detuvo cuando vio que Marta se había parado delante de otro hombre.
- ¡Julián! ¿Cómo te va? – saludó Marta efusivamente, dándole dos besos cariñosos.
- Bien, bien.... bueno, se me han acabado las vacaciones y ya estoy de vuelta.... – dijo el hombre, que era un poco mayor que Marta, delgado, de cara sosa, pelo rubio deslucido y despeinado y ojos oscuros. La única nota alegre de su aspecto era su sonrisa, que era bonita a pesar de lucir en un rostro tan feo.
- Así no has dejado sola a Sofía – dijo Marta, volviéndose hacia la mujer que acompañaba a Julián Alonso Montoya, sonriéndola. – ¿Qué tal sin él estos días?
Sofía Gil Mendoza sonrió a Marta. No tenían mucha relación pero las dos mujeres se conocían. Además, Julián y Marta eran muy amigos, así que las dos mujeres mantenían una relación muy cordial.
- Bueno, más tranquila y sin agobios – bromeó Sofía Gil Mendoza, haciendo que Julián Alonso Montoya hiciese una mueca, arrugando más su cara ya de por sí extraña. – Pero la verdad es que mucho mejor con él....
- Es un cielo.... – dijo Marta, acariciándole el brazo. Gustavo no pudo evitar sentirse un poco celoso.
- Bueno, bueno, chicas, no empecéis que al final me lo voy a creer – sonrió Julián, mejorando su cara. – ¿Qué tienes, misión nueva?
- Algo así.... – contestó Marta, con una mueca. – Algo un poco raro....
- Ya, porque el resto de misiones son normales, ¿no? – bromeó Julián. – Oye, te dejamos, que tenemos que irnos....
- ¿Por aquí cerca?
- Cáceres.... – dijo Julián, con una mueca incómoda. – Verás qué viajes nos pegamos....
- ¡Que os vaya bien! – se despidió Marta. Después se volvió a Gustavo y a los ascensores y lo vio solo. Puso cara de sorpresa y Gustavo rió.
- Ha llegado el otro ascensor y toda la gente ha subido en los dos – dijo. – Esperamos a los siguientes.
- Es que era Julián, mi antiguo compañero.... – se excusó Marta, algo avergonzada aunque no sabía por qué.
- Ya lo sé, lo conozco, me lo has presentado – dijo Gustavo, tratando de sonar despreocupado, aunque siempre sentía envidia de aquel tipejo feúcho y de la complicidad que tenía con Marta. Ojalá él consiguiese tener esa relación con su compañera....
- Fue mi primer compañero cuando me hicieron agente y aprendí mucho con él – murmuró Marta. Gustavo ya se lo sabía, pero no dijo nada. Se estaba empezando a cansar de ser el compañero que avergonzaba a Marta y que no paraba de tirarle los tejos. Suspiró y se dejó llevar por el ascensor, cuando los dos montaron en él.
Subieron hasta la planta veintidós, donde buscaron a una agente de apoyo llamada Verónica Martín Martín. Era una mujer madura, de cincuenta y tantos años, de pelo rubio teñido, cuerpo delgado y buen gusto para el vestir. Tenía el color de piel de las mujeres que se dan rayos UVA todo el año y que encuentran atractivo ese color del cuero quemado por el Sol. A Marta le parecía feo y Gustavo lo encontraba repugnante.
Pero, al margen de eso, Verónica Martín Martín era una muy buena agente que trabajaba en la sección de admisión de casos, asignación de misiones y cambio de grupos y compañeros. Gracias a su puesto estaba muy al tanto de lo que se cocía en la agencia a cada momento, y aunque su aspecto recordaba a una momia que se había puesto demasiado tiempo al Sol, su trato era agradable y ella muy amable.
- Hola, Verónica, ¿cómo te va? – saludó Gustavo al llegar delante de ella, acodándose en el mostrador.
- Hola Verónica – saludó Marta, poniéndose al lado de su compañero, sonriendo a la agente.
- ¡Hola, hijos! ¿Cómo estáis? – saludó la mujer, con cara alegre. – Yo la verdad que un poco cansada. Estoy deseando que me den las vacaciones....
- ¿Cuándo las tienes este año? – preguntó Gustavo, con poco interés pero con cordialidad.
- En Noviembre.
- Al Caribe, ¿no? – preguntó Marta.
- ¡Claro! Este moreno no se mantiene solo.... – dijo Verónica Martín Martín, señalándose los brazos. Ella seguía creyendo que nadie en la agencia sabía que se daba rayos UVA. – Pero bueno, que si estuvieseis aquí para hablar de mis vacaciones habríais venido a la hora del café y no tan temprano. ¿Qué es lo que queréis, guapos?
