domingo, 29 de marzo de 2015

Târq (7) - Capítulo 7 + 5


- 7 + 5 -
  
El despertador ya no sonaba ninguna mañana, pero él seguía despertándose sobre las siete. Era cierto que no se levantaba inmediatamente de la cama, pero no podía evitar despertarse tan temprano, aunque no tenía nada que hacer en todo el día.
Habían sido muchos años madrugando.
Se quedaba en la cama, acostado, mirando al techo o a veces con los ojos cerrados, pero sin llegar a dormirse de nuevo. Aprovechaba esos momentos de tranquilidad, sin pensar en nada, sin prisas, disfrutando de la sensación de estar descansado, tumbado, sin agobios. Escuchaba las canciones que sonaban en la radio, en una emisora de rock, a la que se había aficionado desde que se había jubilado.
Cuarto de hora antes de las ocho, más o menos, se levantaba de la cama. Ya no aguantaba más allí tumbado. Orinaba, se aseaba y se miraba al espejo, viendo siempre lo mismo. No le disgustaba lo que veía en el reflejo, pero era cierto que las nuevas hebras blancas del bigote y las (cada vez más) arrugas de las comisuras de los ojos y de los labios le hacían notar que hacía mucho tiempo que había dejado de ser joven.
Al margen de esos detallitos, estaba en buena forma, al menos para su edad. Seguía estando delgado, con una leve panza que no le molestaba para nada. Sus brazos y piernas delgados dejaban ver unos músculos duros y estirados, que no le hacían quedar mal. Su sobrino siempre le había dicho que parecían los de Bruce Lee. Él reía, porque era muy exagerado, pero también se sentía orgulloso del piropo.
Solamente tomaba un café solo, al menos nada más levantarse. Se vestía, se ponía su sombrero (le costaba quitarse esa costumbre) y salía a pasear por la ciudad. Aprovechaba un par de largos paseos o bulevares para caminar por las aceras anchas, sin prisas. Compraba el periódico y el pan y leía el primero en una cafetería, donde se tomaba un café con leche, con tostada y zumo. Después, el resto de la mañana, aprovechaba para hacer la compra, encargarse de algunos recados, limpiar y recoger la casa....
Aquel día, mientras leía el periódico, se encontró con una noticia que le llamó la atención. Su instinto de agente no se había apagado al firmar la jubilación.
La noticia hablaba de un periodista gráfico, que trabajaba para una revista que trataba temas paranormales. El hombre había muerto el día anterior, en una mansión antigua, que estaba ruinosa. Al parecer, había habladurías en el pueblo donde estaba que decían que la mansión estaba encantada, con los fantasmas de los antiguos marqueses que habían vivido allí. El tono del periodista que había redactado la noticia era entre cínico y paternalista.
Pero a Justo la noticia le hizo prestar más atención.
Al parecer el periodista que había muerto se había caído por las escaleras de la mansión, mientras realizaba fotografías para un artículo que estaba preparando. Y no era el único que había muerto en la casa: tenía un largo historial de muertes, todas por accidentes, la más reciente de hacía sólo cinco días: dos niños del pueblo habían muerto a la vez, por sendos accidentes que los habían hecho sufrir contusiones y golpes.
Justo se acarició las mejillas bien afeitadas, tocando con la punta de los dedos los bordes del bigote, pensativo. Aquella noticia había despertado sus propias paraalarmas.
Se levantó de la silla, dejó el importe en la barra, se despidió del camarero y salió otra vez a la calle, con la barra debajo del brazo y el periódico abierto delante de él. Terminó de leer la noticia (una pequeña columna en la sección de sucesos) y volvió a releerla, mientras volvía de camino a su casa.
Estaba despegado de la agencia, como debía ser, aunque la echase de menos, así que no sabía si ya estarían detrás de aquello, pero le resultaba muy raro que no lo estuvieran. Aquello olía a fantasmas por los cuatro costa-dos, encima con muertes de por medio.
Llegó a casa, se quitó el sombrero, dejó el pan en la mesa de la cocina y anduvo hasta la mesita del salón, donde tenía el teléfono, todo eso sin dejar de mirar el periódico, repasando los detalles de la noticia.
Quizá se estaba metiendo donde no debía, o donde ya no pintaba nada, pero su instinto le decía que tenía que interesarse por aquella historia. Y su instinto no le había fallado en veintiséis años de servicio a la agencia.
- Jefatura Central de Homicidios, dígame – le atendió una voz de mujer, un poco monótona.