- Acabamos de llegar de una misión de reconocimiento desde Salamanca – explicó Marta. – Nos la encomendó el mismo general Muriel Maíllo y no sabemos muy bien cómo tenemos que informar de lo que hemos averiguado....
- Muy bien.... – murmuró Verónica, consultando un cuadrante que tenía en la mesa, agarrado con una presilla a una tablilla de cartón duro. – En principio está en su despacho. Podéis ir a verle, a ver si puede recibiros. Él mejor que nadie os dirá qué quiere saber....
- ¿Tenemos alguna otra misión asignada? – preguntó Gustavo, inclinándose sobre el mostrador.
- No – contestó Verónica Martín Martín, después de comprobar un archivo de Excel en la pantalla de su ordenador. – Creo que os darán un par de días libres, porque por lo que veo ayer volvisteis de Guadalajara y luego os mandaron a Salamanca.
- Muy bien....
Los dos se despidieron y se alejaron del mostrador, dejando que la cola de gente esperando avanzara. Uno al lado del otro se dirigieron a los ascensores de nuevo.
- Si nos dan ese par de días libres ¿qué piensas hacer?
¿Ir a algún sitio? – preguntó Gustavo, en voz alta, mirando pensativo hacia adelante.
- No lo sé, pero no pienso ir contigo a ninguna parte – contestó Marta, creyendo que Gustavo trataba de ligar con ella una vez más y de invitarla a ir con él a algún sitio.
- Ni yo te lo pensaba proponer.... – contestó Gustavo, algo cortante, pero con una mueca divertida en la cara. – Era sólo por saberlo, por entablar conversación. Si al final nos los dan yo ya tengo pensado un plan....
Marta lo miró asombrada, pero Gustavo no se dio cuenta o hizo como que no se había enterado. Entró en el ascensor que estaba medio lleno y Marta fue con él. La mujer se dijo a sí misma que quizá siempre juzgaba de la misma manera a su compañero, cuando no debía hacerlo.
Llegaron al piso treinta y siete, donde estaba el despacho del general. Preguntaron a su secretaria, que estaba en una mesa delante de la puerta del despacho, y les dio permiso para pasar, después de preguntar al general por el comunicador.
- Agente Velasco, agente Álvarez, pasen, por favor – les saludó el general, levantándose de la butaca. Los dos agentes se acercaron a la mesa y se sentaron en las dos sillas que había delante de ella. Sólo entonces volvió a tomar asiento el general. – Supongo que vienen a contarme lo que averiguaron ayer....
- Entre otras cosas, sí – dijo Marta, que sabía que podía hablar a las claras delante del general. Era un superior severo y serio, pero tenía muy buena relación él.
- ¿Y bien?
- Allí no había nada, general – intervino Gustavo. – Había rastros ectoplásmicos, desde luego, pero eso ya lo sabíamos antes de ir. No había restos físicos de ningún ataque ni de ninguna baja, aunque sí que encontramos un lápiz. Puede que alguien haya desparecido.
- ¿Un lápiz? – se extrañó el general.
- Verá, señor, yo le explicaré – intervino Marta. – En aquella ciudad vivía un ente, escondido a simple vista.
- No puede ser. Habríamos tenido constancia de ello – dijo el general, sorprendido, para nada soberbio.
- Al parecer se escondía muy bien. Además, estaba en medio de una “nube azul” de gran actividad: quizá si tenía salidas de tono a nosotros se nos pasarían desapercibidas, o las confundiríamos con manifestaciones de “humos” o así.... – dijo Gustavo.
- Creo que era un Guinedeo, si es que eso le dice algo – recordó Marta y el general asintió lentamente, aunque no explicó nada. – Vivía por allí y encontramos un lapicero muy característico en el callejón donde se produjo el evento hace dos días. El lapicero era suyo, lo vi el verano pasado....
- Así que conoció a este ente cuando estuvo con el padre Beltrán, ¿no es así? – preguntó el general, con cierta intención. Marta asintió.
- El caso es que no hay rastro de este tipo, y aunque es muy extraño que desaparezca de esta manera, por lo que nos han contado conocidos suyos de allí, nada indica que tenga que ver con el evento del otro día. O sí, no hay suficientes evidencias.
El general asintió, lentamente. Parecía defraudado, aunque no con ellos.
- Muy bien. Gracias y buen trabajo....
- General, querría preguntarle algo.... – dijo Marta, con cierta preocupación.
- Los dos – dijo Gustavo, rotundo. Él no conocía al padre Beltrán, pero no quería dejar sola a su compañera en aquella situación que prometía ponerse tensa. Quería apoyarla.
Marta pareció un poco sorprendida, pero siguió hablando.