- Soy Justo Díaz Prieto, agente jubilado de la agencia, número de dominio 709-K-113 – dijo Justo, de carrerilla, sin tener que pensarlo. Las viejas costumbres no se olvidaban fácilmente. – Sólo quería ver si podía hablar con el jefe de operaciones que se encargue de la misión relativa
a una mansión encantada....
- ¿Dónde está esa mansión, agente Díaz? – le dijo la telefonista, y Justo no pudo evitar un ramalazo de orgullo al volver a oír que alguien se dirigía a él como “agente”. Miró la noticia del periódico, buscando el nombre del pueblo, y se lo transmitió a la mujer del otro lado de la línea. – Muy bien, déjeme comprobarlo. Ahora le paso.
Empezó a sonar una musiquilla de espera, de esas odiosas que no hacen otra cosa que poner nerviosa a la gente que tiene que esperar. Justo se retiró el auricular de la oreja, antes de ponerse de los nervios.
Se mordió el labio inferior, pensando. Tenía que tratar el tema con mucho tacto, dependiendo de quién fuese el jefe de operaciones que se encargara de aquella investigación. Se llevaba estupendamente con la mayoría, aún más siendo el famoso Justo Díaz Prieto (fama que no le gustaba mucho, pero que sabía usar cuando convenía), pero siempre había habido alguno que era un poco más cretino o más riguroso con las normas. Alguno de esos no compartirían información reservada de la agencia con un civil, un agente retirado. También podía ocurrir que el jefe de operaciones fuese alguien nuevo, alguien que él no conociera (al fin y al cabo, él hacía un año que había dejado la agencia) y no conseguiría nada de los novatos.
Escuchó un ruido diferente desde el teléfono, que seguía lejos de su oreja. Se le volvió a acercar y escuchó con atención.
- ¿Oiga? – decía la mujer.
- Sí, sí, dígame....
- Verá, no hay ninguna investigación en ninguna mansión en ese pueblo que me ha dicho – fue la desconcertante respuesta, que dejó a Justo con la boca abierta y sin palabras. – No hay equipo asignado ni jefe de operaciones, porque como le digo no hay ninguna investigación en curso.
Justo tardó un par de segundos en reaccionar.
- Está bien. Muchas gracias.... – dijo al fin.
- A usted – le contestó la mujer.
Y después colgó.
Justo se quedó pensativo, sujetando todavía el auricular del teléfono, que emitía los incansables tonos de corte de la comunicación. Al cabo de un rato colgó el auricular, abstraído.
Aquella situación se le había pasado por la cabeza pero la había desechado por parecerle inverosímil. ¿Cómo no iba a estar la agencia investigando un caso tan claro de fantasmas? ¿De fantasmas agresivos, para más inri?
Pero parecía que era así....
Se dio cuenta entonces de que no debía haber dejado que la mujer colgara. Con cara decidida volvió a coger el auricular del teléfono y volvió a marcar el teléfono de contacto de la agencia, que se sabía de memoria.
Pero esta vez añadió una extensión que muy pocos agentes sabían. Una extensión que Justo había utilizado solamente una vez cuando había estado trabajando para la agencia.
- Despacho del general Muriel Maíllo, director de la Jefatura Central de Homicidios, ¿qué desea? – contestó la voz profesional de la secretaria del general, una mujer que Justo conocía. Pensó un instante, para recordar el nombre....
- Luisa, no hace falta que disimules, soy Justo Díaz –
se presentó, sonriendo bajo el bigote canoso. La mujer rió al otro lado de la línea.
- ¡Justo! ¿Cómo te va, hombre?
- Bien, no me puedo quejar – contestó Justo, con la respuesta mecánica que siempre le salía. En realidad podía quejarse de varias cosas. – Disfrutando de la vida.
- Qué envidia....
- ¿Puedo hablar con el general? ¿No está ocupado? – preguntó Justo.
- No, está libre, ahora te paso – contestó Luisa. – ¿Qué pasa? ¿Quieres hablar de viejas batallitas con el general?
- Algo parecido.... – dijo Justo, sin comprometerse pero sin mentir del todo.
- Te paso. Cuídate, Justo – le dijo la mujer.
- Gracias Luisa – contestó éste. La línea se cortó y dio tono de llamada un par de veces. Después sonó la voz del general.
- Agente Díaz, qué sorpresa tan agradable – dijo el general, con voz seria, como siempre, pero con un deje de cariño. – De veras me alegro de saber de usted. ¿Cómo le va?
- Bien, no me puedo quejar – dijo, mecánicamente. Después tomó conciencia de con quién estaba hablando y respondió sinceramente. – Bueno, aburrido. La vida pasa muy lenta....
- No me lo diga dos veces y vuelvo a meterle en nómina – dijo el general, bromeando, pero como su voz siempre era seria y severa parecía que hablaba en serio y la propuesta era real.
- No me tiente.... – dijo Justo. Por un momento lo pensó, valorándolo seriamente. Si tenía la oportunidad de volver a la agencia, ¿lo haría? Por un momento sintió que sí, desde luego que sí, pero luego entró en razón, como siempre, y llegó a la conclusión de que ya había tenido emociones fuertes y aventuras suficientes para una vida. Con un leve escalofrío recordó la noche horrible que habían pasado el verano pasado en la comarca de Concejos de Siena.
- Pues si no ha llamado para pedirme su anterior empleo, ¿para qué se ha puesto en contacto conmigo? – preguntó el general.
- Verá, sé que no es de mi incumbencia, ya no soy agente de la agencia....
- Un antiguo agente siempre pertenece a la ACPEX – se interpuso el general, haciendo que Justo se sintiera orgulloso.
-....pero he leído una noticia que me ha inquietado. Pensé que quizá lo estuviesen investigando, pero me han dicho que no es así.
- ¿De qué se trata?
- Ha habido una serie de muertes en una mansión abandonada – explicó Justo. – Al parecer está encantada. En cosa de cinco días han muerto tres personas, dos de ellas niños. Creí que la agencia tendría algo que decir en semejante escenario....
- No me han informado de nada parecido desde la “Sala de Luces” – dijo el general y en su tono se notó que estaba algo incómodo. – Supongo que las manifestaciones de fantasmas (si es que las ha habido) habrán pasado desapercibidas, por tratarse de una mansión encantada que formará parte de una “nube azul” o incluso la casa al completo será una entera. No lo estamos investigando, agente Díaz, la verdad es que últimamente estamos muy ocupados con otro asunto de vital importancia....
- ¡Ah, vaya! No sabía.... – dijo Justo.
- De eso se ha tratado siempre, ¿no es así, agente Díaz? Los asuntos de la agencia no se saben más allá de estos muros....
- Supongo que sí.... – dijo Justo, algo apenado. Después preguntó, curioso – ¿De qué se trata? ¿Una invasión de “encarnados”?
- No puedo decirle mucho, ya le digo que es importante, pero no se trata de eso.... – dijo el general. – Solamente es un individuo muy peligroso, a medias entre un ser humano y un ente, que nos está dando guerra....
Justo sonrió, ligeramente, tras las palabras del general.
- ¿Qué está haciendo ahora el padre Beltrán? – dijo, divertido. – Porque se trata de él, ¿no es así?
El general se quedó un momento en silencio, Justo imaginó que algo perplejo.
- Así es.... – reconoció al final.
- ¿Y qué ha hecho? ¿Ha vuelto a asaltar una morgue para rematar cadáveres y llevarse las cabezas? – dijo Justo, medio en broma.
El general suspiró antes de confiarle la situación a uno de sus mejores agentes.
- Está descontrolado – dijo, con voz cansada. – Creemos que puede haber perdido la cabeza, o al menos el control de sus poderes. Parece que hay un “humo” que él controla o que al menos se manifiesta allí donde él está. No sabemos qué hace con él, pero puede que haya atacado ya a alguien.
- ¿Están seguros de eso? – se extrañó Justo. Conocía poco al padre Beltrán (¿había alguien que lo conociese realmente?) y era verdad que al principio no le había aguantado, pero con el tiempo y el trato había reconocido en él a un cazador de monstruos y perseguidor de entes digno de confianza. Le parecía muy raro aquel comportamiento, incluso para el padre Beltrán....
- No estamos seguros de nada, agente Díaz – contestó el general – pero lo que sí sabemos es que el padre Beltrán está muy activo últimamente y un espectro parece seguirle allí donde va. No nos gusta lo que hemos visto....
- ¿Quiere que vaya para allá? ¿Qué ayude en lo que pueda? – se ofreció Justo. Estaba agradecido al general por todos los años que había pasado en la agencia a sus órdenes y estaba muy agradecido al padre Beltrán por haber salvado el mundo el verano anterior (y quién sabía cuántas veces más). Quería ayudar. Se sentía en deuda.
- No es necesario, agente Díaz. No querría sacarle de su retiro si no fuese verdaderamente necesario. Ya está encargada del asunto la agente Velasco, con su nuevo compañero.
- ¿Marta? – preguntó Justo, sorprendido y orgulloso. No pudo evitar sonreír, con cariño y respeto. Meneó la cabeza, nostálgico: sería bonito volver a ver a la joven agente, que se había estrenado en una investigación de campo con él. – En ese caso iré inmediatamente....


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