- Verá, nos mandó allí porque podía tener relación con el padre Beltrán. Ahora mismo le ha nombrado, con un tono nada amable, casi culpable. No podemos evitar preguntarnos, ¿ha hecho algo malo el padre Beltrán? ¿Está bajo investigación?
El general apoyó los codos en la mesa y juntó los dedos de las manos delante de la boca, mirando a los dos agentes con cara muy seria. Al cabo de un rato, que se hizo larguísimo, contestó.
- Verán, tienen que entender que el padre Beltrán ya era un viejo conocido de la agencia, desde hace años. Nunca hemos dado con él, aunque ha habido temporadas en que lo hemos buscado con bastante intensidad. Pero es un hombre muy escurridizo – dijo el general, con su voz severa pero juvenil. Parecía verdaderamente serio esta vez. – Comprendo que usted lo vea con buenos ojos, agente Velasco, y que le haya cautivado un poco, pues es un hombre con mucho carisma. Pero no debe olvidar que es alguien muy peligroso.
- Es cierto, pero solamente para los enemigos sobre-naturales.... – empezó Marta.
- De manera consciente quizá sí, agente Velasco. No dudo de las buenas intenciones del padre Beltrán, se lo aseguro. Le recuerdo que yo le conozco desde hace casi veinte años. Pero por eso mismo, porque le conozco, sé que a menudo no le importa pasar por encima de quien haga falta o pisar las cabezas necesarias para lograr su objetivo. Aunque ese objetivo sea muy noble y muy desinteresado, ¿me comprenden?
- Sí.... – dijo Marta, a regañadientes. Gustavo asintió a su lado, serio como nunca.
- Y después del informe que el agente Díaz y usted presentaron el verano pasado.... ¿Es que no lo ve? Ese hombre es capaz de abrir portales a otras dimensiones. ¿Qué más será capaz de hacer que no sabemos? ¿Cuánto poder tiene? ¿Y si ese poder se descontrola?
Marta lo pensó fríamente y comprendió los motivos y las preocupaciones del general. Estaba claro que el padre Beltrán era muy peligroso, eso ella ya lo sabía. Pero no podía dejar de recordarle con cariño, con admiración incluso. ¡¡Aquel hombre había salvado el mundo el verano pasado!!
Pero el general seguía teniendo razón....
- Lo comprendo.
- Me alegro que lo vea así, como yo.
- Entonces está intentando atraparlo, ¿no? – volvió a preguntar Marta. – Está tratando de investigar cualquier cosa que tenga ligeramente cualquier relación con él, ¿no? Sólo eso....
- Por supuesto.... – dijo el general, seguro de sí mismo. Marta no podía saber que el general había dudado antes de contestar aquella mentira, pensando en los terribles equipos que había almacenados en los sótanos de la ACPEX. En aquellos que funcionaban.
- Bien. Gracias por ser tan franco, general – dijo Marta, sincera, aunque tenía ciertas dudas.
- No podía ser de otra forma con dos de mis mejores agentes – dijo el general, y esta vez era totalmente sincero, sin exagerar lo más mínimo.
- Gracias – dijo Gustavo, levantándose. Marta ya lo había hecho.
- Si no quieren comentarme nada más.... – dijo el general, al ver que se levantaban.
- Nada más, señor. Si nos da permiso para retirar-nos.... – solicitó Marta.
- Por supuesto.
Los dos investigadores de campo se dirigieron a la puerta y ya delante de ella Gustavo se detuvo y se giró.
- Solamente una cosa, general – dijo, levantando un dedo. – Nos han dicho que quizá pudiésemos tener un par de días libres después de la misión en Guadalajara y el día tan ajetreado de ayer. ¿Sería posible?
Marta sonrió detrás de su compañero, divertida y admirada por su descaro. El general Muriel Maíllo también sonrió.
- Por supuesto. Vayan tranquilos, que yo me encargaré de ello.
- Muchas gracias, mi general – dijo Gustavo, sonriente.
Salieron del despacho y se quedaron un instante en la puerta, saboreando el momento.
- Dos días de descanso.... – musitó Marta, sin poder creérselo.
- ¿Te importaría tomarte un café ahora conmigo? – dijo Gustavo, de sopetón. Marta lo miró hastiada. – Para que me expliques todo ese embolao del padre Beltrán y todo eso del verano pasado. Para empezar, ¿quién es ese fulano?
Marta sonrió, divertida.
- Muy bien, me apetece un café. Pero no te confundas, no me vas a liar para nada más....
- Ni interés que tengo – dijo Gustavo, serio, pareciendo muy sincero. – Esto es sólo una reunión de trabajo entre compañeros....
Pasó por delante de Marta, de camino a los ascenso-res. Ésta lo miró un momento con la boca abierta antes de recomponerse y alcanzarle, para bajar juntos a la calle.

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